El ataque de Cristina a la Corte Suprema de Justicia casi no tiene antecedentes en democracia. Sobre todo porque la presidenta de la Nación embistió duramente con el objetivo de perforar a uno de los tres poderes que actúan como pilares y cimientos de la democracia republicana. No fue una crítica de cualquier persona contra un juez. Fue un choque de poderes entre la jefa del estado más poderosa desde 1983 y el máximo tribunal de la Argentina.

Es increíble que Cristina quiera destruir uno de los logros mas valorados de su esposo. La Corte actual tiene prestigio académico e independencia política y fue reformulada por Néstor Kirchner, cosa que se convirtió en uno de sus grandes aciertos, elogiado por propios y extraños.

Sin embargo ayer la presidenta intentó cortar a la Corte. Afectarla, hacerle daño, modificar su conformación, destituir o desprestigiar a alguno de sus miembros. Fue discriminatoria e hiriente con el doctor Carlos Fayt al que caracterizó burlonamente como “casi centenario”. Fue un burdo intento de mezclar la política con lo partidario. Es muy normal que un juez, como cualquier otra persona, tenga una postura ideológica y un corazoncito partidario.
 
Eso es bueno, quiere decir que se ocupa y preocupa por construir una sociedad mejor y por combatir las inequidades. Pero eso no se puede igualar a una justicia militante que es lo que busca la presidenta. Se espera que un miembro de la justicia en general y de la Corte en particular tome distancia de su pensamiento político y juzgue con equidad, con independencia. Que busque la verdad y castigue a los responsables de delitos sin fijarse en la camiseta partidaria de la persona juzgada. Se espera que custodie la Constitución Nacional y que diga con toda claridad si una ley viola nuestra Carta Magna.

Y que le ponga un freno a ese intento sin importarle si el que propone esa ley es peronista, radical, socialista o conservador. Ese es el valor de una justicia independiente. Ese es el valor de contrapoder que tiene. Para que ninguna mayoría circunstancial se crea dueña del país y haga lo que se le cante. Ese es el rol de la justicia. Ahora Cristina quiere cristinizar la justicia. Dice que quiere democratizarla pero en realidad busca domesticarla. Someterla a sus intenciones de perpetuarse en el poder. La justicia debe permanecer autónoma. Para ponerle un freno a los que quieran abusar del poder. No importa si el que se quiere llevar por delante las normas se llama Cristina como ahora, o Carlos Menem como en los ’90. ¿Qué hubiera dicho Cristina si la Corte adicta del menemismo aprobaba la reelección eterna de Carlos Menem? Santa Cruz tiene reelección indefinida gracias a la Corte provincial que dominaron Néstor y Cristina. La Formosa de Gildo Insfrán, también. Son vestigios de feudalismo.
 
La presidenta dijo que los jueces no salen de abajo de las baldosas. Eso es cierto. Lo que no dice es que ella pretende que los jueces salgan de los locales partidarios de La Campora. Maneja con puño de hierro a sus ministros y decide todo casi en soledad. Este cristinato somete a gobernadores, intendentes y legisladores a sus decisiones. Quiso disciplinar al periodismo y quebrar su mirada crítica y su pensamiento diverso, pero por ahora, no lo consiguió. Ahora va a fondo contra la justicia en general y la Corte en particular. Por eso quiere dominar el Consejo de la Magistratura, para nombrar o destituir jueces con una mayoría simple.

Crispada como es su costumbre, la presidenta dijo que está dispuesta a enfrentar todo lo que venga. Nadie duda de que eso sea cierto. De hecho hace tiempo que casi toda su actividad es enfrentar a todo el mundo menos a los problemas de fondo que su propio gobierno genera. En eso es sincera. Y en su objetivo final también. Con toda claridad y contundencia, Cristina proclamó el vamos por todo y está cumpliendo. Ya se sabe: el que avisa no traiciona.