El suicidio de Perú
El suicidio de Alan García, considerado heroico por los suyos, corrobora la trama de corrupción que involucra a todos los expresidentes vivos de Perú
Cuando terminó su labor como presidente de Perú en 1878, Manuel Justo Pardo y Lavalle viajó a Chile. Regresó al ser elegido senador. Mientras ingresaba en el recinto, Melchor Montoya, sargento de la guardia del Congreso, desenfundó y le disparó a quemarropa. El historiador italiano Tomás Caivano concluyó: “Fue algo más que el asesinato de un hombre: fue el asesinato de Perú”. ¿Fue el suicidio del expresidente Alan García el suicidio de Perú? El suicidio de un país del cual Mario Vargas Llosa no sabe, desde que escribió la novela Conversación en la Catedral a finales de los sesenta, en qué momento se jodió.
No hubo un momento preciso. Desde la independencia en 1821, en medio de una guerra devastadora, la construcción de vías férreas y la explotación del guano de sus islas derivó en las primeras sospechas de corrupción. En casi dos siglos, el único presidente preso había sido Augusto Leguía, muerto en 1932 en el Panóptico, cárcel de Lima. La corrupción llevó a prisión al jefe de los servicios secretos de Alberto Fujimori, Vladimiro Montesinos, grabado por las cámaras de su despacho mientras sobornaba a políticos, banqueros, empresarios, jueces, militares y periodistas, como consta en los vladivideos.
Luego iba a caer Fujimori por crímenes de lesa humanidad y corrupción, así como sus sucesores desde 2000 e inclusive su hija Keiko, primera dama en los noventa y candidata presidencial en 2011 y en 2016 en prisión preventiva por lavado de activos procedentes de la contabilidad paralela de la constructora brasileña Odebrecht. García, presidente de 1985 a 1990 y de 2006 a 2011, se vio envuelto en la trama de sobornos por haberle concedido a esa empresa la línea 1 del Metro de Lima y por aportes irregulares para su campaña. Decidió quitarse la vida antes de exponerse al calvario que afrontan sus pares Pedro Pablo Kuczynski (2016-2018), Ollanta Humala (2011-2016) y el prófugo Alejandro Toledo (2001-2006).
Impedido de salir del país, García se refugió en la residencia del embajador de Uruguay en Perú. Dos semanas después, el presidente Tabaré Vázquez le denegó el asilo. Quedó nuevamente a merced de los tribunales por el emblemático caso Lava Jato. En su casa del barrio limeño de Miraflores prefirió terminar con su vida antes de someterse a las pesquisas de la fiscalía. Kuczynski, acusado de haber otorgado a Odebrecht la Carretera Interoceánica Sur y el Proyecto de Irrigación e Hidroenergético Olmos cuando era ministro de Toledo, había sido trasladado la noche anterior de su celda a una clínica privada.
En Perú, familiarizado con los juicios a los exmandatarios, el dictador militar Francisco Morales Bermúdez (1975-1980) fue condenado a cadena perpetua por una corte de Roma a raíz de la muerte de 23 italianos durante el apogeo de la Operación Cóndor. Ningún suicidio es digno, por más que el de García haya sido “un acto de honor”, como interpretaron en el Partido Aprista. Idénticas palabras coronaron los drásticos desenlaces de los presidentes de Brasil, Getúlio Vargas (1930-1945 y 1951-1954); de Chile, Salvador Allende (1970-1973), y de la República Dominicana, Antonio Guzmán (1978-1982) en épocas y circunstancias diferentes.
En el mayor arreglo de la historia contra la corrupción, Odebrecht les pagó 4.500 millones de dólares a los gobiernos de Estados Unidos, Brasil y Suiza por haber infringido la Ley de Prácticas Corruptas en el Extranjero a cambio de contratos lucrativos. Tres años de investigación llevaron a 77 de sus ejecutivos a colaborar con la justicia brasileña. El presidente de la empresa, Marcelo Odebrecht, está en prisión, así como Lula. Una réplica de la estatua del Cristo Redentor de Río de Janeiro domina la costa de Lima. No responde a la duda de Vargas Llosa sobre el momento, sino sobre la causa por la que se jodieron Perú y otros países.
Twitter: @JorgeEliasInter | @Elinterin
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