Preguntas al cielo
China y Estados Unidos mantienen su disputa por la supremacía mientras el mundo tiene más preguntas que respuestas. Por Jorge Elías.
Aquello que empezó en noviembre de 2019 como un pequeño brote de neumonía en el polo industrial de Wuhan, China, derivó en una plaga mundial. No sólo sanitaria, sino también económica y emocional.
La pandemia, al 12 de febrero de 2021 (12022021, ambigrama o capicúa que se lee igual si se gira 180 grados), se había cobrado 2.368.493 vidas. Sólo en Argentina, 50.029. Cifras estremecedoras, corregidas y aumentadas ahora, mientras el régimen de Xi Jinping celebraba el año nuevo chino, el del buey, y el ingreso en la órbita de Marte de la misión Tianwen-1.
Literalmente, Preguntas al Cielo, título de un poema de Qu Yuan, que vivió entre el año 340 y el 278 antes de Cristo. En China, esas preguntas al cielo obtienen como respuesta la capacidad de manipular el clima y sembrar nubes en medio de su territorio, de modo de hacer llover o crear nieve artificial según sus necesidades.
Un programa que, dicen las autoridades, ayudará en la asistencia de catástrofes, la producción agrícola, la lucha contra incendios forestales y de pastizales, así como en la gestión de altas temperaturas inusuales o sequías, pero preocupa a sus vecinos.
En especial, a India, aliado de Estados Unidos con el cual mantuvo en 2020 el peor incidente fronterizo desde 1975. En el ínterin, China también se trenzó con Vietnam y Filipinas, tuvo roces con Japón por las islas en disputa en el mar del este de China y ordenó el sobrevuelo de cazas sobre Taiwán.
Su arribo a Marte, en competencia con misiones de Estados Unidos y de Emiratos Árabes Unidos, resultó ser un prodigio de la tecnología después de haber sido el único país cuyo Producto Bruto Interno creció un 2,3 por ciento en 2020.
¿El más bajo en cuatro décadas?
En comparación con el resto de la humanidad, otro éxito mientras el equipo internacional enviado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) a Wuhan concluía, tras dos semanas de investigaciones celosamente custodiadas, que el coronavirus pudo haber tenido su origen en los murciélagos, no en un laboratorio.
La pandemia paralizó a casi todo el planeta, excepto a China, el país más poblado.
Joe Biden heredó de Donald Trump la guerra comercial y tecnológica y la politización de la peste. “El virus de Wuhan”, “el virus chino” o “el virus cruel de una tierra distante”, según Trump en plan electoral mientras su país era el más perjudicado.
En su primer contacto con Xi como presidente de Estados Unidos, Biden repasó las prácticas coercitivas del régimen chino; la represión en Hong Kong y contra los movimientos separatistas del Tíbet y la etnia musulmana uigur de la provincia de Xinjiang, y las amenazas contra la soberanía de Taiwán, entre otros excesos.
Asuntos internos de China, según Xi, como si la violación de los derechos humanos no excediera sus fronteras.
Cada uno defendió sus intereses, en realidad. Biden contempla puertas adentro un plan de infraestructura multimillonario con la anuencia de los inversores. Nada que ver con los programas de las primeras décadas del siglo XX que parieron el New Deal en los primeros 100 días de Franklin Delano Roosevelt en 1933 y el Estado de bienestar que, influido por la idea keynesiana de aumentar el gasto público, prosperó desde 1945 hasta la caída del Muro de Berlín, en 1989.
Tanto Estados Unidos como China en su pelea por la supremacía mundial enfrentan desafíos diferentes de los pretéritos, emparentados con la incorporación de nuevas tecnologías en el ámbito laboral y la reducción de las emisiones de dióxido de carbono para frenar los gases de efecto invernadero.
La tensión quedó en evidencia en la primera y única cumbre entre el secretario de Estado de Biden, Antony Blinken, y el diplomático de más alto rango del Partido Comunista Chino (PCCh), Yang Jiechi, realizada en Anchorage, Alaska. Reflejo del punto más bajo en décadas en las relación bilateral, con reproches mutuos y, en principio, facturas impagas.
El XIV Plan Quinquenal del Partido Comunista Chino (PCCh), aprobado en marzo, prevé fomentar el crecimiento con la demanda interna y la autosuficiencia tecnológica, pero ve con buenos ojos el Acuerdo Integral de Inversión (CAI) que Xi firmó con la Unión Europea al filo de 2021.
El CAI debe ser tratado por el Parlamento Europeo, algunos de cuyos miembros han sido sancionados por el régimen chino, al igual que legisladores británicos y canadienses, y académicos europeos, por la condena de la represión contra la minoría uigur en Xinjiang.
Eso ofrece una ventana de oportunidad para Biden en su afán de remendar el vínculo con Europa, dañado por Donald Trump.
En principio, China debería revisar su política de trabajo forzoso después de haber suscripto las convenciones de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y respetar los parámetros del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, donde se muestra cada vez más activa.
Preguntas al cielo, como la sonda enviada a la órbita marciana, sobre un régimen que muestra músculo, en lugar de espíritu de arreglo, en sus divergencias con Hong Kong y Taiwán, entre otros, mientras gana terreno en tierras lejanas como América latina con la apremiante provisión de vacunas contra el coronavirus.
Necesidades de coyuntura.
La de Argentina: obtener la ayuda de Biden para atenuar su deuda externa con organismos multilaterales sin descuidar las exportaciones a China, principal socio comercial después de haber desplazado a Brasil, y proveedor de la única esperanza contra la peste.
«El objetivo central de China, tal como se expresa en sus declaraciones de liderazgo, como el discurso China Dream del presidente Xi, y en documentos de políticas, como Hecho en China 2025, es posiblemente la creación de un Estado próspero y seguro”, pero también contempla un componente militar, según el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS).
Se trata de alcanzar una “posición estratégica por medios fundamentalmente mercantilistas, centrándose en controlar o dominar partes suficientes de la producción agrícola, las industrias extractivas y otros sectores de la economía global interdependiente de lograr tanto la seguridad del suministro como el acceso al mercado”.
En el caso de Argentina, “mientras que los gobiernos civiles históricamente habían otorgado fondos limitados a los militares desde la restauración de la democracia en 1983, los gobiernos peronistas de izquierda de Néstor Kirchner y de su esposa, quien lo sucedió, abrieron la puerta para la adquisición de equipo militar chino”.
Cristina Kirchner, agrega el CSIS, “entabló negociaciones con los chinos por 20 cazas FC-1 en 2015”, al final de su mandato. De haberse concretado la operación, “habría sido el mejor avión militar fabricado en China vendido a la región”. Era para brindar con baijiu, licor fuerte con el cual los funcionarios del régimen cierran sus tratos.
Jorge Elías
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