La idea fija de Trump
Trump tiene una idea fija, ser reelegido, para lo cual usa como enemigo a China, más allá de su responsabilidad en la crisis, y castiga a la OMS, símbolo del multilateralismo
El apuro de Donald Trump en volver a la normalidad en junio a pesar del impacto de la pandemia en Estados Unidos refleja la discordancia global en la gestión de la crisis. Otros presidentes, los de México y Brasil, Andrés Manuel López Obrador y Jair Bolsonaro, están en las mismas. El de Nicaragua, Daniel Ortega, reapareció después de 34 días de rara ausencia en uno de los pocos países que no ha decretado la cuarentena ni para el fútbol. Se trata de un síntoma de la cerrazón de los Estados y de las peleas domésticas frente a la impotencia del orden multilateral. En palabras de Trump, la batalla contra “un virus cruel de una tierra distante”.
La tierra distante, China, pudo tener su cuota de responsabilidad en esconder información al comienzo del desmadre, pero la reprimenda de Estados Unidos contra la Organización Mundial de la Salud (OMS), con el recorte del 14,6 por ciento de su presupuesto, va más allá de esos pendientes. Los de la guerra comercial declarada por Trump. Un asunto personal, casi, a tono con su obsesión de demoler el sistema creado después de la Segunda Guerra Mundial. El tiro a la OMS da en la frente de la ONU, de la cual depende, y de los Centros de Control y Prevención (CDC) de Estados Unidos, agencia del gobierno norteamericano sometida de recortes desde 2018.
Las críticas de Trump contra la OMS frente a las presuntas presiones de China para quitarle hierro al coronavirus, sólo compartidas por el primer ministro de Australia, Scott Morrison, poco rencoroso después de haber sido presionado para ayudarlo a zafar de las sospechas sobre la injerencia rusa en las presidenciales de 2016, coinciden con otra urgencia. La de remontar en las encuestas previas a los comicios del 3 de noviembre, signadas por un contexto pavoroso de muertes, contagios y un parón económico fermentado por otra arma letal en tiempos electorales, el desempleo. Uno de cada 10 norteamericanos perdió su trabajo en apenas cuatro semanas.
La campaña está en cuarentena. El presumible candidato demócrata, Joe Biden, recibió las bendiciones de Barack Obama y de Bernie Sanders. El gobernador de Nueva York, Andrew Coumo, también demócrata, encabeza una coalición de pares que rechaza la supuesta potestad de Trump de arrogarse “la autoridad total” para decidir las reaperturas estatales de la actividad económica. La reinvención del “presidente de la guerra”, al estilo George W. Bush después de los atentados contra las Torres Gemelas, alimenta la egolatría de Trump con cheques de ayuda federal que llevan su firma. Insólito.
La guerra, convengamos, ensalzó las reelecciones de varios presidentes de Estados Unidos: James Madison en 1812 (conflicto contra el Reino Unido y sus colonias canadienses), Abraham Lincoln en 1864 (Guerra de Secesión), Woodrow Wilson en 1916 (Primera Guerra Mundial), Franklin Roosevelt en 1940 y 1944 (Segunda Guerra Mundial), Lyndon Johnson en 1964 (Guerra de Vietnam), Richard Nixon en 1972 (otra vez, Vietnam) y George W. Bush en 2004 (Afganistán e Irak). En períodos normales sólo cuatro no reincidieron en el siglo XX: Herbert Hoover en 1932, Gerald Ford en 1976, Jimmy Carter en 1980 y George Bush (padre) en 1992.
La guerra del COVID-19 no reúne las características de las anteriores. Trump, después de minimizarla y de haber salido fortalecido de la librada contra los demócratas en su juicio político, procura instalarla como tal. Cuenta con un enemigo visible, el régimen comunista de Xi Jinping, y un cómplice necesario que, a su juicio, representa el viejo orden, la OMS, apéndice de la ONU. No es casual lo del “virus chino” en coincidencia con sus diatribas contra los extranjeros. En especial, contra los inmigrantes. Un arma que, merced a otro virus, el del miedo, le permite montar cada tarde su show en ruedas de prensa. Una suerte de cadena nacional gratuita y proselitista.
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