La “Muerte Digna” ya es ley
Los pacientes terminales podrán declinar "medidas de soporte vital" cuando sean "desproporcionadas en relación a las perspectivas de mejoría", destacó Susana Bustamante, madre de Melina González y una de las impulsoras de la norma.
Tras más de cuatro horas de debate, el Senado convirtió en ley por 55 votos a favor el proyecto de muerte digna que reconoce el derecho de los pacientes "a aceptar o rechazar determinadas terapias o procedimientos médicos o biológicos con o sin expresión de causa, así como también a revocar posteriormente su manifestación de voluntad".
La iniciativa indica que el paciente terminal puede rechazar procedimientos, cirugías y "medidas de soporte vital, cuando sean extraordinarias o desproporcionadas en relación a las perspectivas de mejoría" pero lo obliga a expresar su postura al facultativo, quien antes lo habrá informado sobre su real estado de salud, los tratamientos posibles y sus consecuencias.
También se establece que, en el caso de que el paciente se vea impedido de dar su consentimiento, serán sus familiares o los responsables legales quienes deberán dar a conocer la decisión de prolongar la agonía por medios artificiales. Esta norma no implica la legalización de la eutanasia ni el suicidio asistido.
El debate sobre la muerte digna cobró especial relevancia tras el caso de Camila. La beba nació muerta el 27 de abril de 2009, pero fue reanimada. No le funciona ninguno de sus sentidos y tampoco tiene conciencia. Respira y se alimenta de manera artificial. Sus padres reclaman precisamente "una muerte digna" para la pequeña, que ya cumplió 3 años y pasa sus días internada en el Centro Gallego de Buenos Aires.
Por Continental, Susana Bustamante, madre de Melina Gonzalez y una de las impulsoras de la flamante norma, celebró su aprobación.
Melina tenía 18 años cuando murió en el Hospital Garrahan, el 1 de marzo de 2011. Había quedado tetrapléjica, su columna estaba partida en dos y había sido sometida en 2009 a una operación por un tumor maligno en la columna. La suya había sido una larguísima lucha contra una enfermedad degenerativa que comenzó cuando tenía tres años.
Los médicos la habían sedado cinco días antes para aliviarla de sus tremendos dolores físicos y el agotamiento espiritual que sufría por la lucha judicial que decidió llevar adelante para que su caso fuera testigo de gente que, como ella, pide morir en paz, recordó en Magdalena Tempranísimo.