Este fin de año nos encuentra mejor que nunca. Hay un aire navideño de amor y paz que se prolonga en el tiempo. Es increíble como en tan poco tiempo los argentinos aprendimos a convivir civilizadamente, a bajar los decibles, a no agredir ni descalificar a nadie. Por fin comprendimos que cada uno de nosotros es dueño de un parte de la verdad. Y que la verdad colectiva debe ser complementada con la verdad de los demás. Esto explica esta realidad tranquila, serena y de diálogo fecundo que todos y todas hemos sabido construir.

Pero eso es apenas un vermouth, un aperitivo. No quiero quedarme solo con lo simbólico, con lo subjetivo. Hay cosas concretas que nos hacen ser más felices todos los días. El respeto por los jubilados, por ejemplo. Su crecimiento económico y esa manera tan clara de reconocer su esfuerzo de años. Hoy son los únicos privilegiados igual que los niños. Nuestros viejos son venerados. Son los primeros en cobrar su jubilación como corresponde, los primeros en llegar e irse del banco, todo está preparado para que en pocos minutos puedan volver a sus casas con sus suculentos haberes en el bolsillo. Y uno los ve alegres, silbando una canción, con todo el tiempo y el poder adquisitivo intacto para jugar con sus nietos.

Esa es la Argentina que queremos. Por esa Argentina peleamos tanto tiempo. Es un logro de todos. Y de todas, insisto. Y cuando hablo de que los jubilados van felices por la vereda es porque por fin hemos solucionado de una vez y para siempre el tema de la inseguridad. Hoy son mínimos los casos de robos, contados con los dedos de la mano y nada violentos. Finalmente haber desterrado la marginalidad y la injusticia social dio sus frutos. La educación y el trabajo fueron terminando con el delito. Y la policía que hoy luce con orgullo su uniforme y disfruta del cariño y el prestigio social de todos los vecinos. Pocas sociedades del mundo resolvieron el drama de la inseguridad con tanta velocidad y eficacia como la Argentina. Lo merecemos porque hicimos las cosas bien, con planificación estratégica, con agenda de estado, sin que hubiera peleas ni chiquitajes ideológico al respecto. Y aquí están a la vista los resultados. Cualquier pibe, cualquier abuelo puede sentarse en la vereda de su casa y disfrutar de la vida.

Chau miedos, chau temores. Chau, chau, chauuuu, como dice Tinelli. No me quiero olvidar de la epopeya que protagonizamos derrotando a la inflación. ¿Se acuerda usted de la inflación, de ese aumento del costo de vida y de las trampas que hacía el Indec? Menos mal que esas son cosas del pasado. Hoy la estabilidad de precios nos permite planificar a largo plazo, no apurarnos a consumir cualquier cosa, ahorrar y pedir un crédito bien barato para comprarnos una casa mejor de la que tenemos. Inflación cero es tranquilidad para siempre. Da gusto además vivir en una sociedad donde pudimos extirpar el cáncer de la corrupción. Los funcionarios que salen del gobierno y recuperan sus viejos trabajos en la actividad privada demuestran que no tocaron un peso del estado. Que han comprendido que la transparencia y la honradez es el mejor camino para transitar.

No hay cortes de luz, sobra el dinero en los cajeros, sobra la nafta de todos los octanajes en los surtidores, no hay un solo robo durante meses y meses, se puede dejar para el mes que viene la compra porque va a costar lo mismo o tal vez un poco menos, sobra el trabajo en blanco y muy bien remunerado, hemos derrotado a la desocupación y todos los argentinos pagan los impuestos como corresponde. Si hasta dicen que Aníbal Fernández se va a poner anteojitos redondos como Trotsky y se va a afiliar al Partido Obrero y Amado Boudou cantará La Internacional con su puño en alto. ¿Qué le parece? Ah, me olvidaba. Que la inocencia le valga.

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