¿Se roba para la corona?
La misión del periodista en una sociedad democrática es buscar la verdad con la mayor rigurosidad y la mayor honestidad intelectual posible. No importa si esa verdad nos gusta o no. No importa donde tengamos nuestro corazoncito. Nuestra ideología no debe teñir la información pura y dura.
La misión del periodista en una sociedad democrática es buscar la verdad con la mayor rigurosidad y la mayor honestidad intelectual posible. No importa si esa verdad nos gusta o no. No importa donde tengamos nuestro corazoncito. Nuestra ideología no debe teñir la información pura y dura.
Es absolutamente imprescindible que el periodista defienda valores e ideas y no partidos ni candidatos. Le doy dos ejemplos. Si yo digo que la Asignación mal llamada universal para los hijos de desocupados y trabajadores en negro es una medida sumamente positiva eso no significa que yo me haya puesto la camiseta kirchnerista. Estoy de acuerdo conceptualmente con esa forma de combatir la injusticia social. Si esa medida la hubiera tomado Claudio Lozano o Elisa Carrió que fueron los primeros en instalarla me hubiera parecido igualmente buena. Si yo digo que la batalla obsesiva contra los periodistas independientes nos conduce peligrosamente a un discurso único y autoritario eso no significa que me haya puesto la camiseta de algún opositor.
Defiendo y defenderé la libertad de prensa como pilar de la república democrática mas allá de quien sea el que ataque ese derecho esencial. Si es Macri o un gobernador radical o un intendente del peronismo federal el que apunta contra la posibilidad de expresarse con pluralismo voy a estar en la vereda de enfrente. No lo critico solo porque es una característica del kirchnerismo.
Los intentos de erosionar la multiplicidad de expresiones son nefastos para todos los ciudadanos mas allá de quien sea el que de la orden. ¿Se entiende? Lo digo porque este fin de semana en mi columna dominguera del diario Perfil fui elogioso y crítico a la vez del oficialismo. Y recibí palos tanto de los que simpatizan con el gobierno como los que apoyan a las diversas oposiciones. Creo que los argentinos para tener una mejor democracia nos tenemos que permitir analizar lo que sucede con apasionamiento pero sin fanatismo. El apasionamiento nos ayuda a potenciar la voluntad de participar y de combatir las injusticias. El fanatismo nos encierra en un dogma intocable y nos hace cerrar los ojos ante lo que no nos gusta.
Los que odian ciegamente a los Kirchner me criticaron porque dije que según todos los indicios que dispongo la presidenta Cristina cortó los mecanismos de corrupción en su gobierno. Que le paró el carro a un par de empresarios que quisieron llevarle una valija de dinero y que ordenó no proteger a Ricardo Jaime ni a Héctor Capaccioli procesados por la justicia. Que redujo fuertemente el papel que juegan tanto Julio de Vido como Aníbal Fernández y que trata con distancia a Hugo Moyano a quien le dirigió un párrafo de su discurso con el que inauguró las sesiones ordinarias del Congreso de la Nación:” Quiero compañeros y no cómplices”. Me dijeron de todo. Que era puro maquillaje electoral de la presidenta fue lo más suave.
Simultáneamente los que aman ciegamente a los Kirchner me dieron con un caño porque dije que se cortó la corrupción que existía en vida de Néstor Kirchner y que el mismo había nombrado a De Vido, Capaccioli y Ricardo Jaime o Néstor Vallecca como jefe de la Policía Federal donde ahora Nilda Garré encontró una estructura corrupta de comisarios.
También me pregunté irónicamente si la presidenta podía ignorar o mirar para otro lado cuando su esposo compró tierras a precio vil en el Calafate que luego vendió por millones o adquirió dos millones de dólares con información calificada o colocó los famosos fondos de Santa Cruz en el exterior sin que los habitantes de la provincia hayan visto todavía una boleta de deposito o un resumen de cuenta que explique cual fue la ruta de ese dinero misterioso.
Creo cumplir con responsabilidad mi tarea si doy toda la información que considero creíble. Si se roba, decir que se roba. Si se deja de robar decirlo también con la misma crudeza. Sin esconder nada y sin especular políticamente. Los ciudadanos sacarán sus propias conclusiones. Y el tiempo dará su veredicto.