China conquista América
En 2014, la región recibió más dinero del gigante asiático que del Banco Mundial y del Banco Interamericano de Desarrollo juntos
La presunta crisis terminal del capitalismo, mil veces declamada y celebrada por presidentes de países de América latina que no dejan de ser capitalistas a pesar de su retórica anticapitalista, no parece entusiasmar a China. En el gigante asiático, uno de los pocos que se jacta de su sistema comunista, las fortunas de la nieta del padre de la Revolución Cultural, Mao Tse-tung, y de otros millonarios dignos de la revista Forbes crecen en forma impúdica, ahondando la desigualdad. De cada viaje a Pekín y Shanghai regreso con la impresión de haber visto el lujo y la miseria, pocas veces el término medio, en el país más poblado del planeta.
En parte, China es más capitalista que los Estados Unidos, Europa y algunos de sus vecinos asiáticos, como Japón y Corea del Sur. La idiosincrasia y la geografía configuraron un país milenario que siempre actuó a la defensiva, actitud plasmada en las artes marciales y en la Gran Muralla. Su autoproclamado “ascenso pacífico” se ve acompañado ahora de la incursión diplomática y económica en dominios históricamente ajenos, como América latina. En 2014, la banca china prestó más dinero a la región que el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) juntos, según la Base de Datos Financieros de China y Latinoamérica.
El informe, elaborado por el centro de estudios norteamericano Inter-American Dialogue y la Iniciativa de Gobierno Económico Global de la Universidad de Boston, dice que los préstamos del China Development Bank y el China Ex-Im Bank, de los cuales también participaron el ICBC y el Bank of China, superaron en un año los 22.000 millones de dólares. Han sido un 71 por ciento más que en 2013. La tendencia crece. Desde 2005 recibieron aportes chinos Venezuela (16 préstamos por 56.300 millones de dólares), Brasil (10 por 22.000 millones), Argentina (10 por 19.000 millones), Ecuador (12 por 10.800 millones) y México (3 préstamos por 2.400 millones de dólares).
La clave está en dar dinero a economías emergentes a tasas más bajas que los bancos norteamericanos y europeos y los organismos financieros. Las condiciones son ínfimas en comparación con los controles de transparencia del Banco Mundial o la imposición de políticas de austeridad del Fondo Monetario Internacional (FMI). A cambio, los chinos reciben materias primas que, en lugar de apuntalar el desarrollo tecnológico, se orientan hacia proyectos de extracción: desde agricultura hasta petróleo, minería y energía. Eso, advierte la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), profundiza el patrón primario exportador de la región.
El 69 por ciento de los préstamos se hizo por petróleo, según la Universidad Nacional Autónoma de México. China aplica en América latina el mismo modelo que en África y en Europa. Las ve como un mosaico. No discrimina entre países. Sus únicos pares son los Estados Unidos y Rusia. Lo dejó dicho el presidente Xi Jinping en la Cumbre de la Celac, conformada por 33 países, en enero de 2015: anunció que en 2020, año clave en su país por la meta de alcanzar “el sistema de economía de mercado perfecto”, el comercio con la región trepará a 500.000 millones dólares anuales y las inversiones chinas serán de más de 250.000 millones de dólares.
Xi, llamado “Papá Xi” en China por haberle declarado la guerra a la corrupción mientras continúa con la apertura al libre mercado y la inversión extranjera, no actúa por su cuenta, como ningún presidente chino. Todo depende del Partido Comunista Chino (PCCh), embarcado en fomentar el consumo interno, gran filón en un país de más de 1.350 millones de habitantes. La expansión al exterior, capaz de sacudir el orden financiero establecido tras la Segunda Guerra Mundial, se ve reflejada en la creación del Banco Asiático de Inversiones de Infraestructuras (AIIB, sus siglas en inglés), bendecido por el FMI y más de 30 países. Entre ellos, el Reino Unido, Francia, Alemania, Italia, Brasil, Rusia, Australia y Holanda a pesar del recelo de los Estados Unidos.
La dictadura china actúa como salvaguarda de la vecina Corea del Norte y de otras en África. El presidente Xi preserva su vínculo con Vladimir Putin, enfrentado con Barack Obama por Ucrania. Sobre la base “de no interferir en los asuntos domésticos de los Estados”, de modo de evitar críticas por su penosa política de derechos humanos, sigue el libreto de las reformas iniciado por Deng Xiaoping en 1978. El requisito para los gobiernos con los cuales firma acuerdos es abstenerse “de desarrollar relaciones y contactos oficiales con Taiwán, en apoyo a la gran causa de la unificación de China”. Hay excepciones. Doce de los 24 países que reconocen a Taiwán están en América latina, especialmente en América Central y el Caribe.
China se llama a sí misma “el mayor país en vías de desarrollo del mundo”. En 2008, el vicecanciller del gobierno de Hu Jintao, Li Jinzhang, me dijo en Pekín: “No buscamos superávit, sino satisfacer nuestras necesidades”. El plan contempla “la suscripción de tratados de libre comercio con países u organizaciones de integración regional”. Esa política no difiere de la aplicada por los Estados Unidos en forma bilateral con determinados países de América latina, como México, Chile, Perú y Colombia, ni, en forma general, de la que tenía prevista para la fallida Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), muerta y sepultada en 2005.
Los principios de la expansión china, me explicó el vicecanciller Li, se resumen en “el camino de desarrollo pacífico y la estrategia de apertura, basados sobre el beneficio recíproco y la ganancia compartida”. Sin pasar por alto la crisis global “originada en los Estados Unidos”, el gobierno chino encuentra “renovadas oportunidades de desarrollo para las relaciones sino-latinoamericanas y sino-caribeñas” e insiste en acentuar el rumbo capitalista desde la presidencia del antecesor de Xi y de Hu, Jiang Zemin, gestor del ingreso del país en la Organización Mundial de Comercio (OMC).
El discurso, apartado del dogma marxista, tiene letra y música del órgano rector del gobierno y del Estado: el PCCh. El presidente Xi sigue la hoja de ruta. Frente a América latina, con “abundantes recursos naturales y excelentes bases de desarrollo socioeconómico”, la idea es “ampliar el consenso, profundizar la cooperación y estrechar los intercambios”, continuó explicándome el vicecanciller Li, ex embajador en México tras haber prestado servicios en las embajadas de China en Cuba y en Nicaragua. En China, agregó, “la economía es de mercado y nuestro mercado es abierto”. Lo demuestran las importaciones de soja de Brasil, Argentina y los Estados Unidos.
Con el Estado a dieta por las reformas y las privatizaciones, le hice notar al vicecanciller Li que China se fijaba metas de insoslayable contenido político, sobre todo por la lógica preeminencia en la región de los Estados Unidos. Me respondió que era “exagerado” pensar que su país “pueda sustituir a los Estados Unidos como locomotora del crecimiento de América latina porque, geográficamente hablando, son vecinos y comparten lazos históricos tradicionales”. Lo dudo, me animé a rebatirle. “En la era de la globalización, ningún país puede aislarse”, admitió, coronando la fórmula del beneficio compartido y la ganancia recíproca.
Sígame en Twitter @jorg_E_lias y @elinterin
Suscríbase a El Ínterin