Cada cuatro años, el escritor uruguayo Eduardo Galeano cuelga en la puerta de su casa de Montevideo un curioso cartel manuscrito: “Cerrado por fútbol”. No lo quita hasta que se consagra el campeón. Es el sueño de muchos gobiernos, deseosos de tomarse un respiro de los problemas cotidianos o, en algunos casos, de medir el pulso del electorado en un momento de distracción. En ese paréntesis llamado Mundial, el planeta rueda al compás de la pelota. Casi en forma milagrosa, las diferencias políticas se esfuman hasta en los países cuyos seleccionados no se han clasificado.

En 2010, el gobierno socialista de España quiso atesorarlo con un controvertido plan de reforma laboral. La Roja, marca registrada del seleccionado, iba a ser campeón mundial, pero perdió el primer partido y sembró dudas hasta el siguiente. Decía entonces The New York Times que “el ascenso a la categoría de gran potencia futbolística” bendecía el matrimonio entre el deporte y la política, así como la dictadura franquista había convertido “al Real Madrid en el equipo oficial del régimen, beneficiándose de su éxito doméstico e internacional durante el largo período de aislamiento diplomático” del país.

Esta vez, con el título bajo el brazo, el gobierno conservador de España procura capitalizar el prestigio adquirido tanto por el seleccionado como por el Real Madrid y el Barcelona con la diplomacia del fútbol, de modo de obtener un rédito extradeportivo. “El éxito del fútbol español […] puede ayudar a reforzar la identidad nacional de los españoles, […] servir de modelo para el aprovechamiento de este privilegio geopolítico en otras áreas de actuación y proyectar internacionalmente una imagen de España que vincule sus logros con sus raíces”, dice un documento del Ministerio de Asuntos Exteriores revelado por el diario El País, de Madrid.

¿El fútbol es la guerra, como se atrevió a definirlo el entrenador holandés Rinus Michels, o la guerra es el fútbol, como esbozaban en un partido por las eliminatorias del Mundial de 1970 los seleccionados de Honduras y El Salvador antes de trenzarse en un conflicto de seis días que iba a deparar 6.000 muertos? La FIFA cuenta con 208 miembros, 15 más que la ONU. En 2002, países enfrentados como Japón y Corea del Sur organizaron en forma conjunta el Mundial. En 2010, el presidente de Turquía, Abdulá Gül, estuvo en Armenia por un partido entre ambos seleccionados.

En general, los déspotas siempre han sido propensos a golpearse el pecho con los espectáculos deportivos. Hitler hizo suyos los Juegos Olímpicos de Berlín, en 1936. Franco creyó que vencía al comunismo con una victoria aislada de La Roja contra la Unión Soviética. De estar vivo Mussolini, la premisa para el seleccionado italiano de fútbol sería: “Que Dios los ayude si pierden”. Fue el mensaje que le envió al entrenador Vittorio Pozzo en el Mundial de 1934, disputado en Italia. Cuatro años después, en Francia, el capitán del equipo, Giuseppe Meazza, recibió otro tierno recado del Duce: “Vencer o morir”. Italia alzó la Copa en ambas ocasiones.