El grave problema de la coaliciones de gobierno en un sistema hiperpresidencialista
El funcionamiento del esquema de coaliciones depende de la flexibilidad del sistema institucional para sortear las crisis.
La Argentina de estos tiempos esta desbordada de interrogantes. Pero tal vez el más importante, el que se puso en cuestión en estos días de profunda crisis, es si las coaliciones de gobierno son viables en países, no solo hiperpresidencialistas, sino además, hiperpersonalistas.
Lo ocurrido la última semana es un gráfico evidente de lo que se cuestiona. La coalición de gobierno perdió las elecciones el domingo pasado. Las visiones sobre como se sigue adelante y como se remonta el resultado para noviembre, fueron sutilmente diferentes. Según parece, la poderosa vicepresidente quería un refresco de gabinete inmediato y el presidente uno después de noviembre, donde queda claro, que van a volver a perder.
Y explotó la crisis dentro de una coalición de gobierno, donde un sector tiene un peso político muy superior a los otros y ese sector lo lidera la Vicepresidenta, no el Presidente. Durante toda la gestión anterior, los analistas especificaban que, incluso en el peor momento del kirchnerismo, en las legislativas de 2017, Cristina Kirchner mantenía un voto sólido de entre 30% y 35%. Por su parte, Sergio Massa, que se sumó a la coalición a último momento, tuvo en 2015 unos 20 puntos porcentuales y las encuestas de principios de 2019 le otorgaban entre 12% y 15% de intención de voto.
Es matemáticas: si en el peor de los casos Cristina aportaba un 30%, y también en su escenario más débil, Massa aportaba 12% y el Frente de Todos obtuvo 48% de los votos, el presidente Alberto Fernández encabeza el sector con menos potencia electoral de la coalición (6%).
Es más, es la elección del domingo pasado, tras la derrota, el gobierno volvió a los niveles de 2017, es decir, todo voto puro, fiel y leal de la propia Cristina, y no hay un solo dato que indique que haya perdido esa base electoral y la composición del voto en esta última elección sea diferente. Se volvió a la base y todo de uno solo.
Las experiencias de coaliciones de gobierno en Argentina, sean estas claramente definidas o difusas, han tenido diversos destinos y características. La primera de ellas fue el gobierno de la Alianza y el liderazgo se definió por elecciones. Fernando De la Rúa por la UCR, venció en internas a Graciela Fernández Meijide del Frepaso, fue candidato a presidente y por elección popular fue quien gobernó. Al margen de sus errores, su gobierno empezó a desmoronarse cuando el vicepresidente Carlos “Chacho Alvarez, representante del Frepaso, abandonó la gestión. Síntesis: el liderazgo se dirimió antes de llegar al gobierno, pero este se derrumbó al romperse la coalición.
La segunda coalición gobernante fue similar a la actual, en el sentido en que la articularon dos hombres muy distintos, pero miembros del mismo partido (Justicialismo); y fue el acuerdo entre Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner en las elecciones de 2003. Duhalde en ejercicio de la presidencia, buscaba un sucesor. Eligió a Carlos Reutemann ex gobernador de Santa Fe. Por motivos misteriosos “el Lole se bajó, y el líder bonaerense buscó posicionar al cordobés José Manuel De la Sota. Trató, insistió, se empeñó y De la Sota no alcanzaba (se dijo entonces) a “mover el amperímetro". No medía mas de seis puntos con todo el apoyo del gobierno nacional. A regañadientes, Duhalde recurrió a Kirchner y en una extraña elección el santacruceño con 22% salió segundo, pero ganó.
Tanto fue una alianza, que Duhalde le impuso a Kirchner medio gabinete. Tanto lo fue, qué durante dos años, Néstor dependió del bloque duhaldista en diputados para sacar sus leyes. El bloque puramente K en la Cámara Baja, apenas superaba los 20 legisladores. Y cuando Duhalde impuso medio gabinete, no solo puso a José Pampuro y Aníbal Fernández, especialmente dejó a un superministro: Roberto Lavagna manejando la economía.
¿Cómo se terminó de dirimir el liderazgo? En elecciones. La coalición de gobierno no duró justamente por el hiperpersonalismo. Néstor quería mandar, y Duhalde también. En 2005, el líder histórico del peronismo bonaerense mandó como candidata a Senadora por el distrito a su esposa: Hilda “Chiche Duhalde. Y Kirchner, dispuesto ahora sí a disputar el poder y liberarse de su promotor, lo enfrentó con su propia esposa: la entonces Senadora Cristina Fernández de Kirchner. Ganó esta última, en territorio duhaldista y se liberó de la necesidad de la coalición: el bloque K pasó a ser mayor que el de Duhalde y luego lo absorbió en un par de meses. Néstor despidió a Lavagna y entro Felisa Miceli. Fletó a Pampuro y llegó Nilda Garré. Aníbal Fernández se hizo K. Chau coalición.
En 2007 hubo una minicoalición. El kirchnerismo gobernante se alió con el radicalismo K, básicamente compuesto por gobernadores radicales del interior con mucha capacidad de aportar victorias en sus provincias. De ese acuerdo surgió una coalición muy desigual: “Cristina, Cobos y vos". Como siempre, vos quedaste afuera al día siguiente, pero Julio Cobos no tardó mucho más. Cuando se produjo el voto “no positivo de la 125, hacía rato que a Cobos no lo dejaban entrar a la Rosada. Cristina, recién electa Presidenta, hizo uso de toda su disposición y poder y anuló a Cobos que proponía algunas diferencias. Se quedó con los gobernadores radicales K, que pasaron a ser exclusivamente K, como Julio Zamora, de Santiago del Estero. Cabe preguntarse si en dicha alianza, los radicales K aportaron mucho menos que el 6% que el actual Presidente le aportó a la victoria del Frente de Todos en 2019.
La última coalición de gobierno fue Cambiemos. El parecido con la Alianza radicó en que el liderazgo se dirimió antes de alcanzar el poder, en elecciones. Categóricamente Mauricio Macri se impuso a sus aliados y quedó claro quien gobernaría. Pasaron tensiones internas diversas durante la gestión, pero la coalición se mantuvo unida durante el gobierno, y especialmente en el Congreso, lo que le permitió, pese a los avatares y los juicios de valor sobre la calidad de la administración, terminar el período.
Por fin, llegamos a la actual coalición de gobierno que describimos en los primeros párrafos. ¿Es posible que la coalición subsista en un sistema político y con una concepción social hiperpersonalista, sin que el liderazgo quede definido en forma explícita? ¿Cómo se gobierna sin pandemia, cuando el poder no reside en quien formalmente lleva la presidencia? La sociedad, el periodismo y los analistas, esperan, ansiosamente, saber quien manda. Y sospechan que ese no es el presidente. Tal cosa, ¿lo debilita o lo fortalece ante la gente?
Por lógica, la coalición debería subsistir si quien tiene el poder formal se limita a ejecutar los mandatos de quien detenta del poder real. Pero no parece ser, al menos en todos los temas, la intención de Fernández. Tampoco parece en capacidad de hacer “la gran Néstor y enfrentar al kirchnerismo en una elección, aún cuando se aliase con Massa, simplemente porque la “hiperpersona en argentina es Cristina Kirchner.
Los resultados de la última crisis que parece haber terminado ayer, dejan una muestra clara. El presidente y su vice con visiones diferentes. El primero se niega a llevar a cabo las medidas de la segunda, quien como respuesta le vacía el gobierno y lo prende fuego en una carta pública. El presidente retrocede, se desprende de su colaborador más íntimo (el ex vocero Biondi) por exigencia de la vicepresidenta. Cambia el rol de quien era su jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, y entrega ministros como Nicolás Trotta o Sabina Frederic, que eran objetivo directo de Cristina, parte de los "funcionarios que no funcionan" como había dicho, pero del riñón de Alberto. Y los cambios terminan ocurriendo cuando la ex presidente quería que ocurran.
Las coaliciones de gobierno europeas funcionan porque el sistema institucional se lo permite. El parlamentarismo tiene características tales que, de ocurrir algo como lo que pasó esta semana, el primer ministro puede disolver el parlamento, con el su gabinete y llamar a elecciones, para legitimarse o cambiar la administración. Y ya está, nada de eso es un drama, la alianza gobernante se reconfigura, consigue nuevos apoyos o no lo hace y surge otra alianza que gobierne.
La serie Borgen es una gran pintura del funcionamiento del sistema, en ese caso en Dinamarca. En algo se parece a la situación argentina. Se constituye una alianza donde, el único modo de llegar a un acuerdo es ofrecerle la primera magistratura a una persona que representa el sector con menos votos de la coalición. La diferencia está en que, cuando ella pierde el apoyo del sector mas poderoso de esa coalición, lo deja de lado, porque consigue el apoyo de otro sector y cuando la cosa se agrava, disuelve el gobierno, llama a elecciones y simplemente, pierde, sin crisis institucional.
La Argentina no tiene esa facultad. Por manda constitucional, deposita el poder de administrar completo en una sola persona y por un plazo fijo e irreductible, cuatro largos años. Por eso las crisis se agudizan y las soluciones no aparecen. Por eso es necesario que cuando una coalición no subsiste en términos armónicos, una facción se imponga a otra, como ocurrió ayer.