Después de las reñidas elecciones de 2010, los alcaldes de los pequeños municipios españoles de Lújar (Granada), Os Blancos (Ourense) y Navaridas (Álava) debieron ser decididos con un procedimiento poco habitual en otras latitudes: una moneda de un euro lanzada a aire, como si se hubiera tratado de pedir un deseo de espaldas a una fuente encantada, de resolver qué equipo mueve la pelota en el comienzo de un partido de fútbol o, en un arranque de ira por un gol no cobrado, de acertarle en el entrecejo al árbitro. En los tres casos, a cara o cruz, ganó el opositor Partido Popular (PP).

No sólo ocurre en España. En las primarias demócratas de 2016 en Estados Unidos, la precandidata presidencial Hillary Clinton ganó en seis condados de Iowa frente a su rival, Bernie Sanders, gracias al lanzamiento de monedas. No hubo segunda vuelta, sino puro azar. El desenlace de elecciones por medio del lanzamiento de monedas es más frecuente de lo que parece, sobre todo en condados. Nunca debió recurrirse a ese método en comicios federales. Entre 1898 y 2002, dos elecciones estatales quedaron a su merced, según el National Bureau of Economic Research.

La tradición se remonta al año 280 antes de Cristo, cuando aparecieron las primeras monedas entre los romanos. Cara era el dios Janos y cruz era la proa de un barco. Capita aut Navia (cabeza o barco) era la consigna. A una moneda echada a cara o cruz le debe su nombre Portland, la ciudad más grande de Oregon. Los propietarios de las tierras no se ponían de acuerdo con el nombre. En 1843, Asa Lovejoy quería llamarla Boston, por su ciudad de origen en Massachusetts, y Francis Pettygrove, quería llamarla Portland por su pueblo de origen en Maine. Ganó Pettygrove.

¿Cuánto vale un centavo? Esa es la cuestión. Una de las primeras monedas de ese valor en Estados Unidos, acuñada y puesta en circulación en 1793, fue subastada en Amsterdam en 64.462 dólares. No estaba incluida, seguramente, entre las 2.500 con las cuales un paciente de un hospital de Utah quiso pagar de mala gana la factura de un servicio médico, de 25 dólares, y terminó arrestado por alterar el orden público. Después de asegurarse de que aceptaban efectivo, Jason West sacó del bolsillo la pila de monedas y exigió al cobrador que las contara. Un suplicio.

Los dorados pennies suelen ser acumulados en casa y, después, depositados en los bancos en rollitos de papel que acumulan hasta un dólar. Cien monedas cada uno. Los cajeros no se molestan en contarlos. Un señor mayor de Maryland prefirió no depositarlos y pagó impuestos por 966,86 dólares en monedas de un centavo. No hay bolsillos capaces de albergar 96.686 unidades. Eran los ahorros de toda su vida.

Tanto en Estados Unidos como en Europa existen penas para quienes osan desembarazarse de demasiadas monedas en lugar de pagar con billetes u otros medios. Lo hacen, habitualmente, en señal de protesta. En Nueva Jersey, 30 alumnos fueron expulsados del colegio por pagar del mismo modo el almuerzo, de dos dólares per cápita. Los padres lograron que los reincorporaran frente a las airadas protestas de las autoridades educativas por el tiempo invertido en contar las benditas monedas.

Con una sola moneda pueden definirse instancias tan cruciales como las elecciones o el nombre de una ciudad, pero las regulaciones son las regulaciones. Y las europeas señalan que “ninguna parte estará obligada a aceptar más de 50 monedas en un único pago”. Un empresario catalán se apersonó ante un banco con sacos repletos de monedas de uno, dos y cinco céntimos para saldar una cuota de su hipoteca, de 1.955,06 euros. Llevó unas 40.000 monedas. Pesaban 279 kilos.

Jorge Elías

Twitter: @JorgeEliasInter | @Elinterin
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