Che señor bandoneón
Hoy se cumplen 20 años de la muerte de un genio llamado Astor Pantaleón Piazzolla. Un revolucionario del tango. Dan ganas de poner la melodía de su amigo Aníbal Troilo y con letra de Homero Manzi, dedicarle un rezo laico.
Hoy se cumplen 20 años de la muerte de un genio llamado Astor Pantaleón Piazzolla. Un revolucionario del tango. Dan ganas de poner la melodía de su amigo Aníbal Troilo y con letra de Homero Manzi, dedicarle un rezo laico:
El duende de tu son, che bandoneón,
se apiada del dolor de los demás,
y al estrujar tu fueye dormilón
se arrima al corazón que sufre más.
A Piazzolla todo le costó mucho. Le querían sacar tarjeta roja pero no se fue nunca del tango. Fue muy resistido por la guardia vieja de la ortodoxia. Lo consideraban una suerte de hereje de la religión del 2x4. Por eso le costó tanto llegar y que lo aceptaran. Pero se convirtió es un clásico de la música urbana. Una especie de D’Artagnan aferrado a la oruga de los sonidos maravillosos. Sin espada pero con pinta de mosquetero.
Casi, siempre vestido de negro, atento para clavar el estilete de la creatividad. Tal vez con Astor se produjo el segundo nacimiento del tango. El que le metió los nuevos ruidos callejeros y lo transformó en música culta reciclando lo popular. En alegre concubinato con Horacio Ferrer parieron muchas de las mejores radiografías de Buenos Aires. Mar del Plata y Montevideo engendraron esos hombres que como acróbatas dementes saltaron por el abismo de tu escote hasta sentir que enloquecieron tu corazón de libertad. Era la balada de dos locos. De dos talentos que patearon todos los tableros.
Astor era discutidor, no se le callaba a nadie, se iba a las piñas en dos minutos. Se le subía la tanada y la autodefensa que necesitó de pibe por las calles hostiles de Nueva York. Solo se quedaba en silencio cuando el Polaco Goyeneche, por ejemplo, se subía a ese pulmón de melodías que Astor acunaba sobre sus rodillas. Grabó 58 discos, hizo música para ver en el cine.
Murió cuando apenas tenía 71 años y dejó una obra monumental. Larga, ancha y bien porteña, como la calle Corrientes. La criminal fue una trombosis que le hizo la vida imposible. Tal vez en esa pelea contra la muerte recordó aquella pequeña Italia a donde su viejo, Vicente, Don Nonino había ido a buscar revancha laboral. Hoy decís Nonino, adiós, y es como cantar el himno ciudadano.
Era un pibe y pudo compartir con Carlos Gardel los paseos por Manhattan, los ravioles amasados por Asunta Manetti, su madre y una escena emocionante con un piazzollita de 12 años y una gorra de atorrante tocando el bandoneón en “El Día que me quieras”. Hay fotos que lo prueban. Pero ese fotograma no quedó en la película que hoy se pudo recuperar. Caprichos de la historia de un mundo tanguero que siempre sedujo y rechazó a Piazzolla. Músicos de una gran estatura florecieron a su lado: Fernando Súarez Paz, Antonio Agri, Oscar López Ruiz, Horacio Malvicino, Gerardo Gandini, Leopoldo Federico y Daniel Binelli, entre otros.
Era tozudo como pocos. Durante un tiempo renegó de las letras y los cantores. Nos quiso retacear una parte de su ingenio. Por suerte aflojó y pudimos disfrutarlo con el Polaco, con Jairo, José Angel Trelles, Edmundo Rivero y el Negro Lavié entre otros.
Dicen que hizo tango barroco mezclado con jazz. Hizo travesuras luminosas junto al saxo de Gerry Mulligan. Dicen que sus pentagramas hacían magia con las armonías. Dicen que como todo vanguardista no se dejó encasillar en ningún lado. Sorprendía en cada golpe de bandoneón, en cada arrullo, amagaba para el tango y salía con aires de Bela Bartok o Stravisnky.
Dio vuelta el tango como una media. Lo puso patas para arriba y el tango ya nunca más fue el mismo aunque jamás perdió sus raíces. Ya pasaron 20 años de su muerte y sin embargo Piazzolla sigue conmoviendo con su vigencia. Derrotó para siempre a los conservadores anquilosados del tango de taquito y pereza. Hizo punta como su admirado Osvaldo Pugliese. Encontró un nuevo lenguaje para un tiempo sin compadritos ni buzones. Por eso hoy sigue vivo en los bares, en el subte, en la callecitas de Buenos Aires y rodando por Callao. Se siente, se siente, Piazzolla está presente en este Invierno Porteño.
Y esas ganas tremendas de llorar
que a veces nos inundan sin razón,
y el trago de licor que obliga a recordar
si el alma está en "orsai", che bandoneón.
Señor bandoneón.