La impunidad es una palabra asesina que sigue asesinando a 85 argentinos. Esa impunidad hoy cumplió 17 años. Estamos hablando del asesinato masivo más grande cometido por el terrorismo en toda la historia de nuestro país. Nunca habían muerto tantos argentinos en un atentado. Trescientos kilogramos de amonal hicieron explotar el edificio de la AMIA por los aires y dejaron en nuestro corazón un agujero negro imposible de llenar. La muerte, el luto, el desgarro y la absoluta falta de justicia para que 85 argentinos sigan muriendo y no puedan descansar en paz.

El mundo se vino abajo. El edificio estalló en mil pedazos, la muerte se apoderó de todo y en un abrir y cerrar de ojos, todo se terminó. Detrás del humo, las cenizas y los escombros apareció la nada. El vacío del alma y de los expedientes que en tribunales tienen miles de folios y ni una sola verdad. No hay monumento mas terrible a la intolerancia y el fanatismo que ese agujero negro que se abrió en Pasteur 633. Es la máxima obra de los que odian a sus semejantes. Por eso no hay otra salida que seguir el camino bíblico que dice justicia, justicia perseguirás.

Luchar cada minuto para conseguir justicia para los vivos y paz para los muertos. Paz y Justicia. Castigo y condena. Hay que mantener activa la memoria porque sin memoria hay olvido y el olvido es el primer paso hacia la impunidad que acaba de cumplir 17 años. Exactamente a las 9 horas y 53 minutos. Y ya se sabe que la impunidad es una tragedia que vuelve.

No se olviden de la AMIA es una buena consigna pero es casi un ruego. Para que todos recuperemos la respiración y dejemos de vivir en peligro. Para que nunca más el terrorismo mate 85 argentinos. Pero esta vez fue un acto distinto. Hubo dos oradores y dos palabras que fueron como el dia y la noche. Hubo dos discursos absolutamente antagónicos.

Por una lado el juez Daniel Rafecas que estableció un hilo conductor entre lo que fue el holocausto del nazismo alemán, el genocidio de Videla y el atentado a la Amia. Dijo el juez que esas tres tragedias de la historia tenían en común la presencia del mal absoluto y del terrorismo de estado. Y la búsqueda de impunidad que no hay que permitir. Pero hubo otro discurso, el de Sergio Burstein, cargado de internismo comunitario e inflamado de chiquitaje partidario para rendirle pleitesía a la presidenta Cristina Fernández. Burstein además fue irrespetuoso y agresivo con un colega y compañero tan respetado y respetable como Pepe Eliaschev. De inmediato, porque mucha de la gente presente que conoce muy quien es quien, comenzó a los gritos de reprobación por esa agresiva parrafada vengativa que hizo abuso de su condición de familiar de las víctimas al mas puro estilo Hebe Bonafini. Y encima, cuando las protestas de la concurrencia que había ido con otro objetivo al acto se hizo muy ostensible se la llamó a retirarse si no les gustaba.

Una ofensa a la memoria de los muertos y a la necesaria convivencia pacífica y diálogo racional que debe haber entre todos los sectores que quieren verdad y justicia. El discurso de Rafecas será recordado como uno de los mas profundos y el de Sergio Burstein como una triste chicana intolerante.

Para que Irán deje de burlarse de la justicia y de la cancillería argentina. Para que Venezuela y Bolivia dejen de ser pistas de aterrizaje de Majmud Ammadinejad en América Latina. Para que la presidenta Cristina Fernández acepte abrir los archivos de la SIDE como le piden los familiares. Para que ningún familiar utilice políticamente esta tragedia. Para que pague hasta el último culpable.

Para que llorar no se vuelve una costumbre. Para que las velas alumbren la oscuridad del crimen de lesa humanidad, de los países que fomentan el terrorismo, de la conexión local, del encubrimiento de estado. Para que nunca más. Para que solo pidamos la muerte de la muerte para toda la vida. Hasta que se cierren las tumbas. Hasta que se abra la verdad.