"El oficio de ser actor me ha enseñado a conocerme en lo mejor y en lo peor, sin filtros"
Uno de los más prestigiosos profesionales de su generación, en una charla profunda e intimista con Alejandra Canosa.
Distinguido, notable, prestigioso, ilustre y reconocido, son algunos de los calificativos que aplican para presentar al personaje de esta edición de La Pausa.
Jorge Marrale, actor y presidente de SAGAI (Sociedad Argentina de Gestión de Actores e Intérpretes) es un actor de cine, teatro y tv que ha demostrado, a lo largo de su extensa trayectoria, que su compromiso con la profesión no se negocia. No hubo que insistir demasiado para coordinar la nota, sencillamente porque si bien su agenda está bastante apretada de compromisos, sabe que el tiempo de los otros vale tanto como el suyo. Sólo bastaron algunos mensajes y una conversación telefónica previa para sentarnos a la mesa de un luminoso barcito de Palermo, donde ya se percibía el inicio de una masterclass exclusiva para la web de Continental.
Y en ese universo real e imaginario que lo habita, el actor se muestra tal cual es: empático, confiable y agradable, se predispone a conversar acerca de “La Burbuja”, un thriller pandémico. La película de Miguel Ángel Rocca, que protagoniza junto a Victoria Almeida y Alfonso Tort, acaba de ser estrenada en Argentina y previamente había recibido elogios de la crítica en el Festival de Biarritz, Francia.
Daniela, el personaje de Vicky Almeida, viaja para ayudar a su padre enfermo (Marrale), quien vive aislado en un casco de estancia. Mientras cuida de él, una crisis energética estalla ferozmente en todo el país y “huir” parece ser la única salvación. “Fue muy interesante meternos en ese mundo porque La Burbuja, más allá de lo que pueda hacerte retrotraer a la pandemia que todos vivimos, habita una pandemia propia que hace al funcionamiento particular. El personaje de Victoria tiene una connotación especial por todo lo que le pasa con su padre… el regresar a esa instancia donde el vínculo con su madre era muy malo, saber que su padre seguía con esa mujer que después murió y el vínculo que mi propio personaje va teniendo con la familia”, arranca comentando acerca de la peli y elogiando el trabajo fino del director, con quien ya había trabajado en “Maracaibo” película que protagonizó junto a la actriz Mercedes Morán, allá por el 2018.
“Me pareció muy interesante ver cómo Miguel Ángel (Rocca) mantuvo el suspenso estando dentro de una sola locación, con distintas variables, y lo que iba a suceder con un grupo familiar encerrado, sabiendo que afuera estaba explotando el mundo. Cuando uno está sumergido en un conflicto de esa naturaleza y al mismo tiempo van llegando las noticias, te ves envuelto en un caos en el que la mente funciona como puede. Por lo general, te vas poniendo muy primario porque la vida de tus seres queridos, y la propia, están en peligro y se hace difícil pensar con claridad en esas circunstancias”, agrega.
-La peli plantea si podemos confiar en todas las personas que nos rodean en función del estado emocional que nos habite en un momento determinado de la vida.
-¡Y sí, tal cual! Es difícil detectar si se puede confiar en todos los que nos rodean porque el modo automático del sentimiento por el que conviviste con esas personas hace que continúes creyendo eso. No se te ocurre poner la lupa sobre alguien o algo para percibir la verdad. Si es un vínculo cercano, es más complejo todavía.
Marrale se entusiasma en el relato, hace pausas, reflexiona y va mezclando frases, metáforas y pinceladas de poesía generando un clima cálido y agradable que invitan a pedir otra vuelta de café.
-Imagino que la construcción de cada uno de los personajes memorables que interpretaste también hicieron mella en la metamorfosis de Marrale fuera del set.
-Los personajes están adentro y lo que uno tiene que hacer es ir sacando las capas, como para descubrir en qué lugar de uno está el personaje y justamente ese es el encanto de la interpretación. En este caso, mi personaje, un hombre mayor está atravesando un momento muy particular y defendiendo algo que me parece que es un estandarte en la vejez: el lugar que habitó, ya sea la casa, el territorio o el país, le pertenecen en términos de que no quiere que me lo cambien. El no querer trasladarse y si este es el lugar donde quiero morir, lo elijo yo; no ustedes. Eso plantea el personaje que, en sintonía con la vida misma, hace reflexionar al espectador porque toca puntos frágiles y piensa “yo de acá no me voy y puedo entender a mi hija que tiene toda la intención de cuidarme, pero soy yo quien decido dónde quiero estar”. Él no quiere hipotecar ni trasladar la decisión de su vida a la voluntad de terceros. ¡La vida nos pone a prueba todo el tiempo y cuando aparece la enfermedad, las cosas se complican! El paso del tiempo te va incapacitando, vas teniendo otras dificultades y vas a necesitar ayuda, pero en este caso en particular, ese hombre está en condiciones de querer seguir habitando la casa, quiere quedarse y se resiste al cambio. Esa actitud lo mantiene a él porque no necesita hablar, solamente su presencia y su expresión lo definen, tanto como su forma de caminar.
-Tuviste el privilegio de interpretar villanos inolvidables como Ástor Monserrat, el malvado de “Vidas Robadas”, Joaquín Sánchez Alé en “Jesús el Heredero” y ponerte en la piel de Carlos Carrascosa en la serie “María Marta: el crimen del country”, por citar unos pocos.
-Sí, soy un afortunado en haber interpretado personajes terribles desde la moral y la ética. Debo confesar que no me ha sido sencillo porque como te decía antes, los he tenido que buscar dentro mío. Todos podemos ser todos. El espíritu y la especie humana está capacitada para hacer todo, puede ser un santo o un ser solidario como el padre Mario, con poderes omnipotentes. El cínico de “Vidas robadas” que engaña a su familia para seguir haciendo trata de personas. En ese tipo de personajes solo se trata de buscar y descubrir dónde está la malicia y la bondad de uno, es una especie de autoconocimiento; nada encontrás en el afuera y esa búsqueda lleva tiempo. El oficio de ser actor me ha enseñado a conocerme en lo mejor y en lo peor, sin filtros. A no buscar lo verosímil, sino la verdad. La cámara es implacable y no hay alcahuete más grande que ella justamente porque cuando te parás frente a ella, te desnudás. Todo arranca desde la lectura del guión para empezar a entender todo lo que requiere la primera etapa de la interpretación y absorber como una aspiradora toda esa paleta de colores que propone el personaje.
-Lamentablemente, y hace tiempo, desapareció la ficción nacional y las latas extranjeras son la única opción en los canales de aire. Este año. Adrián Suar apostó por “Buenos Chicos”, pero fue apenas una muestra. Hubo tiempos de tiras diarias y unitarios extraordinarios que eran un privilegio para el espectador.
-Hiciste una síntesis perfecta y creo que es un fenómeno que se viene repitiendo hace más de diez años de manera sistemática. La fuente de trabajo que daba la buena televisión argentina que hacía ficción mermó de manera notable hasta desaparecer, y reconocerlo es muy doloroso. Las plataformas digitales han generado cierta comodidad, quizás porque la gente se sienta delante del televisor, paga su abono y tiene varias opciones, no lo sé. Sin embargo, la televisión tenía un lenguaje propio que ha dejado de existir. La ficción es un gran reflejo de lo que somos y es necesaria por eso. Es difícil ver el color argentino, nuestras costumbres, pensamientos, modismos. Coincido en que hubo tiempos de otra televisión y teníamos muchas opciones, siempre había un toque de lo que somos en algún lugar y hoy brilla por su ausencia. Hay algo de la identidad que se diluye por la falta de ficción.
-La tele de aire hoy ofrece realities, programas de entretenimiento y la actualidad más cruda con imágenes que se repiten hasta el cansancio sin importar el horario. El rating en general viene en picada desde hace años y no siempre es compatible con el contenido. ¿Coincidís?
-Es muy cierto porque cuando uno corre algunas variables desde lo artístico y empieza a poner el foco en lo informativo, en las muertes, asesinatos, accidentes, en el chimento… ese espacio toma la posta y la ficción no tiene posibilidades porque hay cosas banales. ¿Cómo es posible que hoy los mejores relatores sean las cámaras ciudadanas, mostrando el horror en las calles? ¿Acaso es lo único que hay para mostrarle al espectador? Se exhibe la violencia de manera inusitada, con cierta morbosidad, y es ahí donde me pregunto cuál es el mensaje de la televisión para el ciudadano que quizás no puede acceder a pagar el servicio de otras plataformas y salir de ahí. ¿Alguien piensa en las personas mayores que pasan horas frente al televisor?
-¿Qué te genera que el Presidente Javier Milei pretenda privatizar los medios públicos?
-Es increíble pensar en que el Estado debería desaparecer y me parece más un capricho que otra cosa.
-Días pasados, la Asociación Argentina de Actores y SAGAI repudiaron un comentario del Presidente citando a Hugo Arana por un comentario que hiciera el actor fallecido en el 2020. ¿Te pareció desafortunado?
-Eso es, lo que acabas de decir: fue desafortunado. Y si hay palabras que no podrían entrar en el universo de Hugo son envidia, odio y resentimiento. Fuimos muy amigos y quienes lo conocieron bien, lo saben. Más allá del error del primer mandatario hablando de un ser que no está, es lamentable y deja una impronta extraña. Hugo Arana fue la antítesis de esas tres versiones. Fue un tipo muy solidario, alguien que apoyó el nacimiento de SAGAI codo a codo como tantos compañeros que nos acompañaron desde 2006. Yo hablé con él horas antes de que dejara esta vida, así que cuando escuché esas palabras, me hizo mucho mal.
-Te saco de ahí. ¿Cómo es tu vida cotidiana?
-Mi vida es muy sencilla, tomo mi desayuno a la mañana, me informo con las noticias y trato de detectar si esa realidad está diseñada o adaptada. Veo distintas opiniones y hago un paneo general. Si no llueve, salgo a caminar y hago mi rutina de 4 kilómetros diarios. Pero inmediatamente entra sin filtro la cotidianeidad de SAGAI; lo disfruto, me gusta estar ahí, hablar con mis compañeros, es un espacio solidario que me reconforta. Hay mucho por hacer y siempre hay proyectos. No descuido la parte administrativa. Imaginate que siendo el residente de la institución tengo que leer y firmar muchos papales. Hay parte de mi tiempo real que está concentrado ahí y lo celebro cada día. Cuando tengo tiempo me gusta reposar y disfrutar del ocio sin estresarme, intentando meditar con cosas que me traigan calma, poder frenar la mente que no es tarea sencilla. Disfruto mucho esos momentos de estar conmigo, de pensarme y ahondar en el autoconocimiento porque es ahí donde sigo descubriendo cosas.
-¿Una reflexión sobre la medida del tiempo?
-El paso del tiempo es sabio y siempre pido tener salud para que, a medida que vayan pasando los años, no sea doloroso y el cuerpo responda a los estímulos. Aún con los achaques propios del correr de las agujas del reloj, bien vale la pena concentrarse en uno, en la vida, en lo que ha hecho y en lo que aún queda por hacer. Disfruto mucho de mi familia, hijos, nietos y amigos, a los que valoro muchísimo. ¿Sabés? El otro día me tuve que quedar a dormir en la casa de mi amigo Juan Leyrado porque se largó tal diluvio que no podía salir. Había ido con el auto y Juan y María, su mujer, me invitaron y no lo dudé. Al día siguiente, seguía lloviendo a cántaros y Juan, que es un chef increíble, me agasajó con unas pastas. Placeres de la vida.
-Imaginemos entonces una mesa en la que pudieras sumar amigos para conversar de ciertas cosas sin tiempo.
-Y… lo traería a Hugo Arana porque lo extraño, era un un parlanchín extraordinario, estaba lleno de historias. Tengo amigos muy queridos como Darío Grandinetti que hoy está más en España que acá, pero lo adoro. Javier Daulte es un tipo bárbaro, a quien quiero mucho y respeto. Me gustaría hacer esas mesas maravillosas que hemos tenido y seguiremos haciendo los que estamos todavía. Leyrado sería un muy buen anfitrión y sería un día inolvidable.