La detención del ciudadano estadounidense John Henry Skillern después de que Google encontrara que en su cuenta de Gmail tenía fotos de pornografía infantil, vuelve a llamar la atención sobre el papel y el poder que detentan las corporaciones tecnológicas a la que las personas le confían sus comunicaciones, con prácticas que se mueven en el borde de lo legal.

Si bien el hecho se conoció el último lunes, la historia comenzó a mediados de julio, cuando Google alertó al estadounidense "Centro nacional para los niños perdidos y explotados" que Skillern estaba enviando por correo electrónico fotos de una nena con contenido sexual explícito.

El centro avisó a la policía, que con ese dato obtuvo una orden de arresto y fue a la casa de Skillern, en la ciudad texana de Houston. Allí, los investigadores encontraron imágenes de pornografía infantil en el teléfono y en la tablet del sospechoso, además de algunos videos de chicos que visitaban el restorante familiar en el que el hombre trabaja como cocinero.

El combo se completó con los antecedentes del hombre, que ya había estado preso, en 1994, por una agresión sexual a un chico de 8 años. Skillern, el reincidente, fue acusado por posesión y promoción de pornografía infantil.

La noticia de la buena acción de Google cerró por todas partes y dio la vuelta al mundo, pero dejó detrás el interrogante de si el fin justifica los medios.

Porque detrás del hallazgo de las fotos hay una corporación privada que está registrando la correspondencia ajena. Tiene sistemas, algoritmos, que revisan permanentemente los correos que entran, salen y se almacenan en sus servidores, arrogándose el papel de policía. O de investigador.

Y no se trata de que detrás está la Agencia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos (NSA) usando los servicios del gigante de Internet para espiar personas, sino que es la propia empresa la que se arroga el papel de controlador.

El hecho de que Google revisa los correos electrónicos no es nuevo. En marzo una jueza californiana desestimó una demanda colectiva por violación de la privacidad a cientos de millones de usuarios de Gmail. Este grupo había acusado a la compañía de violar las leyes estadounidenses que resguardan la privacidad, justamente por escanear los mensajes personales.

El caso no prosperó. Pero la presión que se generó alrededor del tema tuvo su efecto y un mes después de que se cayera el caso, Google modificó sus "Condiciones de servicio" y reconoció que lee todos los correos que entran y salen de Gmail.

Pero, según explicó, lo hacía para ofrecerles a sus usuarios publicidad personalizada en función de sus gustos. Para eso, los algoritmos del buscador analizan las palabras que escribimos y determinan nuestras preferencias. Es decir, Google admitió que leía los correos pero que lo hacía con fines publcitarios.

En el caso de Skillern Google fue más allá: le analizó las fotos y lo denunció.

Fuentes de la empresa del buscador señalaron a Télam que sus sistemas emplean un monitoreo "completamente automatizado", y que esa tecnología se usa "para identificar imágenes de abuso sexual de menores y no contenido de correos electrónicos que pudieran ser asociados con actividades criminales generales (por ejemplo, usar el correo electrónico para planificar un robo)”.

Su sistema detecta una "huella digital" que que tiene cada imagen de abuso sexual, lo que les permite identificar esas imágenes.

Acá no está en discusión el fin loable que Google manifiesta, sino los métodos con los que llega a esos objetivos, que están al borde de la ilegalidad e implican que una corporación, por su poder, se arrogue poderes que no le corresponden. Google hace lo que hace porque puede y quiere.

 
Estos casos movilizan el pánico moral mientras justifican algo ilegal, que es la violación de la correspondencia. También le avisan a las personas que deben tener cuidado con lo que hacen, porque están vigiladas, siempre. Como versiones posmodernas del Gran Hermano de Orwell, pero activadas desde el sector privado. A nadie se le escapa que el hecho de sentirse observado condiciona el comportamiento, somete.