El mejor gol de Palermo
Tengo la suerte de haber gritado decenas de goles de Palermo. Y la gran mayoría abrazado a mi hijo que un día se metió en la cancha y dio la vuelta olímpica a su lado, mirando esa estatura de inmenso gladiador. Ya le conté alguna vez que a Martín Palermo le debo miles de abrazos con mi hijo. Por eso la foto de ambos es lo que manda en la pared más grande de su habitación.
Tengo la suerte de haber gritado decenas de goles de Palermo. Y la gran mayoría abrazado a mi hijo que un día se metió en la cancha y dio la vuelta olímpica a su lado, mirando esa estatura de inmenso gladiador. Ya le conté alguna vez que a Martín Palermo le debo miles de abrazos con mi hijo. Por eso la foto de ambos es lo que manda en la pared más grande de su habitación.
Gritamos goles de todos los colores. De chilena, de taquito, de casualidad, de cabeza de media cancha, en una pierna, de media vuelta eterna contra River, goles que en Japón nos hicieron los mejores del mundo. En fin, no me alcanzaría el día para comentarlos.
Por suerte son muchísimos. Sin embargo ayer vi mejor gol de todos. Yo estaba sentado en el anfiteatro de la fundación PROA y el entró de civil, sin la gloriosa camiseta, rodeado de chicos humildes que viven en los barrios de la Boca y Barracas. Tengo que hacer un esfuerzo para recordar otras sonrisas tan iluminadas de felicidad. Los locos bajitos iban rodeando al gigante y los dos mas gurrumines no se soltaban de su mano. Estalló el estadio, digo la sala, en aplausos.
Palermo tomó el micrófono y dijo que el era el padrino de esos chicos y que convocaba a todos a sumarse a esa epopeya. Nos dijo que había que subirse esos chicos a cococho para darles alegría, para jugar con ellos. Cuando contó que a muchos de ellos jamás le habían celebrado su cumpleaños o que nunca les habían leído un cuento, todos nos estremecimos. Nos corrió una electricidad por la espalda muy parecida a la que nos corre cuando levanta las multitudes en un grito.
Nos emocionamos como siempre con sus goles pero esta vez fue con sus palabras, con su compromiso, con su ejemplo. Por eso digo que fue el mejor gol de Palermo que vi. Confieso que recordé la manera en que Martín festeja los goles, besando el antebrazo donde tiene tatuado Stéfano, el nombre del hijito que se le murió y se me llenaron los ojos de lágrimas. A mi y a todos los que estábamos allí. A Tete Coustarot que conducía el acto en su condición de bostera, al presidente de Boca Jorge Ameal que estaba en primera fila y por supuesto a Maria Schwelm que es la responsable de todo. Maria es el motor de la Fundación S.O.S infantil que es una organización no gubernamental que hace 23 años que viene fomentando estos programas de padrinazgos.
En sus palabras lo dijo con toda claridad: uno se pone un chico a cococho, es decir sobre los hombros para que el pibe descanse o para que alcance. De eso se trata. De un acuerdo que tiene Boca Juniors con esta ONG que, como su nombre lo indica va en socorro de los chicos que necesitan de todo pero sobre todo, jugar, divertirse, soñar. Los padrinos aportan lo suyo empezando por el afecto y la presencia. Los chicos pintan paisajes de su vida en colores fuertes como los de sus barrios. Tete recordó que en ese ámbito había crecido Benito Quinquela Martín quien también nació en medio de la carencias y terminó siendo un genio y una bandera nacional. Los profesores en el playón de la cancha organizan una murga, o una función de cine y abastecen a los chicos de útiles escolares, de ropa deportiva, de la torta y los regalos de los cumpleaños, el arbolito de navidad y los turrones, todos lo que no puede faltarle a ningún chico por mas pobre que sea. Martín Palermo apadrina todo eso.
En la cancha se pone el equipo al hombro y en la vida se pone esos chicos sobre los hombros. Sabe que todos los chicos tienen derecho a vivir dignamente y a jugar libremente. Es como una especie de Papa Noel que reparte felicidad a su paso. En las tribunas domingueras y en esas casitas a la vera del riachuelo donde viven chicos humildes a los que les falta de todo menos esperanza. El año pasado, Martín donó esa camiseta que entró en la historia porque con ella convirtió el gol numero 219.
Por eso aquel día, aquí en el programa, le hicimos una nota a Martin y Bravito lo cargó diciéndole mojarrero. Y nos reímos todos. Ayer lo vi a Martín tan feliz y orgulloso como los chicos. Vimos un video en donde varios de ellos confiesan que se divierten jugando en el playón de al lado pero que les gustaría jugar en la Bombonera. Saben que ese templo tiembla y late como ayer temblamos nosotros cuando Martín salió por el túnel y celebró la vida.
Ameal, Coustarot, SOS