La realidad no es para ser experimentada, no hay sendero que conduzca a ella, ninguna palabra puede señalarla. No es algo que pueda buscarse y encontrarse. No existe sistema alguno y, por lo tanto, no hay dirección alguna hacia la verdad, ni siquiera hacia la belleza de la meditación. Seguid a otro, seguir su ejemplo, sus palabras es proscribir la verdad. ¿Por qué buscamos un maestro? ¿Para qué? ¿Qué es lo que lleva consigo el aceptar que somos discípulos?

La relación entre el maestro y el discípulo es la que hay entre una oruga y una mariposa. La mariposa no es capaz de probar que la oruga es capaz de convertirse en mariposa. No hay manera lógica pero la mariposa puede provocar un anhelo en la oruga de que aquello es posible.

El maestro no debe pretender convencer a nadie, ni siquiera pretender demostrar nada, simplemente trata de mostrar. Cuando una flor se abre y la brisa esparce su perfume, las abejas acuden sin temor. Las hormigas van donde se encuentre algo dulce, del mismo modo cuando un hombre se torna puro y perfecto y la dulce influencia de su carácter se esparce por todas partes todos los que buscamos la verdad nos sentimos atraídos por él, por ella. No necesita ir en busca de los oyentes.

Los alumnos, todos menos algunos pocos, buscamos la verdad pero ¿puede ser enseñada? ¿hay formas reales de enseñar la verdad? En las cosas que verdaderamente importan, la vida, el amor, la realidad, el cosmos, Dios, nuestra existencia, nadie puede enseñarte nada. A lo más, podrán darte fórmulas. Lo malo es que las fórmulas no te van a proporcionar la verdad porque vienen filtradas por la mente de una persona. Posiblemente ha habido momentos en tu vida en los que has tenido una experiencia que sabes eres completamente consciente de que es una experiencia distinta, especial, como si no fuera de este mundo, y también sabes que serías incapaz de encontrar el verbo que pudiera expresarla.

De hecho ningún lenguaje humano posee palabras con las que poder expresar exactamente lo que tú experimentaste. Piensa por ejemplo en la clase de sentimientos que te invadían al contemplar el vuelo de un ave, al mirar un idílico lago, la hierba, la grieta de un muro. Podrás tratar de comunicar dicha experiencia valiéndote, por ejemplo, de la música, la poesía, la pintura, pero en el fondo sabes que nadie comprenderá jamás exactamente lo que tú viviste y lo que tú sentiste.

Eso es exactamente lo que un maestro siente cuando le pides que te instruya acerca de la vida, o de Dios o la realidad. Lo más que puede hacer es proporcionarte una pequeña o gran receta, una serie de palabras ensartadas en una fórmula pero ¿para qué sirven las palabras? ¿y los maestros? Un maestro puede hacerte saber lo que es irreal pero no puede mostrarte la realidad. Puede echar abajo tus fórmulas pero no puede hacerte ver lo que las fórmulas pretenden reflejar.

Puede desenmascarar tu error pero no puede ponerte en posesión de la verdad, a lo más, apuntar en dirección a la realidad finalmente no es ver la realidad. Tendrás que aventurarte y descubrirlo por ti mismo, por ti misma. Aventurarse, esa va a ser la palabra de esta noche. Aventurarnos aventurarse significa en este caso desprenderse de toda fórmula, tanto si te la han proporcionado otros como si la has aprendido en los libros o la has inventado tú mismo a la luz de tu propia experiencia. Esto es posiblemente lo más aterrador que puede hacer un ser humano, adentrarse en lo desconocido sin protección de ningún tipo, ni fórmulas, ni recetas, ni siquiera programas de radio.

Ahora bien, prescindir del mundo de los seres humanos tal y como hicieron los profetas y los místicos no significa prescindir de su compañía sino de sus fórmulas. Este aspecto es muy importante  y entonces, incluso cuando estés rodeado de personas estarás verdadera y absolutamente solo/a. Oye pero qué imponente soledad, qué majestuosa soledad. La soledad del silencio. Un silencio que será lo único que veas, y en el momento en que lo veas renunciarás a libros, guías, gurús, maestros y programas de radio. Pero ¿qué es exactamente lo que verás? Todo, absolutamente todo. Verás una hoja que cae del árbol, verás el comportamiento de un amigo, verás la superficie de un lago, verás un montón de piedras, un edificio en ruinas, una calle atestada de gente, un cielo estrellado. Lo verás todo.

Una vez que hayas visto puede que alguien intente ayudarte a expresar tu visión con palabras. Pero tu  negarás con la cabeza y dirás “No, no es eso”. Y entonces se producirá en ti un extraño cambio difícil de percibir al principio pero radicalmente transformador, y es que una vez que hayas visto ya no volverás a ser el mismo, la misma, sino que sentirás una estimulante libertad y la extraordinaria maravilla, esa luz que todos buscamos y anhelamos, esa confianza de saberte un ser sagrado y nunca más volverás a llamar a nadie un maestro. En adelante, y a medida que observes y comprendas de nuevo cada día, y todo el proceso y movimiento de la vida,  ya nunca dejarás de aprender. Y todas y cada una de las cosas que veas, serán maestros.

Muchos maestros enseñan para aprender, se aprende enseñando, es una verdad transmitida por la experiencia de millones de personas. Nos piden que enseñemos tal o cual cosa y, finalmente, no podemos aprender nada que ya no sepamos. Por eso, atrévete a fijarte sin temor, sin fórmula alguna. Pronto, muy pronto, empezarás a creer…