Cien años de felicidad
Mañana será un día de fiesta para todos los periodistas que merodeamos el idioma español, que defendemos la libertad de prensa y que buscamos la excelencia en cada texto. Mañana será un día de fiesta para brindar con el ron bien alto y para escuchar un buen vallenato colombiano.
Mañana será un día de fiesta para todos los periodistas que merodeamos el idioma español, que defendemos la libertad de prensa y que buscamos la excelencia en cada texto. Mañana será un día de fiesta para brindar con el ron bien alto y para escuchar un buen vallenato colombiano.
Mañana cumplirá 85 años nada menos que Gabriel García Márquez, uno de los escritores y periodistas más extraordinarios de todos los tiempos y latitudes.
Gabo es un ejemplo y una estrella guía para los periodistas. Porque llegó, hizo literatura y volvió al periodismo. Levantó la ética como bandera y llenó las palabras de alas y colores. Apuntó sus cañones de papel a la censura y el autoritarismo y desbordó de placer a sus lectores.
Mañana el querido Gabo cumplirá 85 años.
Pero es muy joven porque tiene la edad de sus utopías intactas. Tiene todas las virtudes y enfermedades de un buen periodista. Escribe como los dioses, obviamente. Es obsesivo, curioso, detallista, desconfiado, vive anotando cosas en una libretita y a la vejez viruela: es un fanático de la computadora y de internet. Jamás olvidaré aquella tarde en La Habana vieja, entre los mojitos de Hemingway, cuando el gordo Osvaldo Soriano me lo presentó y me di el gusto de darle la mano y de mirarlo como quien mira al genio y a la lámpara también. “Nada de preguntas”, me dijo como condición. Y acepté ese acuerdo para abrir mis orejas y mi cabeza para escuchar a dos grandes.
Cuando se enteró de lo que pasaba en la Argentina con los desaparecidos de la dictadura y que uno de ellos era Rodolfo Walsh con quien fundó la agencia Prensa Latina, se fue a ver al Papa Juan Pablo II. Le dio una carta que hablaba de Videla y sus crímenes atroces de lesa humanidad y le pidió la bendición para enviarla a todo el mundo.
Así era y as es Gabriel García Márquez.
Su amor por el relato tiene un origen muy claro. Hay que volar hacia las húmedas siestas del pueblito de Aracataca donde nació. Hay que respirar el aroma caribeño del mango y la guayaba. Hay que aguzar bien el oído para escuchar a la abuela de Gabito. Doña Tranquilina Iguaran le cuenta relatos fantásticos de barcos y piratas. Allí empezó todo. Hubo cientos de escritos, miles de metáforas voluptuosas y de datos precisos y filosos. Hubo periodismo del mejor, literatura sobrenatural y realismo mágico en estado puro. Un día de 1967, Gabriel García Márquez, el hijo del telegrafista, empeñó un calentador y un secador de pelo y pudo enviar los originales de su nuevo libro a la Argentina. La historia del recorrido de “Cien años de soledad” parece escrita por García Márquez. El mensajero tuvo un accidente y todos los papeles quedaron sembrados por el pavimento mojado de una tarde lluviosa de Buenos Aires. La ciudad era una mezcla de Macondo y Paris. Después pudo recuperar y ordenar esa ensalada de papeles y volverla a convertir en un libro. Pero ningún editor quería publicar ese texto menor de un colombiano desconocido. Solo Sudamericana se atrevió. Y el libro comenzó a vender en cataratas. Todos hablaban de García Márquez y por eso fue primera plana de la Primera Plana de Tomás Eloy Martínez con quien después forjaría una gran amistad de hermanos.
Cuando Gabo cobró sus primeros dineros por derecho de autor, se fue corriendo a la humilde pensión porteña en la que estaba parando. Acomodó los billetes sobre la cama y se tiró a dormir la siesta más feliz de su vida. Estuvo 15 días de gloria en Buenos Aires. Nunca más volvió. Dicen que nunca más volverá. Solo el sabe cual es el motivo. Dicen que tiene miedo que aquellos fantasmas de la vida se le transformen en los fantasmas de la muerte. Es una lástima. Pero es como si lo tuviéramos en cada corazón y en cada neurona. El día que recibió el Premio Nóbel de Literatura, hace 30 años, se instaló definitivamente en la memoria universal. Rechazó el frac y enfundado en un típico traje colombiano, el liqui-liqui, pronunció aquellas palabras mágicas por lo reales que hoy recuerdo:
-Una nueva y arrasadora utopía de vida donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde sea de veras cierto el amor y sea posible la felicidad y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre, una segunda oportunidad sobre la tierra.
Un García Márquez auténtico, en estado de pureza y que por suerte pudo derrotar a ese maldito cáncer linfático que lo estuvo acechando por un tiempo.
Para el final una humilde propuesta: que en las escuelas de periodismo coloquen en sus aulas, la siguiente frase de Gabo: “Una crónica es un cuento que es verdad”.
Muy feliz cumpleaños Arcángel San Gabriel García Márquez de las palabras y la belleza. Mañana levantaremos la copa de ron para desearte lo mejor. Cien años de felicidad, por ejemplo.