Eduardo Buzzi y Alfredo de Angeli se despegaron rápidamente del sincericidio de Hugo Biolcatti.

El jefe de la Federación Agraria y uno de sus referentes mas conocidos tomaron distancia de un brulote que, como el de Fito Páez en su momento, subestima y discrimina al que vota de manera distinta a lo que ellos consideran lo correcto.

Es una forma jurásica del elitismo que pretende ser de izquierda como la de Fito Páez o de derecha como la de Hugo Biolcatti. Mirar siempre al país a través del ojo de la cerradura de la conspiración es propio de los grupos cerrados que suelen vivir en un frasco, enfermos de ideologitis.

No tienen amigos que hayan votado a Macri. No conocen a nadie que haya votado a Cristina. No se explican que pasó y son incapaces de preguntarse que hicieron de bueno Cristina, Macri o Binner para ser votados y haber quedado en pié después del tsunami electoral del domingo pasado.

Sentir asco por un semejante que no violó, no mató, no robó ni fue dictador es una forma de hablar de uno mismo. Y convertir en un bonsai a un ciudadano solo porque mira Tinelli en un plasma comprado en cuotas y votó a Cristina es fascismo cultural.

¿Cuesta tanto comprender que nuestros hermanos votan igual que nosotros, fijando prioridades? Dicen que gobernar es fijar prioridades. Y votar también.

Cada persona de acuerdo a su experiencia familiar y laboral separa lo que considera accesorio de lo fundamental. Y lo hace cada vez que es convocada a conocer su opinión. Es un mecanismo que todos ponemos en marcha a cada rato, todos los días de nuestras vidas. Hacemos un balance de sumas y saldos expreso, instantáneo y decimos si a un trabajo, a una línea de colectivo o a una invitación al cine.

Todas esas decisiones, repletas de empirismo, pueden ser acertadas o no. Pero nadie puede ponerse por encima de ellas y juzgarlas con el dedito levantado.

¿A Fito también le da asco la mitad de los argentinos que no votaron a Cristina? ¿Biolcatti solo mira opera y ballet y se preocupa por las fábricas de plasmas y de dólares que puede tener? ¿A quien votó Biolcatti para sentirse tan por encima del común de los mortales? ¿Estaba San Martín o su elogiado Sarmiento encabezando alguna lista y no nos dimos cuenta?

Este mismo prejuicio antipopular anida en el pensamiento de parte de la elite y la asamblea de neuronas kirchnerista. No en todos, porque algunos vienen del peronismo silvestre y tiene un tuteo con la calle y el estaño que los protege de tanta teoría presuntamente de izquierda que se tapa la nariz frente a todos los fenómenos populares y los reinvinda solamente después de muertos. Ocurre desde los ‘70 con Sandro, Alberto Olmedo, el fútbol y tantas otras pasiones de multitudes.

El propio respetado Horacio González fue impulsado por un sentimiento similar al antitinellismo de Biolcatti cuando dijo que Del Sel era el vaciamiento de la palabra política. Tal vez lo sea de “su” palabra política. De la de Horacio González. Pero no de “todas” las palabras políticas que están naciendo cotidianamente. Porque como dijo Julio Bárbaro, “cuando no hay una alternativa política la gente la fabrica”.

Apuesto mi colección completa del El Gráfico o los discos de Palito Ortega a que el director de la Biblioteca Nacional también considera que Tinelli es la quinta esencia de la frivolidad y grosería pequeño burguesa que funciona como narcótico de la conciencia emancipadora popular. Y que debe sentir cierto pudor al explicar aquel abrazo a Ella en el velorio de Él.

La explosión de la redes sociales y del nuevo mundo 2.0 democratiza y horizontaliza la información como nunca en la historia. Derriba un muro de Berlín por día, desde algún país árabe hasta en el corazón del capitalismo inglés.

Nada garantiza que los pueblos no se equivoquen. Pero en primera instancia hay que respetar lo que las mayorías dicen y bucear en sus mensajes. Seguramente allí hay más verdades que entre los que viven atrapados entre su amor propio y su espejo.