El testaferro
Es un muy buen título para una novela policial o para una película de terror: El testaferro. El diccionario dice que testaferro es la persona que presta su nombre en un contrato o negocio que, en realidad es de otra persona.
Es un muy buen título para una novela policial o para una película de terror: “El testaferro”. El diccionario dice que testaferro es la persona que presta su nombre en un contrato o negocio que, en realidad es de otra persona. La traducción literal es cabeza de hierro. Testaferro casi no tiene sinónimos: sustituto o suplantador, dicen, pero no son palabras que tengan la contundencia y la precisión de testaferro. Lamentablemente, “El testaferro” no es una buena ficción de Mario Puzo ni una nueva versión de “El Padrino”.
Todo lo contrario. No hay nada de arte en todo esto. “El testaferro” es la calificación que le dio a Alejandro Vandenbroele nada menos que Laura Muñoz, su futura ex esposa. Hace diez días que dijo que su marido era testaferro de Amado Boudou, el vicepresidente de la Nación y ex ministro de Economía. A partir de ese momento, esa olla que destapó el riguroso periodista Nicolás Wiñazki empezó a despedir un olor nauseabundo que se fue extendiendo hacia distintas áreas del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. Se sumaron a la investigación otros dos prestigiosos periodistas.
Como Hugo Alconada Mon y Emilia Delfino y empezaron a aparecer varias situaciones extrañas y muchas preguntas que Boudou y Vandenbroele deberán responder ante el juez federal Daniel Rafecas a cargo del caso.
Por ejemplo: ¿ Como hizo Vandenbroele para quedarse con el control de la empresa ex Ciccone Calcográfica pese a ser un humilde monotributista que declaró ingresos por solamente 12 mil pesos mensuales? ¿De donde sacó los 567 mil pesos para levantar la quiebra? ¿Cuál es el motivo por el que la empresa London Suplly que opera el aeropuerto de El Calafate le depositó 1 millón 800 mil pesos si no hay ninguna relación comercial que los una? ¿Cómo hizo para presidir un fondo de inversión desconocido, con sede en un paraíso fiscal, integrado como director por un jubilado muy humilde que desconocía esa situación para llegar al control de semejante empresa? Vale la pena recordar que Ciccone, rebautizada Compañía de Valores Sudamericana es una especie de Casa de la Moneda paralela y privada. Puede imprimir, entre otras pavaditas, billetes, chapas patentes, DNI, pasaportes, cheques. ¿Se imagina lo que eso significaba para un empresario mafioso como Alfredo Yabrán que creía que el poder era la impunidad? ¿Se imagina la importancia política para cualquier gobierno de tener una empresa asi manejada por amigos, socios o cómplices?
Pero no solamente Boudou y Vandenbroele deberán dar explicaciones. El actual titular de la AFIP, Ricardo Echegaray, también marplatense y ex integrante de la UCeDé de Alsogaray como ellos, deberá exponer las razones por las que ordenó o autorizó una movida absolutamente infrecuente en la historia del organismo que preside. Me refiero a que prácticamente nunca la AFIP pide la quiebra de una empresa. Y en este caso lo hizo. Y no solamente lo hizo.
Después de la respuesta favorable del juez, en tiempo record dio marcha atrás, volvió sobre sus pasos y reclamó el levantamiento de esa quiebra. Y es allí donde entra en escena Vandenbroele, el amigo y testaferro de Boudou según su esposa. Como se ve es un tema grave y escandaloso. Sumamente delicado. Tal vez en Brasil, la presidenta Dilma Rouseff ya se hubiera desprendido de los funcionarios salpicados. Acá, hasta ahora, la reacción del gobierno fue otra. Se sabe que la presidenta está muy preocupada y que pidió todos los antecedentes del caso.
No es para menos. Se trata de una denuncia que tiene implicancias institucionales Estamos hablando del vicepresidente de la Nación que anda tocando la guitarrita por El Calafate. Total, que le hace una mancha mas de Rolando al tigre. La otra reacción fue la de siempre: el silencio. Es patético observar como los funcionarios nacionales y el periodismo que les hace propaganda ignoraron totalmente el tema. No saben, no contestan. Creen o la pauta oficial les hace creer que el silencio es salud. Pero el silencio es como la mentira: tiene patas cortas.