"Evidentemente, soy un malcriado por Dios"
Actor, dibujante, deportista, músico, padre, marido, amigo... un hombre imposible de encasillar. Un alma libre, resiliente y agradecido, que elige su modo de vida cada día, en una charla imperdible con Alejandra Canosa.
Quizás nunca haya imaginado que la vida le iba a regalar tantos momentos inolvidables. Y no porque todo le haya salido fácil, sino porque él ha sabido surfear las olas y hoy lo relata como quien narra un cuento con final feliz. Quienes lo conocemos, sabemos de su don de gente, que es un tipo bárbaro, empático, cálido, amable, querible, de buena escucha, y siempre, pero siempre, predispuesto a colaborar porque la solidaridad es también parte de su marca personal. Con un largo recorrido como actor y una familia de la que está orgulloso, Facundo Arana hace una pausa para conversar con Alejandra Canosa en medio de una gira exitosa con el unipersonal “En El Aire”, que fue multipremiado, le dio muchas satisfacciones y que el miércoles 24 estará presentando en el Teatro Astral.
En el unipersonal, el actor se pone en la piel de “Marcos”, un locutor muy especial, que transmite su programa desde el escenario de un pueblo perdido del interior del país y, desde ese escenario irá despertando y convocando a los habitantes del pueblo para que lo acompañen en su transmisión. Y la gente, aceptando la propuesta, irá poblando poco a poco las plateas de un teatro, que al igual que su pueblo ha olvidado su razón de ser. El espectáculo tiene dirección de Manuel González Gil, quien además es autor del texto junto a Sebastián Irigo y Martín Bianchedi. El trabajo de Facundo Arana es extraordinario porque toca las cuerdas necesarias y bucea con profundidad en una historia verdaderamente imperdible.
-¿Imaginabas que ibas a vivir una experiencia tan genial con la inolvidable la gira que acabás de hacer?
-Estoy maravillado. El fin de semana pasado estuve en el Teatro Unión, de San Carlos, que es una belleza. Pensá que son teatros del siglo pasado, casi todos tienen más de 100 años, ideales y perfectos para hacer esta obra. Y vos, Ale, que la viste en Buenos Aires, sabés de qué te hablo y me vas a entender.
-La gira tiene el valor agregado de la cercanía con el público y eso no tiene precio.
-Sí, yo soy muy de pararme a conversar con la gente y quedarme ahí sin medir el tiempo. Nosotros hacemos todo el desarme después de cada función y eso nos lleva una hora y media, más o menos. Entonces, ahí aprovecho para conversar con la gente, algunos se quedan por una foto o para intercambiar un par de palabras, agradecen y se van felices a sus casas. Y lo que vos sabés, Ale, es que cuando tenés una obra tan linda y necesaria para contar, la voz se eleva. Algo así como te debe pasar a vos cuando como periodista escribís un editorial. Bueno, en mi caso, lo hago con mi arte y desde arriba de un escenario. No hay nada más lindo que poder contar las cosas con una historia bella que no ofende a nadie y que es tan actual. Una historia limpia, blanca, para celebrar entre todos.
-¿Qué cosas extrañás cuando salís de gira? ¿Cuántos días fueron?
-A mi familia. Tan solo el contacto visual con los míos, el abrazo de la mañana, la organización de la casa, a María, mi mujer, a mis hijos, a mis perros… absolutamente todo eso: la presencia física, más allá de que hoy todas las comunicaciones nos lo hacen más sencillo. Antes era esperar a la noche y ver si te podías comunicar desde un lugar lejano donde quizás estabas y no había señal. Imaginate que ahora estoy hablando con vos desde un lugar súper remoto en el Uruguay profundo, vía whatsapp, y parece que estás al lado mío. Es maravilloso
-Venís de hacer una temporada exitosa en Mar del Plata, ciudad que visitas con frecuencia por tu afición a los deportes. ¿Cómo viviste la temporada?
-Mirá, yo hace muchos años que voy con el plan de que todos lo pasemos increíble en familia. Este año me fui a Mar del Plata a tocar con Oscar Kreimer, que es el saxofonista que yo quería. Y fue un lujazo. Oscar ya era una estrella consagrada siendo aún muy joven. Él me acompañó toda la vida. Recuerdo que desde muy chico escuchaba cómo sonaba ese saxo y me fascinaba. Oscar estaba en todos los programas de Badía y Compañía, o sea que estamos hablando de mucho tiempo atrás, siendo yo un adolescente. Entonces hoy, a mis 51 años, subir a un escenario a tocar con él, no te voy a decir de igual a igual pero compartiendo, es un montón. Estoy maravillado con lo que estoy viviendo artísticamente.
-¿Cómo fue la logística familiar en vacaciones con tu mujer y tus tres hijos?
Lo pasé genial en el verano porque durante el día estaba con ellos, me iba a surfear, y a la tardecita agarraba el saxo y me iba a Espacio Viamonte a tocar con la banda y Oscar Kreimer para hacer “Entre notas”, una especie de fogón entre amigos. Y los días que no tocaba con ellos, me iba al Teatro Colón a hacer el unipersonal. Planazo. Mi verano fue soñado. Ni dobles funciones ni nada; era ir a disfrutar. Y la verdad es que evidentemente soy un malcriado por Dios, porque tengo la familia que soñé, todos gozan de buena salud, estamos juntos, hago y puedo vivir de lo que me gusta, y encima me doy esos lujos imposibles. Lo fuimos diseñando con el tiempo, pero siempre detrás de esos sueños y estoy muy contento.
-Además de la música y el deporte, sos un apasionado del dibujo. ¿A qué edad descubriste esa otra faceta artística?
-Yo tenía 10 años, iba al colegio y tenía bastantes problemas para relacionarme. Sentía que no había encontrado nada que hiciera bien y que me diferenciara del resto. Y es una edad en la que empezás a ver que hay chicos que juegan muy bien al fútbol, otros que corren muy rápido, pero yo no tenía claro en qué era bueno. Un día nos sentaron a dibujar, éramos muchos. Recuerdo incluso que me puse a dibujar lo que nos habían dicho y mis compañeros exclamaron: “¡Uy, mirá cómo dibuja!”. A partir de ahí, empecé a dibujar sin parar. Y después de dedicarle muchísimo tiempo de dibujo y dibujo, un día cuando agarrás la punta con la que vas a dibujar, te inclinás sobre la hoja y te metes ahí adentro del papel con alma y todo. Ese es tu universo y tenés que ser dueño de tu trazo; a mí me llevó tiempo, pero llegó. Yo te hago un dibujo y vos decís: esto lo hizo Facundo. Vos, como periodista, lo sabés porque tenés una identidad con la que escribís, tu marca personal. Es como cuando Robin Wood escribía con cualquiera de sus seudónimos: él escribía una historieta y vos ya sabías que era Robin Wood. Vos, yo, lo que somos y contamos, nos define.
-Con tan sólo 17 años, en plena adolescencia, tuviste que afrontar un desafío enorme cuando te diagnosticaron un linfoma de Hodgkin combinado. ¿Te preguntaste en ese momento por qué a vos?
-No, vos sabés que con mucho dolor, hermoso al mismo tiempo, me di cuenta que yo era el gran ganador, porque escuchaba a mi vieja decir que hubiera preferido que le pasase a ella en vez de a mí y lo mismo le escuché decir a mi viejo. Entonces, sentí que yo era el gran ganador, porque del mismo modo, no hubiera soportado que le pasara a ellos ni a mis hermanas.
-¿Tenías un grupo de amigos con quien compartir esa experiencia o eras más bien solitario?
-No tenía grupo de amigos, sólo uno y fue quien me acompañó de punta a punta durante todo el tratamiento y en lo que tuvo que ver con la enfermedad. Mi amigo y un montón de gente que se comportó como si lo fuera rezaron un montón, me mandaban cartas, por eso te vuelvo a repetir: soy un malcriado de Dios.
-Amás los deportes, escalaste el Cerro Aconcagua (Mendoza) y el Monte Everest (Nepal) ¿Qué te motivo para hacerlo?
-Yo había trabajado durante 10 años sin parar y con éxito como actor. Recuerdo que estudiaba teatro con Betiana Blum, quien me preparó con un amor increíble, una maestra absoluta y así en cada uno de los castings: fui al de Canto Rodado, en Canal 13, sin decirle a nadie que me estaba preparando ella, me dejó que yo me lo ganara por la mía. Empecé a trabajar ahí en el 93 y nunca más paré. Encontré a Marcelo Rey, mi representante, mi mentor, mi amigo, fue como un padre en mi primera adultez y me acompañó.
En 2003 ya tenía 10 años de carrera encima, había hecho Chiquititas, Muñeca Brava, había trabajado con Alejandro Doria, con María Herminia Avellaneda, con Diana Álvarez, Alta Comedia, y algo lo hizo frenar. “Había hecho de todo y venía con un super mega carrerón. En 2002 había terminado de hacer 099 Central y reparo en que durante todo ese tiempo había trabajado de lunes a domingos todos los días sin parar. Tuve una charla con mi representante y me preguntó cuánto tiempo quería parar. Y le dije un año. A él le pareció maravilloso que a partir de ese momento solo nos íbamos a hablar como amigos por un año. Se lo agradecí tanto, fue tan generoso”, reconoce y sigue agradeciendo.
“A mi camioneta Toyota, que aún conservo, le engaché una casa rodante y me fui a recorrer la Argentina. Desde La Quiaca bajé por la ruta 40. Paré dos semanas a vivir en Pampa del Leoncito, arriba, donde están los observatorios. Bajé de ahí hasta Uspallata y vi el Cerro Aconcagua a lo lejos. Me partió la cabeza y me di cuenta de que quería eso, escalar, subir. llegué a Uspallata, busqué a la persona que más sabía sobre el Aconcagua, me presentan al guía y ahí nomás le pedí subir. Ahí empezó la aventura, casi una locura”, cuenta sin parar ni a tomar aire, reviviendo la emoción de aquel momento.
Y sigue: “El guía me dijo que para probar que realmente tenía ganas, fuera a escalar el Sarnoso, que es el cerro más alto de Uspallata. Me dijo que iba a bajar exhausto, pero si bajaba con ganas, al día siguiente salíamos para el Aconcagua. Bueno, efectivamente bajé exhausto del Sarnoso y me dice: ¿Tenés ganas de joder todavía? Dije que sí. El guía era el Indio Pizarro, y me mandó con su compañero que ya tenía cuatro cumbres escaladas en el Aconcagua”.
-Y ahí arrancó la aventura a pleno.
-Sí, nos fuimos en febrero, fuera de temporada, tardamos veintitantos días y bajamos antes de mi cumple de 31. Fue maravilloso. Estar en la cumbre del Aconcagua después de tantas cosas fue inesperado: haber ido a buscar esa aventura y que esa montaña me fuera tan amena. Aunque realmente es dificilísimo, no te creas que es algo sencillo, pero la montaña me malcrió. Me dijo que me iba a sacar todo, pero si yo daba todo, me daría la cumbre.
-Capítulo aparte para María Susini, tu mujer. ¿Como nació esa maravillosa historia de amor?
-Bueno, fue bastante insólito. Tengo un amigo de siempre, que se llama Beto Pironti, quien ha trabajado con marcas toda la vida y es un capo en el marketing y demás. Habíamos trabajado juntos varias veces y nos hicimos amigos. Un día me llama, por ese entonces yo ya había terminado una relación de 10 años y habían pasado ocho meses. Facundo, tengo la mujer de tu vida, es María Susini, me dice. Yo, por supuesto, la conocía de haberla visto desfilar. Le pregunté por qué estaba tan seguro. “Porque encaja con vos la personalidad, es para vos, es vos en mujer”, me la define. Él estaba en Pinamar y me pidió que viajara para allá y me fui volando porque no tenía relación con nadie y me generó mucha intriga. Y además me gustaba la idea. Pero llegué a Pinamar y ella ya se había ido porque tenía un desfile en Buenos Aires.
-Qué garrón. ¿Y qué hiciste?
-Me quedé en la casa de Beto por un par de días y no volvimos a hablar de este tema.
-¿Te la cruzaste en algún evento después?
-Fue increíble, porque Pablo, un íntimo amigo mío que no conoce a Beto, me llama un día y me dice lo mismo: “¡Facu, tengo a la mujer de tu vida para presentarte!”. Me estaban haciendo un casting. Me río pregunto quién era. Me dice “María Susini, porque es como vos”. Y sigue diciéndome que me veía en la camioneta con los dos perros atrás que van cruzados y ella ahí. Le pedí que organizara un asado. Invitaron a María, pero no llegaba nunca y ahí les dije que evidentemente no era para mí. Al final, María llegó como dos horas y media tarde.
-No te quiero interrumpir, pero ¿qué le había pasado?
-Se había pegado un tortazo patinando y se clavó unos palos en la mano, de una forma bastante horrible, se le habían enterrado las astillas como si fueran escarbadientes. La mano le sangraba mucho y la tenía envuelta con un trapo. Muy raro. La dueña de casa fue a buscar un botiquín. Ahí estábamos ella y yo. Le empiezo a desinfectar la mano, pero en un momento ya tenía que sacar las astillas. Le dije que te va a doler mucho. Me mira a los ojos y me dice: “Está todo bien”. Empiezo a sacar despacito, la miro y ella me estaba mirando absolutamente apacible, con media sonrisa y al mismo tiempo una lágrima que cae. ¿Entendés, Canosa? Y cuando vi eso, me estalló el alma.
-Ay, me muero de amor. Qué ternura. Seguí contándome.
-Fue como si me cayera un rayo en la espalda, no lo podía creer, pero es algo que yo después con los años escuché a otra gente a la que le pasó lo mismo. Desde ese día no nos separamos nunca más.
Facu y María tienen tres hijos y son muy felices: “India va a cumplir 16 en dos meses, y los mellizos Yaco y Moro, van a cumplir los 15 el 19 de octubre. Mi papá siempre me decía “yo no era mi amigo, soy tu padre”. En cambio, yo quiero ser amigo de mis hijos. Por supuesto que siempre y cuando tengamos claro que primero soy su papá, pero quiero ser un papá muy amigo y muy compañero de mis hijos. En las buenas y en las malas. Nosotros tenemos nuestro rol de padres y tratamos de estar muy cerca de sus necesidades, más que nada las necesidades del alma. Nos gusta hacer que la pérdida de tiempo no sea perder el tiempo, sino perderse en el tiempo.
-Hablando de tiempo. ¿Qué significa el tiempo para vos y cómo te abstraés de las distracciones del afuera?
-Es verdad que hay muchas distracciones y uno necesita ir filtrando, eligiendo y priorizando cómo disfrutar del tiempo. Sobre lo pasado, trato de poner un punto de disfrute, de piedad, de perdón en lo que tenga que perdonar. Y trato de ir a cada persona a la que me parezca que le debo algo, una palabra, una explicación, un abrazo… y dejar todo lleno de lindas cosas. Trato de hacer eso por mi historia. Y hacia el futuro trato de ser un genio, es decir, de usar toda la experiencia de toda mi vida para poder disfrutar a full cada momento. Por ejemplo, hacer una gira soñada con la obra más linda del mundo en cada teatro donde voy. Con esa obra no me senté a esperar a que ocurriera; lo programé con tiempo, desde antes del verano sabía que tenía un programón. Seguir viaje con la familia donde sea, ir a surfear o a la montaña. Tenemos un tráiler genial con el que nos podemos meter en cualquier lado.
-¿Qué valor le das al dinero más allá de cubrir tus necesidades básicas?
-Cuando yo era chico y adolescente no necesitaba la plata porque estaba todo el tiempo en mi casa dibujando, dibujando, dibujando, no paraba de dibujar y de soñar y en mis clases de teatro. Para las clases de teatro les pedía guita a mis viejos y me la daban, y para ir luego a tomar algo con mis amigos y qué sé yo, mis viejos me daban guita, no había problema. A los 21 años empecé a trabajar en la tele y nunca más en toda mi vida tuve problemas de plata. Jamás dejé de pagar cuentas ni tuve problemas financieros. Tuve la casa que quise, el auto que quise, digo, con todo lo que se puede comprar con plata, pero no hubo guita en el mundo que me pudiera sacar las lágrimas que tuve que llorar para paliar mis tristezas, aunque también siempre traté de vivirlas con alegría.
-Para ir cerrando porque se viene otra función. ¿Con quiénes te sentarías a comer un asado y a conversar sin tiempo?
-Me sentaría a comer un súper asado con mi familia, con los míos que están allá arriba, mis amigos: Rey, como te conté; mi amigo Cali que murió cuando éramos muy chicos; con todos los míos y los invitaría a ese asadazo y no hablaríamos de nada en particular: nos daríamos abrazos, nos reiríamos a carcajadas, disfrutaría de las texturas de esos cachetes a los que besé alguna vez y pediría todos los atardeceres de mi existencia para poder contemplarlos y acordarme de todos. Canosa, te mando un abrazo grande. No bajes nunca los brazos porque estoy seguro de que si en aquel momento, con todas las cosas que me pasaron, yo no bajé los brazos fue porque estaba seguro que en el futuro que es hoy habrá mucha luz. No aflojes. Más vale morir con el alma sonriendo que vivir con el alma triste. Siempre es un placer conversar con vos, respetando cada palabra que digo y reproducirla como tal. Por miles de cafés y charlas con vos.
Así se despide Facu, a quien veré esta semana en el Teatro Astral para disfrutar una vez más de un unipersonal imperdible. ¡Arriba el telón!