Sin jurarle amor eterno, ni complacerla en todos sus caprichos, la pelota de fútbol y Antonio Valencia forman la pareja perfecta, y esa relación simbiótica ha permitido al ecuatoriano triunfar en el Manchester United y postularle como una de las bazas de la selección de su país de cara a la Copa América.

"La Copa América será un examen para todos y espero estar para darle una alegría al país", resaltó Valencia hace unos meses en Quito, en un momento en el que ultimaba su recuperación de una lesión en el tobillo izquierdo que le había apartado de las canchas desde septiembre de 2010.

Ahora ya restablecido, Valencia encara la Copa América con el deseo de dejar atrás la especie de malévolo embrujo que pesa sobre Ecuador y que ha hecho que su paso por ese torneo haya sido en general mediocre, pese a contar con jugadores de talento.

Uno de ellos es ahora, sin duda, Valencia, para quien los torneos juveniles desde su infancia en la Amazonía ecuatoriana fueron la catapulta a El Nacional de Quito. El paso de las tierras bajas boscosas a las alturas andinas de Quito no robaron al centrocampista de la fidelidad y el respeto por la pelota, dentro y fuera de la cancha, para mantener la magia, el encanto y el romance eterno.

Sus actuaciones con la selección absoluta en las eliminatorias sudamericanas le abrieron las puertas de Europa en el año 2005, a través del Valencia español, en el que no tuvo tiempo para sobresalir, pero sí en el Recreativo de Vuelva, del que pasó al año siguiente al inglés Wigan.

Su proyección a la grandeza con el Wigan y con Ecuador en el Mundial de Alemania 2006 hizo que el inglés Manchester United se fijara en él y no se equivocó al adquirir sus derechos deportivos en unos 26 millones de dólares, una cantidad nunca antes pagada por los derechos deportivos de un futbolista ecuatoriano.

En el Manchester United se convirtió, en muchos partidos, en el socio ideal del goleador Wayne Rooney, poniéndole cada pase con una exactitud rayana en la perfección y hasta terminó siendo la figura del equipo en numerosos partidos.

Y aún así, el éxito y la fama no han afectado el comportamiento de Valencia, que parece como si hubiera nacido para convivir con ellos, distinto a otras grandes figuras que con facilidad son absorbidos y pierden su historia de amor con la pelota de fútbol.

En Argentina, Valencia, de 26 años, tendrá que demostrar que aun conserva la magia que le une desde la niñez con el esférico y que ésta se traduzca en goles.

Remberto Moreira.