Reseña de “Somos las hormigas”: en marcha hacia el sentido
Un adolescente depresivo, que sufre abuso y tiene una familia disfuncional, es raptado por alienígenas. El decidirá si el mundo merece ser salvado. Por Daniela Minotti.
Pese a que “Somos las hormigas” (2016) está catalogada como una novela de ciencia ficción, su autor Shaun David Hutchinson presenta más bien una historia de pasaje de vida.
Henry Denton es un adolescente con un padre ausente, una madre alcohólica, una abuela con Alzheimer, un novio que se suicidó y un hermano y compañeros del colegio que lo molestan. A eso se suman los secuestros por parte de los extraterrestres.
Y en una de esas abducciones los alienígenas le asignan una misión: decidir si presionar o no un botón rojo que salvaría al mundo en los próximos 144 días. “Podría escribir mi nombre en el cielo y sería con tinta invisible”, piensa Henry, perturbado por las desgracias a su alrededor.
Cualquiera esperaría una narración pesada y abrumadora, pero Hutchinson logra matizar la oscuridad de los hechos con la voz sarcástica y perspicaz del protagonista. Es la ligereza y humor negro en la narración lo que construye un balance ideal para transitar la trama.
Esos contrastes se ven en varios aspectos de la obra. El suicidio de su novio Jesse, por el que siente culpa, las torturas de Marcus, el deportista popular de su escuela, y las burlas de su hermano y los demás, que lo llaman “Chico del espacio”, hacen que Henry se sienta diminuto. La vida no le muestra un mundo que merezca ser salvado. Y hasta siente cierto alivio por eso, porque destruir todo supondría liberarse del tormento diario.
El contrapeso lo trae Diego Vega, el nuevo chico de la escuela. Un joven que le ofrece confianza y que intenta mostrarle el bien en el mundo. Esa relación más la reconexión con Audrey, una vieja amistad, y el apoyo de personas que creen en él, como Ms. Faraci, su profesora de ciencias, comienzan a cambiar la perspectiva de Henry.
Queda el interrogante final de si debe presionar el botón rojo o no, ahora que distingue pureza en su vida. Y si se lo merece. Esa oposición del bien contra el mal, del sentido contra el sinsentido y de la fealdad contra la belleza se entreteje incluso en el ritmo de la novela.
El autor alterna entre reflexiones sombrías de la naturaleza humana y pasajes divertidos sobre las ironías del universo. Páginas desgarradoras con destellos de luz. Más allá de los extraterrestres, que son una excusa para cultivar el dilema interno en el protagonista de si continuar con su vida o no, la trama plantea la mirada que se puede tener ante las tragedias. Todo el que llora una muerte, una pérdida, una desdicha puede reconocer los que ya no son y los que siguen siendo. Y son esos que quedan, como Henry, los que pueden aferrarse al pasado o dejar ir lo vivido y entender que todo pasa, sin importar cuán real se sienta la llegada del fin de los tiempos.
Aunque el mundo sea tan pequeño como el de una hormiga, estas nunca se detienen. Siempre marchan. Incluso durante los momentos más turbulentos es posible encontrar belleza y, por tanto, sentido. Es posible salvar al mundo, pero, sobre todo, es posible salvarse.
Se podría creer que esta es la verdadera cuestión por la que transita el protagonista, con sus latidos esperanzadores que bombean la novela y convierten a esta obra en un trabajo conmovedor.