Cómo vivir sin gobierno
Nunca antes desde el retorno de la democracia un gobierno de España ha estado durante más de siete meses en funciones ni ha repetido las presidenciales en medio de una virtual parálisis política y económica
España superó los siete meses con un gobierno en funciones, algo que no había ocurrido desde el retorno de la democracia tras la muerte de Franco. Las presidenciales, repetidas el 26 junio, no lograron despejar la incógnita que depararon las originales, celebradas el 20 de diciembre de 2015. Ganó de nuevo el gobernante Partido Popular (PP) mientras el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), a contramano de las encuestas, resistió el empuje de Unidos Podemos y conservó el segundo lugar. Ningún partido consiguió la mayoría de número en el Congreso de los Diputados. ¿Entonces? Continúa el suspenso.
La interinidad del gobierno de Mariano Rajoy no tiene fecha de caducidad. Un sistema preparado para dos fuerzas políticas, el PP y el PSOE, se ha visto en figurillas ante la aparición del izquierdista Podemos, remozado en una magra alianza con Izquierda Unida (IU) en las últimas elecciones, y del liberal Ciudadanos. En España, a diferencia de todos los países europeos excepto Malta, no ha habido gobiernos centrales de coalición desde 1978. Eso ha ocurrido sólo en las autonomías.
Las inversiones dependen de la política económica del futuro gobierno. El Congreso de los Diputados está sujeto a la conformación de las nuevas mayorías. La reforma constitucional, a la cual se opone el PP, también está en carpeta, así como el desafío soberanista de Cataluña, la renovación de órganos constitucionales como el Tribunal Constitucional o el Consejo General del Poder Judicial y los nombramientos de los máximos responsables del Defensor del Pueblo, la Fiscalía General del Estado y la dirección de la Corporación de Radio y Televisión Española (RTVE).
De vivir sin gobierno entienden los belgas. Frente a una situación similar, la senadora socialista flamenca Marleen Temmerman lanzó una cruzada sorprendente: declarar una huelga de sexo entre las mujeres hasta que el país formara gobierno. Ni flamencos ni valones (francófonos) querían la independencia, pero tampoco llegaban a un acuerdo. Desde el 13 de junio de 2010 hasta el 7 de diciembre de 2011, Bélgica vivió a merced de la incertidumbre provocada por la arrolladora victoria en las elecciones de la Nueva Alianza Flamenca, el partido republicano y conservador de Bart de Wever que ambiciona la emancipación de Flandes.
Lo curioso era que sólo el nueve por ciento de los flamencos respaldaba la escisión, según los sondeos de la Universidad de Lovaina. Más curioso aún era que en ese lapso, 541 días, récord sin gobierno, los mercados temían una parálisis devastadora. Fallaron sus pronósticos. La sociedad siguió su rutina y la economía evolucionó mejor que la media europea. Cuando el rey Alberto II nombró al primer ministro Elio di Rupo, socialdemócrata, la “pesada herencia” era una expansión del producto bruto interno, una baja de la tasa de desempleo, una suba del salario mínimo y un descenso en la percepción de corrupción.
Con eso de vivir sin gobierno también están familiarizados los libaneses, presos, desde la guerra de 2006 entre Hezbollah e Israel, de una trepidante inestabilidad que agravó el lastre de la guerra civil, desarrollada entre 1975 y 1990. En el Líbano, sin presidente desde el final del mandato de Michel Sleiman, el 25 de mayo de 2014, incidieron tanto los conflictos internos entre sunitas y chiitas en una población que alberga un 40 por ciento de cristianos como las crisis de Siria, Irak, Yemen, Israel y Palestina, así como el arribo de un aluvión de refugiados y la disputa del liderazgo regional entre Arabia Saudita e Irán (soporte de Hezbollah y del régimen sirio).
La indefinición tras 42 intentos fallidos para convocar a elecciones, más de la mitad durante el gobierno de Sleiman, llevó al Consejo de Seguridad de las Organización de las Naciones Unidas (ONU) a urgir a los líderes políticos “a actuar con responsabilidad, flexibilidad y apego a la Constitución y a colocar los intereses del país por encima de todo para la pronta elección de un presidente”. La parálisis ha impedido la aprobación de leyes críticas en el Parlamento, ha bloqueado el trabajo del Consejo de Ministros y ha mellado la resolución de los crecientes retos económicos, sociales, humanitarios y de seguridad.
Durante la virtual acefalía en Bélgica, la senadora Temmerman, de profesión ginecóloga, se mostraba iracunda frente a la imposibilidad de acercar a las partes. Mientras tanto, cual atenuante, los gobiernos de Flandes y Valonia funcionaban con plenos poderes e independencia. Eso salvó a Bélgica de la catástrofe. El diario De Standaard tituló en su portada el día número 249: “¡Al fin campeones del mundo!”. Era el 17 de febrero de 2011. Los belgas no habían ganado el Mundial de fútbol. Habían superado a Irak en su incapacidad de formar gobierno. La ironía reflejaba la crisis institucional a pesar de la aparente quietud ciudadana.
La senadora Temmerman, con su radical iniciativa de vedar el sexo, se parecía a Lisístrata, de Aristófanes, en su afán de persuadir a las mujeres de Grecia de practicar la castidad hasta que los hombres pusieran fin a la guerra entre Atenas y Esparta. Esa medida drástica, irracional e impiadosa prosperó en Kenia, en 2009, por la adhesión de la esposa del primer ministro, Ida Odinga, a una absurda convocatoria de un grupo de diez mujeres en protesta por las disputas en el gobierno de coalición entre su marido, Raila Odinga, y el presidente, Mwai Kibaki. En 2003, mujeres de los Estados Unidos y Europa también apelaron a esta maniobra, peor que la excusa del dolor de cabeza, para expresar su rechazo a la guerra contra Irak.
Los belgas tenían experiencia en largos períodos de vacaciones gubernamentales. En 1988 tardaron 150 días en forjar una coalición. Entre 2007 y 2008 estuvieron sin gobierno durante nueve meses y medio. El rey Alberto II poco y nada podía hacer. El más sensato resultó ser el actor Benoît Poelvoorde: propuso a sus compatriotas que se dejaran crecer la barba hasta que el país solucionase la crisis más larga de su historia. De haber vivido un año y medio sin afeitarse y sin sexo, el humor social hubiera sido otro, algo que en España sería tan inconcebible como la mera posibilidad de que haya terceras elecciones y, como está el patio, no sean las vencidas.
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