Los reclamos hechos consignas lo dicen en la calle con toda contundencia: “Ahora/ahora/ resulta indispensable/ aparición con vida/ y castigo a los culpables. Se cumplen cinco años de la desaparición de Jorge Julio López, el albañil que en ese momento tenía 77 años. Ya pasaron 1.800 días. 33.300 horas y no se sabe absolutamente nada. No hay un solo dato. No hay una sola pista. La causa ni se mueve, está paralizada.
 
López desapareció de la faz de la tierra sin dejar rastros. Quiero decir que López hoy tendría 82 años y pienso si no tengo que cambiar los tiempos verbales y afirmar que López hoy tiene 82 años. Porque nada indica que este muerto. Pero nada indica que esté vivo. En este punto la desaparición se convierte en una herida lacerante que queda abierta en forma permanente. Nada cierra. Nada cicatriza. Esa duda deja siempre en carne viva el dolor. No hay duelo, no hay cuerpo presente, no hay entierro.

No se puede procesar lo que no se conoce ni se ve. Es una señal de terror que emite todo el tiempo. Que demuestra que los dictadores y genocidas del pasado todavía tienen capacidad operativa para hacer semejantes crueldades. Que no se dieron por vencidos ni aun vencidos. Ni aún condenados por los crímenes de lesa humanidad que cometieron. Como el comisario Miguel Etchecolatz mano ultraderecha del fuhrer Ramon Camps. Eran los jefes de los campos de concentración. Eran los que decidían a quien asesinaban y como hacían desaparecer su cuerpo. Eran los que ordenaban ir más a fondo en la tortura.

Los que entregaban a los hijos de los desaparecidos como si fueran un botín de guerra. López desapareció por tener la valentía suficiente de declarar en el juicio que condenó a Etchecolatz, un cruzado que todavía hoy se siente orgulloso de haber participado de semejante genocidio y que, actualmente, lo siguen juzgando por otros delitos de lesa humanidad. Los organismos de derechos humanos le reclaman al gobierno de Cristina. Dicen en sus gritos que:”Ya pasaron 30 años/ y se dice nunca mas/ Pero el compañero López / no se sabe donde está”. Myriam Bregman, quien fuera abogada de Julio López fue contundente cuando dijo que “el Gobierno es responsable de la impunidad de los criminales, por lo que no es casual que la Presidenta jamás haya mencionado el hecho públicamente, como tampoco que todas las pistas que apuntaban a la Bonaerense hayan quedado en la nada, a lo que se suma la negativa a abrir los archivos de la dictadura que tienen la lista completa de los represores”.

En realidad, Néstor en su momento y Cristina ahora están en un lugar muy difícil. Porque son víctimas y responsables a la vez. Víctimas porque se trata de un zarpazo contra ellos y su política de derechos humanos. Y responsables porque son los que gobiernan y los que tienen todos los recursos del estado disponibles para investigar a fondo y no han podido dar ninguna respuesta. Es una de las grandes manchas negras del gobierno de los Kirchner. Eso generó una división entre los defensores de los derechos humanos. E incluso Rubén, el hijo de Jorge Julio López llegó a reclamar que se investigara al entorno de su padre. A los que militaban con él. Es como tirar sal sobre las heridas. Dijo que su padre, la víctima, no tuvo la protección suficiente. Durante la dictadura, López estuvo tres años secuestrado en las catacumbas. Se cumplen cinco años de su segunda desaparición pero esta vez en plena democracia. Está en todas las pancartas con su pelo blanco, su gorra de obrero y su mirada cristalina.

Pasado mañana el Encuentro Memoria, Verdad y Justicia convoca a las 15 horas para marchar desde el Congreso hasta Plaza de Mayo. La impunidad no logró doblegarlos.

Los viejos cronistas policiales dicen que el tiempo que pasa es la verdad que huye. Como sociedad civilizada que aspira a consolidar y llenar de contenido la democracia no nos queda otra que pedir lo que resulta indispensable: aparición con vida, verdad, justicia, castigo y condena a los culpables. Para que el Nunca Más sea cierto. Para que Nunca Más.