Juego de patriotas
El elogio de Trump a los patriotas coincidió con el pedido de juicio político de los demócratas y con la ilegalidad del cierre del Parlamento británico impulsado por Boris Johnson
Si el futuro pertenece a los patriotas, no a los globalistas, como dejó dicho Donald Trump ante la Asamblea General de la ONU, tanto él como el primer ministro británico, Boris Johnson, están en problemas. La integración en bloques desde la década del noventa, durante el apogeo de la globalización, permitió a muchos países liberarse del yugo de los golpes y de las revoluciones. No es el caso de Estados Unidos ni el del Reino Unido, sujetos ahora a la evaluación de los excesos de sus mandatarios. Líderes alfa que se ven a sí mismos como fundadores de movimientos, más allá de los partidos a los cuales representan.
El juego de patriotas llevó Trump a comprometer al presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, en la investigación de las actividades en su país de Hunter Biden, hijo del exvicepresidente Joe Biden, como ejecutivo de la empresa de gas Burisma Holdings. Novato, Zelensky accedió a su pedido. La Cámara de Representantes de Estados Unidos, de mayoría opositora, impulsa un proceso de destitución o impechament contra Trump por la presunta intención de desprestigiar a Biden, precandidato presidencial demócrata para 2020. Un proceso difícil. Que difícilmente supere el Senado, dominado por los republicanos.
Ese mismo juego, el de patriotas, llevó a Johnson a comprometer a la reina Isabel II en la clausura de las sesiones parlamentarias desde la segunda semana de septiembre hasta mediados de octubre, apenas dos semanas antes del Brexit. El debate era un escollo. Los 11 jueces de la Corte Suprema resolvieron por unanimidad que el cierre era “ilegal” y provocó “un efecto extremo sobre los fundamentos de la democracia”. Johnson, intransigente como Trump, regresó de apuro a Londres desde Nueva York, sede de la ONU, para insistir en un divorcio a las bravas de la Unión Europea si no llega a un acuerdo antes del 31 de octubre.
Los patriotas, mote que también les cabe a los mandatarios de Brasil, Venezuela, Rusia, Turquía y Hungría, más allá de las diferencias y hasta los enfrentamientos entre sí, no son consecuencia del ruido de los sables ni de las revoluciones, sino de los votos, esgrime Jorge Benítez en su artículo Manual para destruir una democracia y que tu país sea una dictadura, publicado en el diario español El Mundo. La mezcolanza entre la ilusión y el miedo, resumida en los eslóganes America First (Estados Unidos primero) y Take Back Control (Recuperemos el control) vía Brexit, apela a su juego como única alternativa. Con fake news como arma y amigos en las instituciones como escudo.
De ser proclamada la candidatura de Biden entre los 26 postulantes demócratas, Trump le ganaría por un 47 por ciento contra un 43, según Rasmussen Reports. Una diferencia ajustada frente a un adversario que, mientras era ladero de Barack Obama, presionó al gobierno de Petro Poroshenko para frenar la pesquisa sobre su hijo. Logró la destitución del fiscal general de Ucrania, Víktor Shokin. En ese país, uno de los más pobres de Europa y parteaguas en la siempre delicada relación bilateral con Rusia, hizo negocios el exjefe de campaña de Trump, Paul Manafort.
Lo condenaron por ocultar pagos no reportados de Víktor Yanukovich, presidente de Ucrania hasta que se vio forzado a renunciar tras la anexión rusa de Crimea en 2014. Manafort era consultor político de Yanukovich, refugiado en Moscú, al amparo de Vladimir Putin. Lo acusaron de haber lanzado en las presidenciales de 2016 una campaña encubierta de hackeo y propaganda para dañar a Hillary Clinton, la candidata demócrata. Antecesora de Biden, de ser elegido, en un juego, el de patriotas, en el cual los supuestos rivales externos pueden ser útiles en plan de liquidar a quien ose hacerles frente en casa.
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