Este señor que presenta la columna y que se llama Fernando Bravo hizo toda su carrera de locutor arriba de un tren. Iba hacia y venía del ISER gracias a ese gigante de acero, madera y humo que serpenteaba las vías entre San Pedro y Buenos Aires. Bravito ama el tren. Conoce su valor y su precio.

Lo vivió en carne propia. No es maquinista pero es conductor. Sabe lo que es fogonear un programa para llegar a destino sin descarrillar. Esperó en los andenes la llegada de ese milagro que lo transportó hasta acá. Por eso creo que soy medio atrevido por querer hablar del tren. Pero es necesario homenajear lo que el tren hizo de este país y repudiar lo mal que se le pagó al tren porque este país, después, lo deshizo.

Lo quiero hacer porque estoy convencido de que es fundamental para pegar el salto del crecimiento al desarrollo con inclusión. Es urgente una revolución del transporte que incluye resucitar una red de trenes modernos y eficientes que nos conecten mejor a los argentinos y que puedan llevar la carga a los puertos para exportar nuestra producción. Creo que ese rediseño de las rutas, autopistas, vuelos domésticos y trenes debe ser una epopeya patriótica de todos sin distinción de banderías políticas.

El político que lleve adelante esta transformación profunda se va a transformar a si mismo en estadista. Y la Argentina podrá circular de otra manera.

El ferrocidio, ese genial neologismo que inventó Juan Carlos Cena en su libro, comenzó en 1991. ¿Se acuerda de aquél tristemente célebre ramal que para, ramal que cierra de Carlos Menem en complicidad con el empresario disfrazado de dirigente sindical, el hoy preso, José Pedraza? Este país supo tener 37 mil kilómetros de vías.
 
Le repito: este país supo tener 37 mil kilómetros de vías. Hoy tiene apenas 7.000. ¿Qué consecuencias tuvo ese crimen de lesa conectividad? Aquel golpe de estado contra los trenes produjo la desaparición de 800 pueblos, de 37 talleres donde se construían vagones y la muerte de muchas pequeñas industrias que fabricaban autopartes. Cien mil trabajadores pasaron a ser desocupados. Los pueblos se fueron disecando. Se quedaron sin la sangre vital que les llegaba por ese sistema de venas y arterias que bombeaba el corazón económico de la Argentina.

Hoy solamente el 12 % de la cosecha de granos se transporta en tren. Y eso que es muchísimo mas barato que hacerlo en camión. Y que no deteriora las rutas. Y que no multiplica los accidentes. Una locomotora puede arrastrar vagones con la carga de 50 camiones. Por eso en algunos casos, el flete es 8 veces mas barato. Ahora, dicen los productores agropecuarios de Tucumán que trasladar sus productos hacia el puerto de Rosario les sale más caro que enviarlos desde allí a Shangai. ¿Qué me cuenta? Por eso creo que hay que volver al tren. Que este país no puede perder el tren del tren. El viernes estuve en Bragado y una señora me dijo que ella era de un pueblito que está a 8 kilómetros, que se está resistiendo a desaparecer y que se hacen fuertes con el tren que todavía tienen. Pero que necesitan ser escuchados. “Soy de Mechita”, me dijo orgullosa.
 
En 1910 se inauguró la Estación Mechita, cuyo nombre es un homenaje a Mercedes la nieta de Manuel Quintana que fue presidente de la Nación y que donó los terrenos donde se construyeron los talleres para desarrollar el ferrocarril. Eso permitió que llegaran los ingleses que también diseminaron el fútbol, los italianos y los españoles. Todo el pueblo nació, creció y se desarrolló alrededor de las vías. El tren fue la locomotora a vapor de su crecimiento y hoy tienen dos museos que lo documentan. Hasta la década infame de los ’90 llegaron a ser uno de los centros ferroviarios más importantes de América Latina.

Hoy Mechita aguanta, como le dije yo. Resiste y va por más. Quiere recuperar aquel antiguo potencial. Para que toda la región pueda llegar a su destino. Para que sus hijos vuelvan por esas vías y se queden en el pueblo, con sus raíces y sus familias a diseñar un futuro más justo. Bravo tiene sangre ferroviaria después de tantos años. Mechita es un pueblo ferroviario.

Este país por su extensión debe ser ferroviario. Como lo canta Jairo cuando dice: mi abuelo, mi padre y yo, los tres fuimos ferroviarios. Pero pararon los trenes porque eran deficitarios. No se anduvieron con vueltas, dejaron todo desierto, el Mitre quedó vacío y el Belgrano, medio muerto. Este país debe volver a ser ferroviario. Por Fernando y todos los fernandos de San Pedro, por todas las mechitas de Mechita y por todos nosotros. Volver al tren para no perder el tren de la historia.