La coherencia de Argentina
El retiro de Argentina del Grupo de Lima supone un guiño al régimen de Maduro, acusado de violar los derechos humanos. Por Jorge Elías
No pudo elegir mejor fecha el gobierno de Argentina para retirarse del Grupo de Lima en discrepancia con el supuesto aislamiento de Venezuela. Lo hizo el 24 de marzo, aniversario del cruento golpe militar de 1976.
Más coherencia, imposible. El régimen de Nicolás Maduro comete crímenes de lesa humanidad, como lo corroboró la expresidenta chilena Michelle Bachelet, alta comisionada para los Derechos Humanos de la ONU, pero los Fernández, Alberto y Cristina o viceversa, pasan página con la excusa del vil intento de “aislar al gobierno de Venezuela y a sus representantes” con el reconocimiento como mandatario interino de Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional”.
Un día antes de esa decisión, Argentina y otros países apoyaron en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU una resolución que condena “el impacto negativo de las medidas coercitivas unilaterales en el disfrute de los derechos humanos” en Venezuela, Cuba y otros paraísos democráticos. Una suerte de defensa de la soberanía de sus gobiernos, más allá de la crisis humanitaria de sus pueblos, para evitar las sanciones de Estados Unidos y la Unión Europea contra jerarcas de esos regímenes como Alex Saab, testaferro de Maduro detenido por blanqueo de dinero desde el 12 de junio de 2020 en Cabo Verde. Espera ser extraditado a Estados Unidos.
En tiempos de coronavirus y en vísperas de Semana Santa, nada más acorde con Poncio Pilatos: Argentina “se lavó las manos” o, más a tono con la vicepresidenta en ejercicio de la presidencia que con el presidente en ejercicio de la aquiescencia, optó por desmarcarse del conglomerado de 14 gobiernos que procuró alentar el diálogo interno desde 2017, a la sombra de 127 muertes, para alcanzar un acuerdo en Venezuela.
¿Facilita el diálogo la salida de Argentina? Maduro se golpea el pecho después de haber tildado de “tibio y frío”, con “piel delicadita”, a Alberto Fernández, vía Diosdado Cabello, expresidente de Asamblea Constituyente.
Ese engendro, creado en 2017 para reformar la letra constitucional sin haber redactado una sola línea, vino a ser el contrapeso de la Asamblea Nacional, dominada nuevamente por el régimen desde 2021 a raíz de la torpeza de la oposición en desertar de las elecciones por no limar sus asperezas. La egolatría y la estupidez, como ocurrió en las legislativas de 2005, primaron sobre la necesidad de cerrar las heridas en beneficio de la ciudadanía.
Todo queda a expensas de la comunidad internacional, como si los venezolanos no fueran capaces por sí mismos de solucionar sus asuntos domésticos. La no intervención, alentada por los presidentes norteamericanos George Washington y Thomas Jefferson, así como por las doctrinas Calvo, Drago y Estrada en América latina, implica lavarse las manos frente a los dilemas de otros países en beneficio del interés nacional.
De haber sido indiferentes Venezuela, México y otros ante el dilema del terrorismo de Estado en Argentina y el Cono Sur durante los años setenta y ochenta, muchos no declamarían ahora su devoción por los derechos humanos a pesar de sostener a regímenes que, como el de Nicaragua, después de haber andado “su camino a la gloria”, no vacilan en violarlos en forma sistemática.
El gobierno interino de Guaidó tuvo un pecado original: ser reconocido en primer término por Donald Trump. Una bendición para Maduro, embarcado en las teorías de la conspiración y del inminente desembarco de marines en su territorio con el apoyo de su aparente archienemigo Iván Duque, presidente de Colombia. Algo que nunca sucedió.
Los fantasmas de consumo doméstico enarbolaron en otros confines la perenne lucha contra el imperialismo yanqui, de modo de cargar tintas en las maldades ajenas, que abundan, sin reparar en las propias, que también abundan.
El relato de un pueblo sofocado por la presión de un gigante, al mejor estilo de la dictadura cubana de los Castro encarnada ahora en Miguel Díaz-Canel, caló hondo en los defensores de la democracia y de los derechos humanos en la región. Excepto en Cuba. Ante todo, la coherencia, más allá de la exaltación de la autocracia como sistema de gobierno.
Una reivindicación del pensamiento único, sin disenso, que soslaya el aluvión de exiliados por razones políticas y económicas. ¿Qué debe hacer la comunidad internacional frente a las denuncias contra una tiranía que da luz verde a la inteligencia cubana y cuenta con el apoyo de China, Rusia e Irán?
“Las sanciones impuestas por Estados Unidos y la Unión Europea contra allegados al régimen chavista se intensificaron a partir de 2017 debido a su continuo fraude electoral para permanecer en el poder, al aumento de su represión y a su negación a convocar elecciones democráticas y permitir la ayuda humanitaria”, señala Rubén Perina, doctor en relaciones internacionales por la Universidad de Pensilvania.
La no intervención, cual escudo, agrega, “ha sido utilizada por dictadores para ocultar y proteger su tiranía, su abuso de poder, sus atrocidades humanitarias y violaciones a los derechos humanos y políticos de sus oponentes, incluyendo sus crímenes de lesa humanidad”.
Para los Fernández, “las sanciones han afectado el goce de los derechos humanos de la población venezolana, de acuerdo con lo que se constata en el informe de la Relatora Especial sobre las repercusiones negativas de las medidas coercitivas unilaterales en el disfrute de los derechos humanos”. La represión resultó ser culpa de la pandemia, aunque fuera previa, y de los gobiernos de Trump, Duque, Mauricio Macri y otros. Esa culpa, la de los otros, deriva en un aparente deseo puertas adentro de acallar a aquellos que discrepan con el pensamiento único. Pura coherencia a 45 años del último golpe militar en Argentina.
Jorge Elías
Twitter: @JorgeEliasInter @Elinterin
Instagram: @JorgeEliasInter @el_interin