El primer libro que leí de Houllebecq, por recomendación de un amigo, fue “Las partículas elementales”. Es la clase de autor que le dispara a uno tormentas eléctricas en el cerebro. No recuerdo nada de la trama, ni siquiera leyendo el argumento en Wikipedia.
 
De ese libro sólo recuerdo un párrafo: un análisis de la herencia social que según él dejó el movimiento hippie, al que hace responsable de la proliferación posterior de los asesinos seriales más depravados de la historia.

Era la primera vez en cuarenta años que alguien se permitía una mirada crítica, más que crítica, demoledora, sobre el movimiento hippie, que la historia ha cristalizado en el lugar del Bien por sus banderas antibélicas de paz y amor.

Leí puntualmente otros libros de Houllebecq, “Ampliación del campo de batalla”, “Plataforma”, “La posibilidad de una isla”, y tengo un vago recuerdo de profusa actividad swinger, turismo sexual, bastante turismo en general y una perturbadora propuesta de futuro, con seres clonados y asexuados. En “La posibilidad…” me escandalizó el nivel de crueldad que Houllebecq es capaz de generar con su feroz inteligencia. Feroz y contra todo.

Y a pesar de que lo odié por su maldad, siempre supe que leería cada uno de sus libros, porque no se encuentra uno a menudo con una mente de esa estatura y, aunque me pese, esa profunda libertad.

“El mapa y el territorio” (Anagrama), la más reciente de sus novelas, resultó un completo cambio de clima. Cuenta la vida de un artista plástico y sus experiencias con la fotografía. Es actual y precisa en los detalles tecnológicos, y deslumbrante en sus ideas, tanto en las colecciones fotográficas como en los temas de sus cuadros.

La novela comienza con cierta parsimonia pero va creciendo a medida que avanza. Tiene una deliciosa particularidad: aparece Michel Houllebecq, el mismísimo autor, como un personaje más de la novela. Se lo describe, por supuesto, en forma despiadada, con la clase de humor desgarrado que lo caracteriza.

“El mapa y el territorio” es una novela extraordinaria. Compensa con creces los disgustos anteriores.