G20, Buenos Aires y después
Mientras Estados Unidos y China declararon el alto el fuego en su guerra comercial, los líderes del G20 rubricaron un documento en el cual postergaron el desenlace de varias crisis en curso
Veinte treguas unilaterales, más allá de las multilaterales y de las bilaterales, son las que se concedieron los mandatarios del G20 en la cumbre realizada en Buenos Aires. Cada una de esas treguas deparó un alivio temporal de los sobresaltos domésticos, de los cuales ninguno se siente indemne. La tregua más mentada, la de Donald Trump y Xi Jinping en su guerra comercial, resultó ser el broche de una cumbre signada por asuntos delicados, como el proteccionismo, la migración y la pobreza, para los cuales también se estableció una tregua. Quizás hasta la próxima cita en Japón, en 2019, o la siguiente, en Arabia Saudita, en 2020.
Tomar nota, como reza el documento final, significa dilatar el tratamiento. O, como en el caso de la histórica final de la Copa Libertadores de América entre River Plate y Boca Juniors, frustrada en Argentina por las fallas de la seguridad, patear la pelota hacia adelante y al costado. El costado del Atlántico, España, cuyo presidente, Pedro Sánchez, aprobó de buen grado que se juegue en el Estadio Santiago Bernabéu. El del Real Madrid. Un asunto menor, en apariencia, que también refleja uno de los déficits de los gobiernos congregados en la cumbre: la impotencia frente a determinados desafíos.
Un país que no pudo organizar un partido de fútbol local, más allá de su trascendencia, estuvo a la altura de una cumbre global. El otro River contra Boca, el de Estados Unidos contra China y viceversa, depende ahora de las negociaciones que emprendan durante 90 días. Que no son 90 minutos, con alargue y penales si no hay definición, sino un compromiso provisional mientras el anfitrión de la próxima cumbre del G20, el primer ministro japonés Shinzo Abe, evalúa la posibilidad de revisar su acuerdo comercial con Trump, interesado en recortar el superávit comercial de Japón. Un mantra del America first.
Después de firmar en Buenos Aires un tratado comercial remozado con Canadá y México, Trump acordó con Xi examinar las diferencias de Estados Unidos con China por la transferencia de tecnología forzada y la protección de la propiedad intelectual. Un G2 dentro del G20. El grupo de 19 países y la Unión Europea tuvo el mérito de hilvanar un documento final, pero no hincó demasiado el diente en temas cruciales, como el proteccionismo, traducido en "problemas del comercio", o el cambio climático, sometido a la decisión de Trump de retirarse del acuerdo de París. Turquía, antes reticente, prefirió permanecer como firmante.
La tregua duró un par de días. Lo suficiente para comprobar que, a los ojos de Trump, el G20 no son 19 más la Unión Europea, sino él menos 19. El G1 si pudiera. La Organización Mundial de Comercio (OMC) requiere reformas, según Trump. En eso coincidieron al redactar el documento final. En el mundo hay casi 450 tratados económicos de integración. No todos regidos por Estados Unidos ni por los caprichos de Trump. Australia y Canadá forman parte de uno integrado por 11 naciones, incluida Japón, que, a su vez, negocia otro con la Unión Europea.
Las omisiones formaron parte de la tregua que se dieron a sí mismos los mandatarios hasta cuando pudieron. Emmanuel Macron no pudo dársela del todo, en realidad. Ardía París. Los chalecos amarillos, emblema de la protesta por el aumento del precio de los combustibles y la pérdida del poder adquisitivo, pedían su dimisión. Enrique Peña Nieto firmó con Trump y Justin Trudeau el Usmca (Estados Unidos, México y Canadá), sustituto del Nafta o Tratado de Libre Comercio de América del Norte, y regresó de inmediato a México para la toma de protesta (asunción) de su sucesor, Andrés Manuel López Obrador.
Acaso para evitar portazos, como el de Trump en la cumbre del G7 en Canadá, algunos temas no figuraron en el documento final. Uno caro para los intereses europeos, la confrontación entre Rusia y Ucrania, no estuvo en la agenda para no incomodar a Vladimir Putin. Tampoco se plantearon las atrocidades de la guerra en Yemen ni el asesinato del periodista saudita Jamal Khashoggi en el consulado de su país en Estambul para no irritar al príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohamed bin Salmán, alias MBS. Ambos, Putin y MBS, chocaron los cinco como si hubieran pactado su propia tregua. Una provocación que, en la alta política, nunca es gratuita.
Twitter: @JorgeEliasInter | @Elinterin
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