La uberización de la política
¿Están preparados los actuales líderes para enfrentar el cambio fenomenal que representa la uberización de nuestras vidas?
MADRID – En perspectiva, como dice la canción For What It’s Worth, aquella que entonaba Stephen Stills en los años sesenta, “aquí está pasando algo. El qué no está del todo claro”. No está del todo claro el peligro que entraña el cambio climático ni el paso de la globalización a la interconexión ni la uberización de los ambientes de trabajo ni el poder de los teléfonos inteligentes acoplados a la nube. Esta vertiginosa mutación, escribió Thomas Friedman en The New York Times, puede convertir a las personas en periodistas, fotógrafos, cineastas, innovadores y emprendedores. También puede ser aprovechada por criminales de la peor estofa.
Donald Trump no ocupa el centro del universo, pero todo gira a su alrededor. Y hasta quienes detestan su política exterior y sus malos modales, que no son pocos, saben que, por odioso que sea, el mundo mira más a Estados Unidos que a China, Rusia o la Unión Europea, sus competidores, cuando deben fijar políticas o hacer inversiones. Esa suerte de mentalidad colonizada, como suelen llamarla aquellos que alardean de ir por la libre y terminan caminando en círculos, no nació ayer. La moldeó el desenlace de la Segunda Guerra Mundial con la creación de organismos e instituciones multilaterales y se vio coronada con la caída del Muro de Berlín y el epílogo de la Unión Soviética.
En apenas tres décadas, de Ronald Reagan a Trump, de Deng Xiaoping a Xi Jinping, de Mikhail Gorbachov a Vladimir Putin, de Margaret Thatcher a Boris Johnson, de Helmut Kohl a Angela Merkel y de François Mitterrand a Emmanuel Macron, hubo un salto generacional no acompañado de una visión prospectiva. Aquellos líderes abonaron la teoría del final de la historia o de “la universalización de la democracia liberal occidental como la forma final del gobierno humano”, según Francis Fukuyama, pero no previeron la necesidad de un cambio de mentalidad fente a los retos que estaban incumbándose. Desde la persistencia de la Guerra Fría hasta el fenómeno internet.
El grito de la activista sueca Greta Thunberg contra el calentamiento global entró por un oído de los líderes y salió por el otro. La uberización de la economía, sujeta a algoritmos, puede generar ingresos en forma digna y sustentable, pero no cubre licencias por enfermedades ni vacaciones ni aguinaldos ni capacitación ni tolerancia con el tiempo de trabajo ni indemnización por despido. “Estoy hablando del desorden procedente de los Estados nación, que están fracturándose bajo la presión de estos cambios en el entorno y arrojando montones de refugiados, dando lugar a populistas y a reacciones violentas nacionalistas en todo Occidente”, señala Friedman.
El veneno corroe las redes sociales, convertidas en feria de vanidades y de groserías. En Estados Unidos, con el impeachment fallido y la reelección de Trump en la agenda, un puñado de votantes resuelve un martes, día laborable, el destino de la humanidad. Poco importa si el presidente presionó a su par de Ucrania, Volodymyr Zelensky, para perjudicar a su eventual rival demócrata, Joe Biden, o algo tan serio como el tercer juicio político en la historia por abuso de poder y obstrucción del Congreso. La polarización de la sociedad no admite grises. Tampoco importan China, Rusia, Irán o Medio Oriente. Vale poner a buen recaudo el America First. La prioridad.
El poderío económico y militar de Estados Unidos permite licencias, como la arbitrariedad con aliados como Ucrania o Australia en plan de venganzas políticas o afanes electorales. Extorsiones redimidas por senadores afines que desacreditan el valor de la democracia y de sus instituciones. Un socio vulnerable como Zelensky, después de haber visto a su país sumido en el caos por la invasión de Rusia en 2014, ¿podía rechazar la millonaria ayuda militar norteamericana a cambio de contribuir a la reelección de Trump? Esos juegos de la vieja guardia, grabados por las nuevas tecnologías, no son determinantes, pero, en cierto modo, uberizan la política, aún acuñada a la antigua usanza.
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