Es evidente que la clase política tiene pensado llegar hasta el límite. Ayer, decenas de miles de argentinos marcharon con piedras, no blandiéndolas de modo amenazante, sino con el nombre de sus seres queridos muertos, y las depositó frente a la Casa de Gobierno y la Quinta de Olivos.

Un pueblo dolorido, manso, tal vez anestesiado por tanto parecimiento y tanta desilusión. Cada uno dejó su piedra entre sollozos, dándole su adiós a aquel que no le permitieron despedir "por la pandemia".

Mientras tanto, la política vive en otra dimensión. Fiestas de cumpleaños o lo que fuese, todos los bandos hicieron uso de sus privilegios de casta durante el confinamiento general y el mensaje del terror.

Y hoy, mientras los deudos marchan con sus piedras, se agravian, creen aprovechar el error estúpido de su rival, pero nadie les cree.

Es difícil saber hasta cuando durará la anestesia o si alguna vez dejará de surtir efecto, pero el desánimo nunca es mas que una pequeña ventaja momentánea para ganar tiempo. Si la política no se acerca a la gente, si no entiende y atiende sus padecimientos, está condenada.