Hong Kong abre el paraguas
Las movilizaciones en Hong Kong contra un cambio legal impuesto por China lograron su fin y, como en otras latitudes, procuran ahora más cambios
Escribió Thomas Jefferson en las vísperas de la Revolución Francesa que era “buena cosa una breve rebelión de cuando en cuando”, algo “tan necesario en el mundo político como las tormentas en el mundo físico”. Poco después iba a ser elegido presidente de Estados Unidos. El tercero en la historia. Ejerció el cargo entre 1801 y 1809. Aquella reflexión volcada en París, donde Jefferson vivió entre 1784 y 1789, halla su correlato 230 años después tanto en Francia por el reclamo de los chalecos amarillos contra la pérdida del poder adquisitivo como en Hong Kong por el proyecto de ley que iba a permitir entregar sospechosos a China.
Las protestas lograron sus fines: el presidente francés, Emmanuel Macron, anuló el impuesto sobre los combustibles, leitmotiv de la irrupción social, y la jefa ejecutiva de Hong Kong, Carrie Lam, suspendió sin plazo el proyecto de ley de extradición. El proyecto tenía letra y música del régimen comunista de China. El de Xi Jinping. El presidente con facultades ampliadas en el gobierno y en el partido está enfrascado en una guerra de mayor calado, la tecnológica y comercial con Donald Trump, pero no descuida los asuntos domésticos.
Hong Kong, uno de ellos, tiene un estatus especial por el cual puede abrazar la democracia hasta 2047. “Un país, dos sistemas”, según la Ley Básica de 1997, cuando dejó de ser una colonia británica. El experimento capitalista de Deng Xiaoping, máxima autoridad china desde 1978 hasta su muerte en ese año, 1997, consistió en permitirle ser una región administrativa semiautónoma, con libertad de asociación, el dólar como moneda propia, justicia calcada del Reino Unido y condiciones políticas inusuales en China. Las elecciones son democráticas, pero el gobierno central impone a sus candidatos.
La calle exige la dimisión de Lam, como en Francia la de Macron, después de haber logrado en parte su objetivo y la liberación de Joshua Wong, líder de la Revolución de los Paraguas de 2014. Una breve rebelión, al decir de Jefferson, puede ser un poco más larga de lo previsto y exceder el desenlace. En África, la presión popular depuso dos regímenes autoritarios en apenas diez días. El de Sudán, tras 30 años de rutina autocrática de Omar al Bashir. Y el de Argelia, regido desde 1999 por Abdelaziz Buteflika, candidato a un quinto mandato a pesar de estar postrado desde 2013. ¿Renació la Primavera Árabe? Quizás.
Nunca hubo tantas rebeliones en forma simultánea sin participación de partidos ni de sindicatos. Las redes sociales ayudan en tiempos de globalización de la antiglobalización y de internacionalización del nacionalismo. Los ciudadanos no se conforman con victorias parciales. Van por más. En el equilibrio entre el Estado y el pueblo no hay asunto político que, tarde o temprano, no termine convertido en un asunto jurídico, según Alexis de Tocqueville. En Rusia, la ciudadanía consiguió el retiro de los falsos cargos por tráfico de drogas contra el periodista Ivan Golunov, detenido por haber investigado la corrupción del gobierno de Vladimir Putin.
Toda sociedad tiene un límite. El de Hong Kong fue otra injerencia de China después la reforma electoral del Congreso Nacional del Pueblo en 2014, resistida y reprimida. Uno de cada siete habitantes salió esta vez de sus casas. La protección del sistema judicial heredado del Reino Unido frente al vacío legal aducido por las autoridades podía derivar en extradiciones por delitos comunes. Algo que, en palabras de Jefferson, merecía una breve rebelión para evitar el atropello del otro sistema en un mismo país. El que provocó la matanza de Tiananmen, hace tres décadas, en demanda del mayor capital de Hong Kong, la democracia, a pesar de sus limitaciones.
Twitter: @JorgeEliasInter | @Elinterin
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