Si yo tuviese el tiempo en mis manos, haría lo mismo, otra vez. Lo mismo que haría cualquier hombre que se atreva a llamarse a si mismo un hombre.

Esta es una de las herencias conceptuales que dejó un gigante de la historia de la humanidad que murió a los 95 años. Nelson Mandela es un altar ante el que me arrodillo con gusto, respeto y devoción. Porque su cuerpo es un tembló para rezar y pelear por los derechos humanos y la dignidad del hombre. Una suerte de santo laico para los olvidados de la tierra y todas las tribus religiosas del mundo. San Nelson Mandela de la Igualdad. Hijo de la negritud y padre de la patria diversa. Mandela ganó una de las grandes batallas de la historia. Venció al odio. Le quebró el espinazo a la discriminación. Expulsó de su tierra al ¨Apartheid¨, un régimen de supremacía blanca, como se autodefinían, superioridad de la raza, nazismo africano en estado puro.

Si tuviera que elegir un epitafio para la tumba de Mandela, me quedaría con Bertolt Brecht:

«Hay hombres que luchan un día y son buenos.

Hay otros que luchan un año y son mejores.

Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos.

Pero hay los que luchan toda la vida:

Esos son los imprescindibles".

Estuvo 27 años preso. Muchos en una celda fría y húmeda donde solo podía dar tres pasos. Eso le metió veneno en los pulmones y tuberculosis para siempre. Acostado tocaba con su cabeza una pared y con sus piernas la otra. Había sido confinado a una celda como sus hermanos habían sido confinados a los guettos, unos barrios solo para negros, como si fueran de segunda selección, gente de carne y hueso pero considerada descartable por los salvajes fascistas. Mandela conmueve y se transforma en un imán para todos. Con su cabeza blanca, su piel negra y su corazón multicolor, su arcoiris de libertad.

Vi su cara de Mahatma Ghandi negro pintada en los muros del Harlem en Nueva York. Estaba abrazado a Malcom X, Martin Luther King y Desmond Tutu en la celebración calllejera por el triunfo electoral de Barack Obama. Esas catedrales humanas de la fe y la lucha parieron a Obama. Jamás se hubiera consagrado un presidente negro en los Estados Unidos sin ellos. Fueron los sembradores del mañana que Obama, cosechó. Incluso llegó a decir que el se había dedicado a la política insipirado en Mandela.

El 11 de febrero de 1990 fue un día luminoso para el planeta. Una marea humana bailó en las calles celebrando la liberación de Mandela. El dijo que no se sentía profeta, solamente un servidor de su pueblo y así fue. Austero, generoso, dialoguista, fomentó la desobediencia civil, la resistencia pacífica y las huelgas pero no la violencia. Superó incluso sus propios resentimientos por haber estado diez mil día tras las rejas. Por eso en el 93 ganó el premio Nobel de la Paz junto a Frederik De Klerk y al año siguiente ganó las elecciones, sonó un tiro para el lado de la justicia universal porque se convirtió en el primer presidente negro de su patria e instaló un gobierno de unidad nacional y la Comisión de la Verdad y la Reconciliación.

Lo castigaron mucho desde los extremos radicalizados pero el pueblo sencillo se lo agradeció eternamente. Logró un estado multirracial e igualitario. No solucionó todos los problemas pero extirpó el cáncer moral del cuerpo social de Sudáfrica. Repasando su vida por los portales de la red vi sus fotos con todos los líderes políticos y figuras del mundo de la cultura y el deporte. Todos soñaron con conocerlo y pudieron lograrlo. Pero la imagen que mas enternece y conmueve es la que está abrazado con su bisnieta Zenani, sangre de su sangre, etnia de su etnia, la negrita hermosa llena de trenzas que también pertecene al clan Madiba de la etnia Xhosa. Era la continuidad de Mandela. Porque a hombres como él no se los llora. Se los estudia, se los imita y se los reemplaza. Es especialmente impactante la camiseta con el número 46664 que Mandela se puso para ahuyentar los fantasmas que lo acechaban por las noches. Las pesadillas de aquel hueco donde lo encerraron con el número de interno capicúa del horror, 46664.

Hoy seguramente estará en el cielo de los buenos descansando en paz por toda la eternidad.

Los mas humillados y perseguidos se sienten un poco huérfanos. Pero en el adiós a la leyenda de Mandela podemos despedirlo con palabras de nuestros negros castigados: Adios Mandela. Duerme, duerme, negrito. Que si el negro no se duerme viene el diablo blanco y zas, le come la patita.