Fausto
La película Sin límites, de Neil Burger, plantea una idea muy atractiva para un thriller: una droga de diseño que permite utilizar el ciento por ciento del cerebro, en lugar del diez por ciento (en el mejor de los casos) que presuntamente usamos los humanos en condiciones normales.
La película “Sin límites”, de Neil Burger, plantea una idea muy atractiva para un thriller: una droga de diseño que permite utilizar el ciento por ciento del cerebro, en lugar del diez por ciento (en el mejor de los casos) que presuntamente usamos los humanos en condiciones normales. Bradley Cooper (“¿Qué pasó ayer?”) es un escritor en el abismo: no puede escribir una línea, está deprimido y su novia lo deja. Un ex cuñado, la figura familiar perfecta para el desastre, le acerca una gota de algo experimental llamado NZT, que tiene esa capacidad: enciende el cerebro con todas sus luces.
Esta la clase de idea que suele utilizar Stephen King en sus historias de terror: siempre hay algo atractivo, profundamente deseable en el Mal, aunque sabemos que su costo es altísimo y tal vez letal: bajar de peso sin hacer dieta, como en “La maldición”, saltar a voluntad a un mundo mejor, como en “El talismán”, tener un auto mágico como “Christine”, rejuvenecer como en “Insomnia”. La película de Burger se anima a mostrar el vértigo de un cerebro que funciona con toda su capacidad: los hechos, las ideas y las cosas se organizan en el espacio con toda claridad y Cooper en cuestión de segundos se convierte en un ser superior: escribir una novela en ese estado es cosa de niños para él: en poco tiempo es rico y famoso.
Ese es el momento en que la película comienza a trastabillar. Porque ahora que el héroe todo lo puede, queda claro que no sabe lo que quiere. Se dedica a ganar dinero, y por supuesto a asegurarse de conseguir más droga. A partir de ahí la historia decae en un policial simple: lo mismo podrían estar hablando de cocaína.
En “El doctor Faustus” de Thomas Mann, un músico que también se siente miserable hace un pacto con el diablo: a cambio de su alma no se le concederá juventud y riquezas como en las versiones clásicas. Sólo recibirá la capacidad de crear. Y el hombre, iluminado, produce un hecho musical trascendente y revolucionario. El libro parece aludir a Arnold Schöenberg y la música dodecafónica. Dentro de las formas conocidas de pactar con el diablo, y la droga es una de ellas, el Fausto de Mann es el único que sabe exactamente para qué quiere el poder.
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