¿Alegría solo brasilera?
El saldo que dejó el histórico encuentro entre Dilma Rouseff y Cristina Fernández fue muy luminoso. Lamentablemente, por culpa de la mezquindad del gobierno argentino también hay que computar algunas sombras. En este balance corresponde primero celebrar lo positivo para que la alegría no sea solo brasilera.
El saldo que dejó el histórico encuentro entre Dilma Rouseff y Cristina Fernández fue muy luminoso. Lamentablemente, por culpa de la mezquindad del gobierno argentino también hay que computar algunas sombras. En este balance corresponde primero celebrar lo positivo para que la alegría no sea solo brasilera.
La confirmación de la alianza estratégica entre las dos economías más grandes de la región y el nuevo impulso que le van a dar dos mujeres fuertes, presidentas elegidas democráticamente por primera vez en sus países es la mejor de las noticias. Son los cimientos que permiten seguir edificando un sólido futuro en común. Duhalde, Lula y Néstor Kirchner hicieron mucho para enterrar los viejos prejuicios que aunque parezca una delirante mentira en otros tiempos nefastos desarrollaron hipótesis de conflicto armado entre ambos países. Por suerte ese recuerdo amargo hoy es una locura impensable. Que Argentina y Brasil trabajen hacia el Mercorsur y hacia el mundo espalda contra espalda es un dato extraordinario.
Nos beneficia a todos y no perjudica a nadie. Un foro común de empresarios permitirá venderle al planeta lo que necesita y a los argentinos aprender la cultura patriótica, potente y orgullosamente productiva de sus pares brasileños. Que la ciencia y la materia gris binacional construyan dos reactores nucleares con fines pacíficos o un puente internacional es un ejemplo de integración. En bioenergía y biocombustibles tenemos mucho que emular y los acuerdos ayudan. Hace tres años que Brasil se autoabastece energéticamente y que nosotros debemos importar el 63% de nuestro consumo.
La defensa a rajatabla de la democracia, los derechos humanos, la soberanía popular y el crecimiento con inclusión es el denominador común que fortalece este bienvenido abrazo político. Claro que todavía hay problemas y asignaturas pendientes. Por eso Brasil prometió comprar más productos argentinos. Para equilibrar un poco el comercio que tiene un déficit para Argentina de más de 4 mil millones de dólares. Son asimetrías que hay que ir corrigiendo con diálogo y buena voluntad. Pero ese no fue el lado oscuro de la visita. La parte negativa es responsabilidad absoluta del gobierno de Cristina.
A veces la grandeza que se demuestra hacia fuera con el pacto que se consolida con Brasil se transforma hacia adentro en chiquitaje incomprensible. En infantilismo político. Dejar que entren al almuerzo solamente a los medios y los periodistas adictos es una falta de respeto incluso para Brasil. De hecho Dilma antes de venir dio un reportaje conjunto en donde estuvo Página 12 pero también Clarín y La Nación. Diplomacia de lujo. Se invitó a un diario amigo del gobierno K pero no se excluyó a los dos más importantes del país. La cancillería brasilera sabe que racionalidad, prudencia y equilibrio no significan rendirse ante los adversarios ni bajar las banderas.
El mismo concepto equivocado y autodestructivo lo utilizaron contra la oposición. El único invitado no oficialista fue Hermes Binner, el gobernador socialista de Santa Fe. La política exterior debe integrar una agenda de estado y no utilizarse como una excusa para sacar ventajitas de patas cortas. El país somos todos. Los líderes políticos opositores de los distintos partidos representan una porción de los argentinos.
Los acuerdos entre Dilma y Cristina no son acuerdos entre el Partido de los Trabajadores y el Frente para la Victoria. Son alianzas para siempre entre Brasil y Argentina. En un análisis que intenta ser equitativo hay que decir también esto. Fueron sombras que no alcanzaron para ocultar las luces de lo bueno pero que existieron. Tal vez sirvan para alertar sobre los errores y corregirlos. Tal vez sirvan para que la tristeza tenga fin.
Dilma. Cristina, Lula