Intrigas de palacio
La tensión continúa en Jordania después del supuesto golpe de palacio atribuido al hermanastro del rey Abadalá II. Por Jorge Elías.
El golpe de palacio que sacudió a Jordania dejó más dudas que certezas. El hermanastro del rey Abadalá II, Hamza ben Husein, de 41 años, resultó ser el principal implicado en un aparente intento de “desestabilizar la seguridad de la patria” con el apoyo de fuerzas extranjeras y de líderes beduinos, según el viceprimer ministro, Ayman Safadi.
Hubo entre 14 y 16 detenidos. Hamza permanece bajo arresto domiciliario en Amán. Su madre, la reina Noor, cuarta esposa del rey Husein, nacida en Estados Unidos, salió en defensa de su hijo mayor frente a aquello que tildó de «calumnia malvada».
Un culebrón en toda regla. Hamza era el príncipe heredero hasta 2004, cinco años después de la muerte de su padre, el rey Husein, por cáncer de estómago.
Abadalá II, de 59 años, decidió despojarlo de ese derecho, más allá de que fuera el favorito del padre de ambos, y otorgárselo a su hijo mayor, Husein, de 27 años, que lleva el nombre del abuelo.
El complot se produjo en vísperas del centenario de la monarquía, el 11 de abril. ¿Fue consecuencia del resentimiento de Hamza o de la necesidad del actual monarca de blindarse en el poder con el respaldo de sus aliados occidentales, como Estados Unidos; del Golfo, como Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos; Egipto, e Israel, entre otros?
Con su vecino Israel, separado en un tramo de la geografía por el Mar Muerto (un lago, en verdad), Jordania cumple a rajatabla el acuerdo de paz firmado en 1994, antipático para la población, mayoritariamente palestina.
El general Benny Gantz, ministro de Defensa de Israel y rival de Benjamin Netanyahu, ratificado ahora por el presidente Reuven Rivlin para formar un nuevo gobierno después de cuatro elecciones en dos años, se mostró a favor de «una Jordania fuerte y floreciente”, pero no dejó de pasarle factura al primer ministro de su país: “Es el que está tratando de llevar a cabo un golpe de Estado».
Rencillas domésticas al servicio de su causa después de haber sido candidato a primer ministro. Algo usual en la política internacional. En la intriga palaciega de la monarquía constitucional hachemita de Jordania, Abadalá II mantiene amplios poderes para designar gobiernos, aprobar leyes e inclusive disolver el Parlamento.
Se trata, a los ojos del exterior, de una suerte de oasis en el convulso Medio Oriente. ¿Lo es? Entre traiciones y conspiraciones en la cúpula del poder, Hamza y los suyos pudieron haber capitalizado el descontento popular por las sospechas de corrupción y por los diez años de guerra en Siria, el socio comercial número uno de Jordania.
Ese malestar data de las revueltas durante la Primavera Árabe, abortadas por las fuerzas de seguridad en 2011. Las reformas constitucionales exigidas desde entonces, entre las cuales prevalecía la lucha contra la corrupción, cayeron en saco roto.
La pandemia, con pocas vacunas y más de 7.000 muertos desde marzo de 2020, empeoró aún más la situación con la contracción de la economía y el aumento del desempleo. Tres de cada 10 jordanos viven bajo el umbral de la pobreza, según el Banco Mundial.
Caldo de cultivo de una efervescencia creciente, con el agravante del aumento de los impuestos. Caldo de cultivo, también, de la aparición y la desaparición de los Hermanos Musulmanes, organización primero leal al régimen y luego disuelta por el aparato de seguridad. ¿Hubo un conato de golpe de palacio o un golpe de efecto en Jordania?
En marzo de 2020, el príncipe Mohamed bin Salmán, rey de facto de Arabia Saudita que quedó impune tras el crimen del periodista Jamal Khashoggi en el consulado saudita de Estambul, en octubre de 2018, mandó arrestar a un tío y dos sobrinos por un supuesto complot para derrocarlo o, en realidad, arrebatarle el mando.
Una forma de atornillarse en el trono después de haber emprendido una cruzada contra la corrupción con el arresto en un hotel de lujo de Riad de 381 personas. Entre ellos, empresarios, ministros, exministros y, al menos, 11 príncipes. Un escarmiento para la tribuna.
Jorge Elías
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