El 12 de noviembre último, Cristina se calzó un gorrito verde de la Unión Ferroviaria y movió sus caderas al compás de los bombos, entre José Pedraza y Hugo Moyano.

El viernes pasado, en River, Cristina, también bailó al ritmo de los redoblantes pero esta vez no se puso ningún gorrito. Se probó la camiseta de la Juventud Sindical Peronista y ella misma se asombró de ese hecho a contramano de su historia. Esa sigla expresa la pertenencia de Hugo Moyano en los 70, en muchos casos fue utilizada como cobertura por grupos del peronismo fascista como el Comando de Organización (CdeO) y la Concentración Nacional Universitaria (CNU) que no dudaron en asesinar “zurdos locos” de la gloriosa Jotapé o de la izquierda y colaborar con la policía criminal del comisario Alberto Villar y con la naciente Triple A del cabo luego comisario Jose Lopez Rega.

Ha corrido demasiada sangre desde aquellos crímenes predictatoriales y este de Mariano Ferrerya. Pero la metodología es la misma. Ha corrido mucha información desde aquél gorrito de Cristina y esta camiseta de la JSP. Políticos honrados y valientes como Graciela Ocaña y muchos diputados de los partidos de oposición (nunca del oficialismo partidario ni mediático) fueron denunciando un modus operandi que la ex ministra definió como “La mafia de los medicamentos” o “Moyanolandia”. Anticiparon ese poder corrupto capaz de hacer cualquier cosa con tal de defender sus cuentas bancarias que en el caso de Moyano marchan sobre ruedas y en el de Pedraza sobre rieles. Algunos ministros y hasta la propia Cristina hoy piden la cabeza de Pedraza para que funcione como chivo expiatorio. Pero los más derechistas pejotistas dicen que ya entregaron la de Juan José Zanola que también comparte fortuna y metodologías oscuras.

Quedaron tan brutalmente expresadas las relaciones carnales (y monetarias) del kirchnerismo con estos grupos de la ortodoxia sindical mas rancia que muchos referentes que los apoyan se vieron obligados a tomar distancia y levantar sus banderas históricas acompañando incluso la marcha de ayer a Plaza de Mayo. Hugo Yasky, Martín Sabatella, Ricardo Forster condenaron las patotas de la muerte y pusieron su cuerpo en una vereda en la que el sindicalismo oficial y el Frente para la Victoria prefirieron no transitar. La CGT no decretó ni siquiera un minuto de silencio o un paro simbólico de 15 minutos. Hoy la desesperación de la tropa confundida que quiere huir del crimen se debate en contradicciones. ¿A quien creerle? ¿A Hebe Bonafini que acusa a Eduardo Duhalde o a Anibal Fernández que desmiente esa posibilidad? La impericia del oficialismo para montar sus ya tradicionales operaciones de prensa limita con el amateurismo voluntarista. La zigzagueante actitud de la presidenta que condenó primero el crimen y luego cargó las culpas sobre las víctimas por su elevado nivel de combatividad es otro dato. Falta estrategia y sobran chicanas en un sistema que todos los días reclama castigos a distintos presuntos enemigos y carga el clima democrático de pólvora beligerante. Eso no es gratis. Si desatan a cada rato una batalla a vida o muerte, finalmente alguien muere. Es como tirar nafta en los incendios y pretender no quemarse. Es de manual y solo basta leer la historia argentina. Por eso el crimen de Mariano marca un antes y un después. Ya no será tan fácil atacar, descalificar y amenazar a cualquiera. Los mercenarios del paraperiodismo K ya no podrán burlarse de los que hace tiempo vienen denunciando sus temores de que finalmente todo termine o todo comience con un muerto. Hoy ya es demasiado tarde para lágrimas.

Pedraza, Moyano, Cristina