El lamento, cuando es insistente y permanece en el tiempo, se torna desagradable. Los franceses están lloriqueando desde que perdieron la final del Mundial. Que el gol de Lionel Messi en el alargue no debió ser convalidado porque había suplentes pisando el campo de juego a 50 metros de la acción, que hay que sacarle al “Dibu” Martínez el premio al mejor arquero del mundo porque apoyó el trofeo en sus genitales, que la final debe repetirse porque el referí no cobró un supuesto foul, y otro montón de sanatas quejosas que no vale la pena enumerar.