Heridas de guerra
La Franja de Gaza se ha cobrado víctimas más allá de sus estrechas fronteras, empezando por el gobierno de Israel
La guerra en la Franja de Gaza se cobró su primera víctima política en Londres. Renunció la secretaria de Estado del Ministerio de Asuntos Exteriores británico, Sayeeda Warsi, incómoda con el proceder “moralmente indefendible” del primer ministro David Cameron frente a la aberrante escalada de muertes y destrucción. “Me horroriza que el gobierno continúe permitiendo que se vendan armas a Israel”, se lamentó. La baronesa Warsi, ex presidenta del oficialista Partido Conservador, también ocupa el cargo de secretaria de Estado de Fe y Comunidades en el Ministerio de Comunidades y Entes Locales.
Otro tanto ocurrió en el gobierno de Israel. En medio de la guerra, el ministro de Exteriores, Avigdor Lieberman, de extrema derecha, le recriminó al primer ministro Benjamin Netanyahu: "Prometiste mano dura contra Hamas y no has cumplido". Decidió cortarse solo y debilitar al oficialista Likud. Yigal Palmor, vocero de Netanyahu, un moderado en comparación con Lieberman, había tildado a Brasil de “enano diplomático irrelevante" por haber condenado “enérgicamente el uso desproporcionado de la fuerza por Israel en la Franja de Gaza, del cual resultó un elevado número de víctimas civiles, incluidas mujeres y niños".
Si bien Gran Bretaña prometió revisar los contratos de exportaciones de armas de uso civil y militar a Israel, del orden de los 13.120 millones de dólares, la drástica decisión de Warsi, la primera musulmana en ocupar un cargo en el gobierno de Cameron, marca un punto de inflexión frente a las esquirlas de una guerra que ha polarizado y paralizado al mundo. En menos de un mes murieron casi 1.900 palestinos, de los cuales las tres cuartas partes eran civiles y unos 400 eran menores, y 67 israelíes, de los cuales tres eran civiles. Miles resultaron heridos. Otros miles, sobre todo niños palestinos, necesitan ayuda psicológica para superar el trauma, según Unicef.
De prolongarse el alto el fuego, ambas partes deberán dejar el odio en la puerta antes de sentarse a negociar bajo la supervisión de los observadores de siempre: Egipto, los Estados Unidos, la Unión Europea y la Organización de las Naciones Unidas (ONU). ¿Qué necesita Israel? Que la Franja de Gaza deje de ser la base de ataques contra su territorio con cohetes o por medio de túneles, destruidos en esta represalia. ¿Qué necesita Hamas? Que Israel y Egipto, cuyo gobierno militar lo detesta por considerarlo primo de su peor enemigo interno, los Hermanos Musulmanes, alivien el bloqueo y, ahora, contribuyan a la reconstrucción.
¿Qué necesitan ambos? La moneda de curso legal más difícil de conseguir en el mundo: confianza. Es lo que no abunda, precisamente. Por eso intervienen los otros actores, nunca eficientes en hallar una fórmula de paz duradera para el añejo conflicto de Medio Oriente. Nunca eficientes y, en cierto modo, siempre incoherentes, incluso cuando amenazaron a Israel y Hamas con enjuiciarlos por crímenes de guerra. Ni Israel ni la Autoridad Nacional Palestina (ANP), bajo cuya salvaguardia se encuentra la Franja de Gaza aunque esté dominada por Hamas, firmaron el Estatuto de Roma, semilla de la Corte Penal Internacional (CPI).
El Consejo de Seguridad de la ONU podría instarlos a sentarse en el banquillo, pero la mayoría de sus miembros permanentes, empezando por los Estados Unidos, discrepa con el CPI y, a su vez, difícilmente objete la actitud de Israel. La ANP tampoco ganaría mucho con ello. Nadie gana sobre el hecho consumado. En este curioso ajedrez político, Israel y los Estados Unidos terminaron legitimando a un gobierno militar como el egipcio después del interinato de los Hermanos Musulmanes y de la dictadura de Hosni Mubarak, jamás llamada de ese modo mientras era útil para mantener a raya a los otros déspotas de la región. Realpolitik, que le dicen.