Hablar a gritos
En el libro “Hablar con los demás”, Máximo Paz revela con tono didáctico las claves para convencer y conmover al otro.
Una docente increpó con vehemencia a un alumno. Fue un arranque de ira a favor de la vicepresidenta Cristina Kirchner y en contra del expresidente Mauricio Macri en una escuela secundaria de Ciudad Evita, partido bonaerense de La Matanza. La sancionaron. El presidente Alberto Fernández creyó oportuno defenderla en su condición de profesor de la Universidad de Buenos Aires: “Que haya tenido el debate es formidable, porque invita a pensar». ¿A pensar o a taladrar el cerebro de aquel que piensa diferente, como si hablar a gritos fuera una fórmula eficaz para hacerlo cambiar de parecer?
A pensar, en todo caso, invita el libro Hablar con los demás, de Máximo Paz, publicado por La Crujía. En el aula no hubo un debate, sino una arenga. En tiempos de efervescencia política en Argentina, con una campaña mediocre para las elecciones de medio término, no pocos candidatos suponen que resulta efectivo alzar la voz y tener la última palabra. Los políticos no viven en una burbuja. Son el reflejo de una sociedad polarizada que antes de los estragos provocados por la pandemia vivía a gritos hasta en las redes sociales, con insultos y otras sandeces en mayúsculas contra aquellos que opinaban desde las antípodas.
Si todos miran y pocos ven, como señala Paz, todos hablan y pocos escuchan. No se trata de imponer una idea, sino de persuadir al otro para “lograr el sí para mí”. De “transformar la disposición de mi interlocutor”. Esa vía, la de la persuasión, no la del grito, “crea las condiciones para que surja la aprobación en nuestro interlocutor”, explica Paz, entrenador en oratoria y comunicación personal, y decano de la Facultad de Ciencias de la Educación y de la de Comunicación Social de la Universidad del Salvador, de Buenos Aires.
“Si la opinión es la superficie revuelta de un río en constante movimiento y cambio, la actitud es el lecho profundo en donde todo parece moverse a velocidad más lenta”, agrega. Es más fácil cambiar las opiniones que modificar las actitudes. La comunicación será eficiente si, al final de un discurso, el orador logra aquello que Paz llama despolarización. Convencer y conmover: “Alcanzar un sutil balance entre la utilización de la razón y la emoción en nuestro discurso”.
La sonrisa inicial pasa a ser un señuelo, porque, dice, “los seres humanos pensamos en términos de imágenes”. Y en eso deben reparar los líderes, “obligados a dar el ejemplo”. El efecto contrario de los vanos argumentos del presidente Fernández cuando, desencajado y a gritos, quiso justificar la fiesta de cumpleaños de su mujer en la residencia de Olivos con amigos, torta y champaña mientras regía el confinamiento obligatorio para la mayoría de la población a raíz de la crisis sanitaria.
En uno de los spots publicitarios de la campaña proselitista argentina, una candidata a diputada nacional menciona el “voto de ustedes”, como si ella no votara o, acaso, como si el elenco gubernamental y opositor estable viviera en otro país y no debiera acatar las normas. La falta de debates, otra deuda de los políticos con la sociedad, lleva a muchos a enamorarse de sus sermones en lugar de enriquecerlos con otras visiones. La empatía, sugiere Paz, no significa ser simpáticos, sino saber calzarnos los zapatos del otro.
Jorge Elías
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