Mañana se cumplen 40 años de una tragedia en la historia de la humanidad. Las garras asesinas de las hordas militares encabezadas por Pinochet derrocaron al presidente constitucional y abortaron un inédito proceso de socialismo pacífico y democrático.

El estadio Nacional que por suerte ahora fue rebautizado Víctor Jara, había sido convertido en una cárcel gigantesca por la flamante dictadura. Por ese lugar que era el escenario de las grandes fiestas deportivas de Chile pasaron casi todos los 3.000 asesinados y detenidos desaparecidos. En ese campo de juego convertido en campo de concentración hubo torturas y humillaciones masivas. Nadie olvidará cuando le cortaron las manos a Víctor Jara, un artista popular hasta las últimas consecuencias. Fue un castigo monstruoso y cruel porque Jara estaba incitando a todos para que entonaran cantos de libertad y para que acompañaran el ritmo haciendo palmas. Por eso le amputaron las manos a Víctor. Por resistir con su arte tanto atropello criminal. Es toda una metáfora de que tipo de estado terrorista edificó Augusto Pinochet y que tipo de gobierno legal fue el de Salvador Allende.

Allende la cordillera, el compañero Presidente, como lo llamaba la gente, se había ofrecido como el Salvador de los más pobres. Como redentor de los humildes, como una suerte de santo libertario de los rotos, San Salvador de la Igualdad.

Allende, era un Che de saco y de chaleco con la cara de abuelo bueno y honrado, tan de médico de pueblo como don Arturo Illia.
Era el conductor natural de la Unidad Popular, convertida en un mito. Había asombrado al mundo al llegar al poder proclamando el socialismo pero empujado por los votos de su pueblo soplando en las urnas.

Era la famosa vía chilena al socialismo con las manos limpias y desarmadas. Con el respeto por la ley y el parlamento, con Pablo Neruda de embajador, con el cobre chileno para los chilenos y con la salud pública para todos.

Hay un dato que parece menor pero que es gigantesco a la hora de definir lo que pasaba en el Chile de aquellos tiempos. En un costado del Palacio de la Moneda había una puerta de madera que estaba siempre abierta para que cualquier hijo de vecino pudiera ingresar a pedir una audiencia con el Presidente. Cuando los militares reconstruyeron la casa de gobierno que ellos habían bombardeado, sellaron esa puerta. Otra metáfora clarita.

Jurásicos hasta el ridículo, cortaron los pelos de los jóvenes, los pantalones de las mujeres, combatieron la minifalda, el maquillaje. Trogloditas, primitivos y retrógrados.

Pinochet no estuvo solo. Puso su cara de buitre de piedra pero fue el emergente de los sectores económicamente más poderosos que lo desestabilizaron todo el tiempo y que recibían las coimas de una nefasta multinacional telefónica llamada ITT. La CIA hizo su trabajo de siempre. Eran tiempos de Nixon y Kissinger, dos que hablaban el lenguaje de los espías y las armas. Eran tiempos en que los Estados Unidos no apoyaban a los gobiernos constitucionales. Todo lo contrario, se sentían mas cómodos con las dictaduras. Había un chiste de humor negro que circulaba entonces que decía que en Estados Unidos no había golpes de estado porque no había embajada norteamericana.

A 40 años, el retrato de Pinochet integra la galería de los dictadores más sanguinarios y la foto de Salvador Allende, adornada con un clavel rojo, sigue colgada en las casas de los barrios mas pobres, como una suerte de altar a la justicia social. La última vez que “El Chicho”, como le decían sus amigos, habló ante la multitud dijo que “mas temprano que tarde se abrirán las grandes alamedas por donde pasará el hombre libre para construir una sociedad mejor.”

Ricardo Lagos y Michelle Bachellet fueron los continuadores de Salvador Allende por otros medios y hoy Chile, todavía tiene muchos dolores que resolver, pero es claramente una sociedad mejor.

Hace 40 años, cuando Allende vio arder a su alrededor las bombas que tiraban los aviones, quiso evitar un baño de sangre y ordenó que todo el mundo abandonara la casa de gobierno. Se quedó solo en el salón Rojo, en la antesala de su despacho, se sacó el casco que le habían regalado los mineros y apuntó la ametralladora que le había regalado Fidel Castro contra su propia cabeza.
Se lo había anticipado a su gente en un mensaje radial: “Pagaré con mi vida la defensa de principios que son caros a esta patria. Es posible que nos aplasten pero el mañana será del pueblo, será de los trabajadores porque la humanidad avanza hacia la conquista de una vida mejor”.

Murió como vivió. Con dignidad y valentía.

Murió como vivió. Pensando en los mas necesitados y aferrado a la paz.

Murió como vivió. Sencillo, decente, democrático y enamorado profundamente de su pueblo. Allende murió como vivió.