Ayer, en el día de la bandera, desfilaron los veteranos de guerra de Malvinas. Sin funcionarios públicos, sin divisiones, unidos detrás de la celeste y blanca por la que se jugaron la vida, caminaron con la frente alta, las medallas en el pecho del orgullo y sus uniformes.

El pueblo pudo abrazarlos 31 años después de que los trajeron al continente, casi clandestinos, escondidos, mutilados en los cuerpos y en sus almas. El gran Andrés Ciro que tocó el himno con su armónica luminosa repitió en su canción que “hubo menos héroes muertos en el frente/ que en el campo de batalla del olvido”. Darío Volonté arrancó llantos de los rostros curtidos de sus compañeros con su Aurora monumental:” Alta en el cielo un águila guerrera, audaz se eleva en vuelo triunfal”. Las palabras del Papa Francisco terminaron por cerrar ese abrazo que el pueblo argentino les debía.

En el monumento de la Plaza San Martín, una madre besó el mármol negro sobre el nombre y apellido de su hijo, de su héroe de entrecasa y en ese momento el mundo se detuvo. Otra madre, Delmira, hablo de su hijo que es como hablar de todos los hijos. Vale la pena recordar su historia como nuestro humilde homenaje a los caídos. En nuestra forma de desfilar junto a ellos con las palabras que son nuestras armas. Con esos muchachos de carne y hueso que lucharon hasta el final, como el soldado maestro Julio Rubén Cao.

Pocas horas antes de que la guerra terminara, Julio murió combatiendo. Resistió como pudo el avance de las tropas enemigas. Literalmente, le puso el pecho a las balas para proteger a sus compañeros como lo hizo desde el primer minuto que llegó a Puerto Rivero, como se bautizó primero a Puerto Argentino. Julio entregó su vida por la patria y es desgarrador recordar que ni siquiera pudo conocer a su hijita, Julia que nació un par de meses después de su muerte. Julio Cao acarició a Julia en la panza de Clara Barrios, el día que se despidió. Delmira, la abuela de Julia y la madre de Julio casi le rogó que se quedara: “Julito, no vayas. Si no te llamaron. Tengo miedo”. Julio, el maestro, le respondió como un maestro de la patria: “No me pidas eso mamá. ¿Con que cara yo podría dar clases sobre San Martín o Belgrano si me escondo debajo del pupitre?”. Fue uno de los pocos soldados voluntarios. Fue un apoyo permanente de sus compañeros de colimba del regimiento de Infantería Motorizada de La Tablada.

Siempre con la misma alegría que tenía al frente del grado en su escuela. Siempre ayudando a escribir y a leer cartas el resto de los soldados. Siempre con optimismo. La humedad criminal de los pozos de zorro, el viento que helaba el alma, el hambre que agujereaba por dentro y los bombardeos que destruían por fuera eran solo excusas para reforzar el coraje y para seguir yendo al frente. Así era el soldado maestro Julio Rubén Cao. Solidario, guapo, así en la paz como en la guerra. En las aulas se convertía en albañil para reparar los techos, o en carpintero para arreglar los viejos bancos de escuela. Hizo un profesorado en Literatura porque amaba a Serrat. Siempre soñó con ser docente porque admiraba a Ghandi y a la paz. Antes de embarcarse a Malvinas y después de besar el ombligo de su esposa, Julio plantó un árbol en el patio de la casa de su madre. Quiso respetar aquello de tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro. El libro no pudo concretarlo. Pero escribió cartas conmovedoras desde Malvinas. Una de ellas debe leerse en todos los colegios cada 2 de abril y dice asi:

A mis queridos alumnos de 3ro D:

No hemos tenido tiempo para despedirnos y eso me ha tenido preocupado muchas noches aquí en Malvinas, donde me encuentro cumpliendo mi labor de soldado: Defender la Bandera. Espero que ustedes no se preocupen mucho por mi porque muy pronto vamos a estar juntos nuevamente y vamos a cerrar los ojos y nos vamos a subir a nuestro inmenso Cóndor y le vamos a decir que nos lleve a
todos al país de los cuentos que como ustedes saben queda muy cerca de las Malvinas.
Y ahora como el maestro conoce muy bien las islas no nos vamos a perder. Chicos, quiero que sepan que a las noches cuando me acuesto cierro los ojos y veo cada una de sus caritas riendo y jugando; cuando me duermo sueño que estoy con ustedes .Quiero que se pongan muy contentos porque su maestro es un soldado que los quiere y los extraña.
Ahora sólo le pido a Dios volver pronto con ustedes.

Muchos cariños de su maestro que nunca se olvida de ustedes.


Es desgarrador comprobar que solo le pidió a Dios volver y fue lo único que no pudo lograr. Hoy hace 31 años que terminó la guerra, su hija Julia, tiene 31 años, su madre, doña Delmira todavía lo espera con la fragilidad de su salud. Cuando Julia cumplió 9 años, viajó con su abuela a Malvinas. En el cementerio de Darwin adoptaron una tumba y le dejaron una flor y muchas lágrimas.

Hoy la escuela Nro 32 de Lafferrere donde daba clases con su impecable guardapolvo blanco lleva su nombre: “Soldado maestro Julio Rubén Cao”. El árbol que plantó, ya tiene 10 metros de altura. Sus compañeros ayer desfilaron por él y por los que allá quedaron, “eternos centinelas/ sin relevo esperando que algún día/ sin que corra sangre vuelva la celeste y blanca/ a flamear sobre esas tierras argentinas”.