Antes de la creación de las PASO, la selección de los candidatos que componían la oferta electoral de cada partido, la hacían no más de diez dirigentes en una noche de copas. Armaban la lista, discutían un poco, el que tenía mas poder imponía los mejores lugares, cedían un poco cada uno y ahí está, que el elector haga lo que pueda con lo que tiraban en la boleta.

Es cierto que desde que se sancionó la ley de PASO, los mismos dirigentes hacen esfuerzos desesperados por mantener esa supremacía sobre los demás mortales, y en la mayoría de los casos lo logran, pero con una diferencia. Los sectores minoritarios de los partidos, antes sometidos al oficialismo partidario, tienen una opción de presión: "mirá que voy a primarias y ganame".

El perionismo tradicionalmente escapó a estos esquemas, su estructura vertical histórica y la existencia continua de liderazgos a la antigua usanza, así como la poca costumbre de sus afiliados de participar en elecciones internas, le facilitaron eludir las PASO.

Los radicales tienen menos problemas con las internas, casi que son su hábitat natural, aunque es cierto, proliferan las listas únicas que evitan la competencia interna.

Ahora, del PRO se esperaba otra cosa. Es un partido moderno, nacido a la luz del Siglo XXI. Es real que hasta la derrota de 2019, el liderazgo indiscutido de Mauricio Macri hacía que todo candidato o precandidato, buscará la bendición del paters.

Pero ese liderazgo hoy ya no existe. El PRO tiene una polarización de referentes aspirantes al liderazgo del espacio con toda legitimidad. Por enumerar: Patricia Bullrich, María Eugenia Vidal, Horacio Rodríguez Larreta, y si incluímos al radicalismo, Martín Lousteau, Alfredo Cornejo, y hay etcéteras.

Y eso siempre es bueno, apunta a la renovación generacional y a la vida democrática. Que los dirigentes se midan frente a la gente es deseable, genera liderazgos genuinos y legítimos.

Pero el PRO también defrauda en eso. Que si va tal yo me bajo, que andate a la Provincia, que "hay que evitar las primarias" ¿Por qué hay que evitarlas? Bueno, la respuesta es simple y es única: para sacarle facultades de selección a la gente y mantenerlas dentro del círculo rojo de los diez capitostes de turno.

El PRO pudo ser el partido político que meta a la Argentina en este siglo, con un grado de democracia interna de niveles europeos, con amplia participación social. A la larga, esa mecánica podría haberlo llevado a encabezar la política de los próximos años.

Pero no. Eligió ser un partido como todos, con reyertas baratas que muestran el escaso nivel democrático de los dirigentes, lo que exhibe que, como todos, solo buscan el poder a costa de la gente. Un desperidicio y un papelón.