Gatica forma parte del gen argentino. De la exuberancia a la decadencia y del despilfarro a la pobreza en menos que canta un gallo.
El coraje necesario y la sumisión inapelable, la cresta de la ola y el hueco más oscuro.
Gatica también nació un 25 de mayo.

Desde su San Luis natal lo trajeron a Buenos Aires a los 7 años. Llegó en un tren de carga con su madre y su hermano, casi obligados a perder en todo. Lustró botas en Constitución a la edad de ir a la escuela. Y se acostumbró a la jungla y a los golpes de puño.

Se topó con un tal Lázaro Koci que le vio condiciones y lo hizo boxeador. Lo empezó a entrenar y lo puso a trabajar con un conocido de ayudante de albañil.

-Lo voy a sacar bueno –le dijo el peluquero albanés devenido en entrenador a su amigo.
-Ojalá, porque para laburar no sirve. Eso sí, morfa que da calambre. Y se baja una botella él solo.

Comenzó su carrera como amateur y el 29 de septiembre de 1942 se enfrentó por primera vez con el que sería su archirrival: Alfredo Prada. Ganó Gatica por descalificación en el cuarto round en la Federación Argentina de Box. Dos semanas después hubo revancha y ganó Prada por puntos en 5 vueltas.

El 7 de diciembre de 1945, José María Gatica debutó como profesional venciendo por nocaut en el primer round a Leopoldo Mayorano.
Menos de dos meses antes la República Argentina había vivido un día histórico: el día de la lealtad a Perón.
El peronismo y Gatica estarían muy ligados por esos años. 
El famoso “dos potencias se saludan” brotó de la boca del Mono hacia el General.
Juan Duarte, hermano de Evita, se acercó a Gatica y lo acompañó en sus énfasis, sobre todo con las mujeres.

José María Gatica, la argentinidad al palo

El 31 de agosto de 1946 ocurrió el primer choque Prada-Gatica como profesionales. Ganó el Mono por puntos y le quitó el invicto como rentado a Prada. 
Para esa altura de las cosas, con los cambios sociales y la explosión industrial, Gatica era el proletariado y Prada, injustamente tal vez, estaba identificado con la oligarquía.
Agua y aceite.

Ahí fue su apogeo. El dinero llegó como un río de agua fresca cayendo sin contención y sin diques. Como entraba se iba, en ostentaciones absurdas, en caridad, en fiestas, en cabarets, en casinos. “Donde come José María Gatica, paga José María Gatica”.

Las mujeres eran su perdición

“Si para estar con mil mujeres, en vez de boxeador tuviese que haber sido barrendero, hubiese sido barrendero”. Su primera esposa fue la acomodadora de un circo, llamada Emma, italiana, que incluso llego a ser presentada ante Evita.

Con Emma embarazada, Gatica desapareció un largo tiempo. Se fue a Mar del Plata, llevado por el glamour de una de las tantas señoritas que conocía especialmente por recomendación de Juan Duarte.

La segunda esposa del Mono fue Nora Guercio. Y hubo una tercera, en el anochecer de la historia: Rita Armellino.

A propósito del apodo “Mono”, cuando Gatica alcanzó fama y fortuna, y se creía el mejor boxeador de todos, y se pensaba que todo era para siempre, le empezó a incomodar que lo llamaran “el Mono”.

En una reunión cajetilla, estaba con Juan Duarte y los vino a saludar un personaje importante. Al retirarse le dijo: “que sigan los éxitos, Mono”. Gatica lo miró un momento, por su cabeza pasó casi una película de su vida de sometido social, y le respondió: “Mono las pelotas, hijo de mil puta”.

El clásico tuvo otro episodio en abril del ’47: ganó Prada por nocaut técnico en 6 rounds. Fue en el Luna Park y aquella vez Gatica perdió su invicto profesional.
En el tercer enfrentamiento rentado entre ellos (septiembre de 1948), Gatica ganó por puntos en el Luna.

Cuando ya tenía un auto último modelo, tapizado con cuero de jaguar, llegó hasta un bar de Constitución y le pidió al dueño que le hiciera seis especiales de jamón y queso. ‘No me los envuelva y póngalos en hilera sobre el mostrador’. Preguntó cuánto costaban, pagó y de un manotazo tiró los sandwiches al suelo.

Frente a la sorpresa del dueño del bar, Gatica gritó: “Hace diez años, yo tenía hambre, lustraba zapatos aquí enfrente y vos me negaste uno”.

En una Navidad encontró a un lustrabotas de diez años, flaco, errante. Lo llamó, lo hizo entrar en una gran confitería de la calle Santa Fe, compró pan dulce, champaña, un pavo y lo llevó en su auto hasta la villa miseria en que vivía. 
“Esta Navidad -le dijo a los padres- la pago yo”.

Fue a combatir a Chile y allí perdió contra José “Cloroformo” Valenzuela. Apodo extraordinario, Cloroformo, porque dormía a los rivales.
Luego ganó seis peleas, la mayoría tierra adentro, y rumbeó para Estados Unidos. 
El 1 de diciembre de 1950 se presentó en Nueva York ante Terry Young, al que venció por nocaut técnico.

Pero la gran desilusión para el Mono llegó el 5 de enero de 1951. Fue su gran derrota. 
Un papelón tremendo.

Perdió por nocaut en el primer round contra Ike Williams en Nueva York. 

José María Gatica, la argentinidad al palo


Escribió Enrique Medina en su libro "Gatica":  "Gatica se va de boca y hay un grito larguísimo y helado que se le incendia dentro de la cabeza. El referí está contando con los dedos delante de la cara de Gatica indicándole cuánto tiempo le queda para ponerse de pie. Gatica llega a las cuerdas y en un supremo esfuerzo consigue escalarlas; ve que una gigantesca montaña a contraluz se le viene encima, entonces precipita la derecha aun sabiendo que no debe hacerlo y regala el rostro en bandeja. Williams descarga el golpe en el mentón con toda la fuerza de su cuerpo, Gatica cae, se derrumba sobre sí mismo. El referí le ordena al campeón del mundo que vaya al rincón y, en un gesto ofensivo, patea el protector bucal que Gatica escupió al recibir el golpe. Enseguida empieza a contar. Esta vez hasta el nocaut".

Volvió al país y siguió recorriendo el interior y ganando peleas. 
Pero la debacle terminó de consolidarse el 16 de septiembre de 1953 en el último choque con Prada. Fue en el Luna Park y perdió por nocaut en el sexto asalto en disputa del título liviano.
A pesar de la fama y los méritos, Gatica nunca pudo ser campeón argentino.

Ya era un ex boxeador, pero igual siguió tres años más en la selva de golpes.
En el 57’ alquilaron la cancha de Boca con Martín Karadagian para hacer una lucha entre ambos, un fantoche. Un manotazo de ahogado.

José María Gatica, la argentinidad al palo

Se apagaron las grandes luces, se fueron los grandes amigos, se quemaron los grandes dineros. Entonces como contó Osvaldo Soriano “volvió a una villa miseria, vivió de la caridad junto a su segunda mujer y dos hijas. Fue una fiesta para los periodistas encontrarlo sentado a la puerta de su casilla de latas, tomando mate, sucio y harapiento. Entonces Prada tuvo un gesto que los diarios elogiaron: abrió un restaurante en la calle Paraná y llevó al Mono con él. Le pagó quince mil pesos por mes y lo puso en la puerta del negocio para exhibirlo. El gesto compasivo de Prada era otra humillación que Gatica soportó porque no podía sino aceptar su derrota”.

El Mono se las terminó rebuscando de cualquier forma, hasta vendiendo muñequitos en los estadios de fútbol.
El 10 de noviembre de 1963, a la salida de un partido que Independiente le ganó a River en Avellaneda, fue atropellado por un colectivo. 
Murió dos días después. Tenía 38 años.

Gatica fue una iconografía de la patria, amado y odiado, en la gloria o en el infierno. Con todo o con nada.

Un claro exponente de una argentinidad al palo.