La compañera de Biden
El candidato presidencial demócrata de Estados Unidos, Joe Biden, ha elegido como compañera de fórmula a Kamala Harris, la única mujer negra del Senado
De ganar las elecciones del 3 de noviembre, Joe Biden será el presidente más viejo de la historia de Estados Unidos. Cumplirá 78 años un par de semanas después, el 20 de ese mes. De ahí la importancia de su compañera de fórmula. Una virtual sucesora. Biden prefirió entre una docena de posibles candidatas a Kamala Harris. La decisión de completar la boleta demócrata con ella coincide con la coyuntura. La de la ira en varias ciudades contra la segregación racial y la violencia policial por el brutal crimen de George Floyd. Harris, senadora desde 2007, es la única mujer negra en el Senado.
Se trata de la tercera candidata a vicepresidenta de la historia después de Geraldine Ferraro, compañera de Walter Mondale en 1984, y de Sarah Palin, compañera de John McCain en 2008. Las fórmulas mixtas, una demócrata, la otra republicana, no sumaron votos hasta ahora. Mondale perdió por paliza frente a Ronald Reagan, reelegido, y McCain no pudo evitar el fenómeno Barack Obama. Biden apostó por la hija de una científica especializada en cáncer de mama nacida en India y de un profesor emérito de economía de Stanford nacido en Jamaica. Una abogada de 55 años que fue la primera fiscal general negra de California.
Harris era rival de Biden en las primarias hasta que desertó por falta de votos y de fondos el 21 de enero de 2019. Biden tiene tres años más que Donald Trump, el de mayor edad en ingresar en la Casa Blanca. Tenía 70 en 2016, cuando ganó las elecciones. Uno más que Reagan en idénticas circunstancias en 1980. Edades al margen, la elección de una compañera en una fórmula mixta constituye un desafío. El de contar por primera vez desde el gobierno de George Washington, elegido por unanimidad en 1789, con una vicepresidenta. Algo más que una figura decorativa del Senado.
La elección del candidato a vicepresidente cambió desde 1992, cuando Bill Clinton convocó a Al Gore. El mismo Biden resultó ser el ladero perfecto de Obama. La asociación, como la describe Elaine Kamarck en su libro How Picking the Vice President Has Changed and Why It Matters (Cómo ha cambiado la elección del vicepresidente y por qué es importante), ha dejado de lado el papel de suplente. “El trabajo de vicepresidente ha sido tan periférico que ellos se han burlado de la oficina y algunos hasta usaron su posición en el Senado para socavar la legislación que su presidente estaba promoviendo”, dice.
Un escribano, más o menos. Los matrimonios por conveniencia no siempre funcionaron. Derivaron, en ocasiones, en una creciente rivalidad por la reclusión del vicepresidente en los deberes triviales o la asistencia a funerales en el exterior. John Kennedy, de Massachusetts, eligió a Lyndon Johnson, de Texas, de modo de equilibrar la geografía, así como Jimmy Carter, conservador demócrata del sur del país, convocó a Mondale, liberal demócrata de Minnesota, y Bob Dole, derrotado por Clinton en 1996, quiso nivelar la balanza republicana con Jack Kemp, legislador por Nueva York nacido y criado en Los Ángeles.
No fue el caso de Dick Cheney, el influyente compañero de George W. Bush. Tan influyente que, como ex directivo de una firma insigne de la reconstrucción de Irak, Halliburton, alentó la guerra contra el régimen de Saddam Hussein. Aprovechó la crispación tras la voladura de las Torres Gemelas. Quizá como Harry Truman, cuando era vicepresidente, merced a las ganancias de los contratistas de defensa mientras Estados Unidos se preparaba para la Segunda Guerra Mundial. Accedió al Salón Oval tras la muerte por una hemorragia cerebral masiva de Franklin Delano Roosevelt, así como Johnson tras el asesinato de Kennedy.
Hechos fortuitos. En la serie televisiva Veep, la actriz Julia Louis-Dreyfus, en el papel de la vicepresidenta Selina Meyer, luego presidenta de Estados Unidos, le pregunta a su secretaria si la ha llamado el presidente. Recibe una respuesta negativa. Entra en su oficina un senador. Ella le pregunta: "¿Qué me he estado perdiendo?". Le contesta: “Poder”. El poder del candidato a presidente, tras las reformas de 1968 y de 1972, de elegir a su ladero antes de la convención partidaria. Así como los norteamericanos debieron incorporar el nombre africano Barack, ahora les toca Kamala, de origen hindú.
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