La historia dirá que YPF volvió a manos de los argentinos y que el gobierno de Cristina expropió el 51% de las acciones con fuerte apoyo de la opinión pública y con abrumadoras mayorías legislativas. En esta columna que intentaré hacer con la máxima rigurosidad posible, diré que semejante decisión tiene aspectos buenos, malos y feos.

Lo bueno es que hayamos recuperado la soberanía sobre un recurso energético cada vez más estratégico. Igual que la mayoría de los países del mundo, a partir de ahora, serán este gobierno y los que vengan, los encargados de reconquistar el autoabastecimiento que logramos en 1988 durante el gobierno de Raúl Alfonsín y de hacer de YPF un orgullo nacional y un motor del crecimiento tal como es Petrobras para Brasil.

Van en el buen sentido las informaciones que anticipan que la conducción de la empresa será de excelencia profesional y de prestigio internacional. Mejor todavía si tienen pensado que vengan las mejores empresas del mundo pero solo como contratistas y a “comisión”, como dice Rodolfo Terragno.
 
Si sacan petróleo, ganan dinero. Si no sacan, no se llevan un peso. Eso es patriotismo inteligente. Es un buen paso para evitar repetir el desastre de ese agujero negro llamado Aerolíneas Argentinas. Es el gran desafío que tiene el cristinismo. Demostrar que se puede administrar con eficiencia y honradez sin caer en la tentación de convertir la empresa en un coto de caza para amigotes y militantes. Si transforman a YPF en una lata donde otra vez van a meter la mano, será como extenderle un certificado de defunción.

Lo malo es que los ciudadanos comunes no vamos a poder controlar. Alguna vez le dije que YPF deberá tener la fortaleza del acero y la transparencia del cristal. Porque como decía Perón, los hombres son buenos, pero si se los controla, son mejores. La figura jurídica y administrativa que eligieron no va a permitir el funcionamiento de los controles del estado. Me inquieta saber que van a poder hacer compras directas sin llamar a licitación, por ejemplo. Eso es peligroso. Todos los ciudadanos debemos mirar con una lupa gigantesca esa empresa que es de todos.

Lo feo es que se el gobierno se envuelva en la bandera para presentarse como héroes nacionales cuando en realidad, en su esencia, pertenecen al mismo partido que entregó YPF en forma corrupta en la presidencia de Carlos Menem. El matrimonio Kirchner apoyó en forma militante aquella decisión escandalosa. El gobernador Néstor Kirchner, después de una reunión con José Luis Manzano, el ministro del interior de entonces, les rogó a los legisladores que si no votaban a favor, “por lo menos dieran quórum o se abstuvieran”. Fue parte de una transa extraña que le reportó mas de 500 millones de dólares que eran para la provincia de Santa Cruz pero que fueron a parar al exterior y después se convirtieron en un misterio con mas sospechas que certezas.

Pero Néstor y Cristina no fueron los únicos que apoyaron a tambor batiente a Menem en la entrega de la mayor joya de la abuela. Oscar Parrilli fue el miembro informante y, entre otros conocidos kirchneristas, junto a Alvaro Alsogaray también votaron Arturo Puricelli, Eduardo Fellner y Jose Luis Gioja. También es parte de lo feo que Julio De Vido sea el interventor de la empresa. Se trata del máximo responsable del fracaso de la política energética que nos va a significar a todos los argentinos tener que pagar alrededor de 12 mil millones de dólares este año. Lo dije y lo repito porque me parece que es muy gráfico: es como poner al zorro, al cajero a cuidar el gallinero o directamente poner a Ricardo Jaime al mando de TBA.

De Vido, Roberto Baratta y Daniel Cámeron fueron cómplices o partícipes necesarios del vaciamiento al que Repsol sometió a YPF. Ellos autorizaron todos los balances y ellos aplaudieron cuando de la mano de Néstor Kirchner entró la familia Eskenazi sin poner un peso. Nada salió de un repollo. No fueron desastres climáticos ni terremotos que se abatieron sobre YPF. Fueron 9 años de despropósitos de este gobierno que hizo oídos sordos a quienes denunciaron sus locuras.

Era intolerable que acusaran de destituyentes y agoreros a todos los que avisaron con tiempo y con datos el desastre que se venía. Siempre se puede corregir un error. Pero cuesta creer que el mismo que la hundió, la pueda reflotar. Le doy mi palabra. Por esta mirada crítica a YPF, sigla que significa Yo Pongo la Firma.