Y, sin embargo, te quiero
Hillary Clinton, empresarios que sirvieron como funcionarios de distintos gobiernos norteamericanos y The New York Times parecieron dictarle a Obama la histórica decisión de descongelar la relación con Cuba
En julio, los presidentes de China, Xi Jinping, y de Rusia, Vladimir Putin, viajaron a Cuba con miras a ampliar sus vínculos. Poco después, seis editoriales consecutivos de The New York Times sobre la necesidad de “darle un giro sustancial” a la política de los Estados Unidos respecto de la isla, raros en sí mismos, parecieron guiar la impactante decisión de Barack Obama de restablecer la relación bilateral. Uno de ellos, “Tiempo de acabar con el embargo”, publicado el 11 de octubre en inglés y castellano como los otros, enhebra los fundamentos para “que sea políticamente viable reanudar relaciones diplomáticas y acabar con un embargo insensato”.
En su histórico discurso del 17 de diciembre, Obama siguió a pies juntillas sus lineamientos, aunque tuviera presente, como también expresa el Times, que “el régimen de los Castro ha usado el embargo para excusar sus fallas y mantener a su pueblo bastante aislado del resto del mundo”. Más allá de eso, hasta la secretaria de Estado entre 2009 y 2013, Hillary Clinton, en carrera por la candidatura presidencial para 2016, le pidió en su momento a Obama que “reconsiderase nuestro embargo contra Cuba” porque “no cumplía ninguna función y obstaculizaba nuestros proyectos con toda América latina”. Lo revela en su libro de memorias Hard Choices (Decisiones Difíciles).
Hillary es la primera política norteamericana con altas aspiraciones que critica el embargo, reforzado durante el gobierno de su marido por la ley Helms-Burton, en represalia por el derribo de una avioneta de la organización humanitaria Hermanos al Rescate, en 1996, y nuevamente en 1999. En esos años, Henry Kissinger y otros republicanos cabildeaban por aliviarlo, de modo que los empresarios norteamericanos pudieran invertir en la isla en igualdad de condiciones con los españoles y los canadienses. Aquella cruzada cobra relevancia ahora, tras las gestiones del papa Francisco y del primer ministro de Canadá, Stephen Harper, para acercar a ambas costas.
En plan de robustecer esa idea, unos 50 empresarios norteamericanos que prestaron servicios como funcionarios en gobiernos de distintos signos también abogaron por terminar con el embargo. Obama no tiene esa facultad por tratarse de una ley del Congreso, con mayoría opositora desde enero, pero utilizó su margen de maniobra para sentar precedente en coincidencia con la opinión favorable de la ciudadanía. La primera oleada de exiliados cubanos, radicada en Florida, era la más reacia y, por cuestiones más biológicas que políticas, comienza a declinar. Más de la mitad de los norteamericanos desea el fin del embargo, según varias encuestas privadas.
En estos años, Raúl Castro ha hecho reformas para atraer inversión extranjera. También ha permitido que los ciudadanos trabajen en el sector privado, puedan vender sus propiedades y vehículos y viajen al exterior. En 2009, Obama facilitó el envío de remesas y autorizó a ir a la isla a una mayor cantidad de cubanos radicados en los Estados Unidos. Esos gestos no alcanzaron para remontar el cuarto menguante en el cual se encuentra la imagen norteamericana más allá de sus fronteras, sobre todo en América latina.
El declive del precio del petróleo, que Cuba recibe a precio subsidiado de Venezuela, también ha influido en la decisión. Todo cierra en términos políticos de ser cierto que Arabia Saudita, con el guiño de los Estados Unidos, pretende castigar a Venezuela, Rusia e Irán, cuyas balanzas comerciales dependen de las exportaciones de crudo con un barril de más de 100 dólares. La estrepitosa caída del precio del barril a alrededor de 60 dólares, su nivel más bajo desde julio de 2009, y el sorprendente incremento de la extracción de petróleo no convencional en los Estados Unidos alientan esas especulaciones, así como la posibilidad de reanimar la alicaída economía mundial con un aumento de la demanda.
El editorial del Times, cual guía práctica, señala: “Como primer paso, la Casa Blanca debe retirar a Cuba de la lista que mantiene el Departamento de Estado para penalizar países que respaldan grupos terroristas. Actualmente, las únicas otras naciones en la lista son Sudán, Irán y Siria. Cuba fue incluida en 1982 por su apoyo a movimientos rebeldes en América latina, aunque ese tipo de vínculos ya no existe. Actualmente, el gobierno norteamericano reconoce que La Habana está jugando un papel constructivo en el proceso de paz de Colombia, sirviendo de anfitrión para los diálogos entre el gobierno colombiano y líderes de la guerrilla”. Dicho y hecho por Obama.
Horas antes del deshielo, anunciado en estéreo desde Washington y La Habana, el gobierno norteamericano liberó a los tres espías cubanos que quedaban del llamado grupo de Los Cinco Héroes, lo cual fue celebrado en La Habana como una victoria de la revolución. A cambio, un oficial de inteligencia no norteamericano que llevaba dos décadas preso en Cuba y el contratista Alan Gross regresaron a los Estados Unidos.
Lo más difícil del trato es derogar el embargo. Data del 7 de febrero de 1962. Ya existía, pero John Fitzgerald Kennedy quiso aumentar en el Congreso la presión contra Fidel Castro, alineado a la Unión Soviética, en respuesta a las expropiaciones de propiedades de ciudadanos y compañías de los Estados Unidos en la isla. Un día antes, JFK le ordenó a un colaborador que le comprara 1.000 cigarros Petit Upmann, de modo de no violar en el futuro la ley que iba a prohibir la importación de productos cubanos. La nimia crisis de los habanos era el preludio de la inminente crisis de los misiles, una de las peores de la Guerra Fría.
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