El péndulo de su vida viajó de lado a lado. Pobreza extrema, riqueza absurda.
Hambre feroz, saciedad lujosa. Fama, impunidad. Desgracia, ignominia.

Carlos Monzón nació en un barrio pobre llamado La Flecha de la ciudad de San Javier, provincia de Santa Fe, el 7 de agosto de 1942. Fue el octavo hijo del matrimonio formado por Roque Monzón y Amalia Ledesma. 

Don Roque era changarín y solía tomarse varios vasos de ginebra como si fueran de agua.
La familia decidió probar suerte en la ciudad de Santa Fe y allí Carlos se hizo canillita. Ya había abandonado la escuela en tercer grado para salir a laburar. Vendía diarios en una parada frente a la cancha de Unión.

Cuando tenía 17 años, debutó como peleador aficionado, pero su vida en los rings mutó cuando en 1960 encontró un manto de sabiduría que lo cobijaría toda su carrera: Amílcar Brusa.

El 6 de febrero del 63 debutó como pugilista rentado. Fue en Rafaela y le ganó por nocaut en 2 vueltas a un tal Ramón Montenegro.

Su periplo avanzaba sin brillos. 

En octubre del 64, perdió con el puntano Alberto del Carmen Massi. Era la tercera derrota de Monzón en veinte peleas profesionales.
Desconocemos si esa noche realizó algún juramento, lo cierto es que su carrera se extendería por doce años más, en los que disputaría ochenta combates sin ser vencido.

El 3 de septiembre de 1966 ganó el título argentino mediano. Ante la sorpresa de la cátedra, venció por puntos a Jorge Fernández.
En junio del 67 le ganaría el título sudamericano al propio Fernández.

Lo cierto es que este campeón argentino y sudamericano no era muy conocido para el gran público, y así, casi en el anonimato, fue en busca de una hazaña. Le consiguieron una pelea por el título mundial de los medianos y viajó a Roma contra todos los pronósticos a enfrentar al gran campeón mundial Nino Benvenutti.

Benvenutti era un intocable, el chico bueno de todas las películas. 
El glorioso 7 de noviembre de 1970, Monzón le ganó por nocaut en el round 12 y se quedó con el título unificado de una de las categorías más populares del boxeo.

Carlos Monzón, puño loco

Poco más de un mes después de la hazaña de Roma, Carlos se presentó en el Luna Park ante un boxeador llamado Charly Austin y muy poca gente lo acompañó. Todavía no había entrado en la piel del público.

En el 71, le dio la revancha a Benvenutti y lo derrotó fácilmente. Ese año también venció a un grande: Emilie Griffith, aquel boxeador homosexual que había terminado en el ring con la vida del cubano Benny Kid Paret, quien en el pesaje previo lo había llamado “maricón” delante de todo el mundo. Griffith hizo una de las declaraciones más grandes de la historia: “Por matar a un hombre me perdonaron, por amar a un hombre, no”.

Monzón defendió el título exitosamente cuatro veces en 1972. Una de ellas, ante Bernie Briscoe, contra quién la pasó mal en el round 9. Recibió un golpe en la mandíbula que lo dejó viendo estrellas. Se aferró al cuerpo del moreno y miró el reloj situado en lo alto del Luna Park. La escena quedó inmortalizada en una foto histórica.

Cada vez le costaba más. Ya era una personalidad, ya tenía el apoyo de todos, ya arrastraba masas, ya habitaba otros ámbitos.

Con París como escenario, Carlos enfrentó el 9 de febrero de 1974 a uno de los grandes pugilistas de todos los tiempos: José Ángel “Mantequilla” Nápoles. Monzón le dio una paliza y le ganó por abandono en 7 asaltos.
Ese combate se hizo cuento: Julio Cortázar escribió “La noche de Mantequilla”.
Monzón era el único campeón mediano que no había combatido en Estados Unidos, y saldó esa deuda en junio de 1975, ganándole a Tony Licata por nocaut en Nueva York.

Se precipitaba el final. 
En su horizonte aparecía el colombiano Rodrigo Valdéz. Y fueron los dos últimos capítulos de su novela.
Las dos en Montecarlo, una en junio del 75 y otra en junio del 76, las dos con victorias por puntos.

Terminada esta pelea, llamó al periodista santafesino Ricardo Porta y éste acudió a la habitación. Monzón, en penumbras, con hielo en sus destrozadas manos y en la cara, le dijo: “Fuiste el primero en hacerme una nota como boxeador, vas a ser el primero en hacerme una como ex boxeador”.
Monzón se llevó una suma extraordinaria para la época por ese último combate: un millón de dólares.

Y cayó el telón. 

El 29 de agosto de 1977, en un hotel importante de Buenos Aires anunció su retiro del boxeo. Se iba como campeón reinante y con un récord inédito de 14 defensas.
Miles de veces lo tentaron, lo incitaron a un regreso que ya no era posible. Estuvo cerca de un intento por el título mundial medio pesado. Brusa le dijo: “usted sabe que lo voy a acompañar, pero creo que su tiempo ya pasó”.
Y así fue. El gran campeón nunca más volvió.
Incluso lo habían movilizado para que enfrentara a Marvin Hagler. 

Carlos Monzón disputó exactamente 100 peleas como profesional, de las que ganó 87.
E hizo lo que pocos hicieron: se fue cuando se debía ir. Y con toda la gloria.

LA OTRA VIDA

Carlos Monzón, puño loco

Su otra vida tuvo nombres y episodios rutilantes: Susana Giménez, con quién rodó la película La Mary, fue su pareja durante 4 años.
Hay una catarata de anécdotas, muy contadas ya. Una especie de atracción fatal. El día que rodaron una escena desnudos, el voltaje llegó tan arriba que la película terminó en privado en el departamento de la blonda.

Alain Delón amaba a Monzón, se hicieron amigos. Monzón tuvo un pequeño romance con la ex mujer del francés, Natalie.
Úrsula Andrews, la sensual estrella sueca, llegó al país y en el mismísimo aeropuerto de Ezeiza exclamó: “Dónde está el macho?”. 
Lo buscó y, obviamente, lo encontró.
Una muestra gratis de esa sociedad machista al extremo.
Monzón tenía un jacuzzi a los pies de su cama. Un día, tomando algo con unos amigos en su departamento, fue hasta la habitación y les dijo: “Acá donde me ven, en esa bañera estuvo Úrsula Andrews”.

Jean Paul Belmondo le confesó que era su ídolo máximo.
En las revistas lo mencionaban como el prototipo de la masculinidad. Era el macho.
Las bailarinas del Lido de París le iban a golpear la puerta a su habitación.

Hay muchos más protagonistas en esta película: Pelusa, la esposa de Carlos, de carácter fuerte, madre de tres de sus hijos, la que fue a esperar a Susana a la salida de un teatro a recriminarle que le había robado el marido.
Cacho Steimberg, Tito Lectoure, Alberto Olmedo, El Facha Martel, Cacho Castaña, Palito Ortega, Leonardo Favio que dirigió la película “Soñar, soñar” con Monzón y Gianfranco Pagliaro, sus hijos Silvia, Abel, Raúl y Maxi…

Y ALGUIEN MÁS

Monzón viajaba a París y en una escala en el aeropuerto de Río de Janeiro se encontró con una chica rubia que iba a Roma. Se miraron, tomaron un café y se presentaron: yo soy Carlos Monzón. Lo sé, dijo ella. 
Yo me llamo Alicia Muñiz.
Esa modelo uruguaya, 13 años menor que el ex campeón, desde los 17 vivía en la Argentina.
Se reencontraron en Buenos Aires y en 1978 empezaron una relación.

La noche de la vida de Carlos Monzón fue triste, tremenda, fatal.
Los excesos terminaron en tragedia.
Carlos murió en un accidente automovilístico el 8 de enero de 1995, cuando disfrutaba de una libertad condicional mientras cumplía la condena de 11 años por el asesinato de Alicia Muñiz.
Esa historia es muy conocida y no hace falta más profundidad ni descripción.
Ese asesinato marcó un antes y un después. 
En un par de meses, las denuncias de agresiones de género se multiplicaron por 30.
El monumento a Monzón en Los Cerrillos fue destruido y no volverá a ser colocado. La estatua enorme a orillas del Paraná sufrió el agregado de una plaqueta: “campeón mundial y femicida”.

El periodista italiano Gianni Mina, escribió: “Monzón era orgulloso, definitivo, drástico, pero no un estúpido esteta de la violencia. Sin embargo, esta victoria sobre su carácter la lograba sólo en el cuadrilátero, ya que en la vida no logró desembarazarse jamás de su deseo desesperado y trágico de tomar todo lo que quería sin pedir permiso. Un hombre, en definitiva, violento”.

León Gieco le escribió una canción y el título lo dice todo.
Puño loco.