La era del Rey Wilferico, "El Imbécil"
¿El siglo XXI es el de la entronización del marmota? Cualquier pelafustán es idolatrado, concentra la atención popular, y vive una fama efímera a la que todos parecen aspirar, sin ningún recurso para ello.
Uno de los mas actuales personajes del genial grupo Les Luthiers, es Wilferico, "El Imbécil", rey de Gulevandia, creado por Daniel Rabinovich. El tipo era apodado de ese modo, porque claro, era un perfecto mequetrefe.
El reinado de la imbecilidad ha progresado muchísimo desde la obra del maravilloso grupo humorístico musical. Seguramente hayan colaborado bastante las redes sociales, pero parece haber, al margen de estas, un curioso avance de nuestra sociedad hacia el culto por la estupidez, el vacío, la nada misma.
La posición social que en tiempos de antaño ocupaban Aristóteles o Jean Rousseau, Pablo Neruda o René Favaloro, hoy esta reservada a Wanda Nara, Rusherking, las Kardashian o cualquier efímero y vacuo fenómeno. Hubo un tiempo en que los adolescentes repetían poemas de Mario Benedetti o cantaban temas de Queen o de Charly.
Ojo, no es esto una simple pataleta de un anciano que añora épocas pretéritas, alegando que todo tiempo pasado fue mejor. Estas pocas y vacilantes líneas son simplemente descriptivas o eso pretenden. Todo tiempo pasado, sencillamente, fue distinto.
Sin embargo no puede omitirse decir, que los aportes a la humanidad que son valorados para construír fama o idolatría por estos tiempos, son absolutamente nulos. Un youtuber es socialmente mas aclamado que el único medico del pueblo. Esto claro, alienta la imbecilidad de los entronizados que han alcanzado el alto sitial por haberse acostado con tres famosos, o por llevar un año con buena cantidad de reproducciones de un par de temas musicales de discutible calidad, en Spotify.
La anécdota contada por el conductor Beto Casella en su programa Bendita por Canal 9, y por Lola Cordero en Continental, sobre la actitud despectiva de Eugenia “la China” Suárez y el cantante Rusherking, hacia el periodista Horacio Pagani, es parte del basamento de esta teoría que podríamos llamar la “wilfericación” de la idolatría. Que así como se ha imbecilizado, se ha constituído en efímera.
Escritores, filósofos, esforzados fakires, compositores, artistas plásticos que otrora poblaban las cortes y tenían la admiración popular, deberán abstenerse de semejante ambición, que se encuentra ahora reservada para papanatas de la peor de las soberbias: la que no tiene respaldo, la que responde al neovalor de carecer de virtudes.